domingo, 30 de septiembre de 2012

Sonrisas argentinas


Hilario Suárez, dueño y único empleado, apareció por una abertura que había a un costado del pupitre mugroso de la recepción. Arrastraba los pies como si sus piernas no fuesen unas piernas sino un problema.
—Qué se les ofrece a los señores —y tosió a escondidas.
El bandoneonista miró el retrato de Gardel que colgaba dentro de un marco sin vidrio. Su esposa también observó la foto, el perfil: recordó la imagen de la Señora, la del presidente, y pensó que todos los argentinos famosos sonreían por costumbre. Y que los checos no.
—Queremos una habitación doble.

(Marcelo Luján, Moravia, Barcelona, El Aleph Editores, 2012, pg 107)

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