Hilario
Suárez, dueño y único empleado, apareció por una abertura que había a un
costado del pupitre mugroso de la recepción. Arrastraba los pies como si sus
piernas no fuesen unas piernas sino un problema.
—Qué se
les ofrece a los señores —y tosió a escondidas.
El
bandoneonista miró el retrato de Gardel que colgaba dentro de un marco sin
vidrio. Su esposa también observó la foto, el perfil: recordó la imagen de la
Señora, la del presidente, y pensó que todos los argentinos famosos sonreían por
costumbre. Y que los checos no.
—Queremos
una habitación doble.
(Marcelo
Luján, Moravia, Barcelona, El Aleph
Editores, 2012, pg 107)
No hay comentarios:
Publicar un comentario