viernes, 14 de septiembre de 2012

Contraseñas


Regresé al cubículo y desconecté el ordenador. Volví al vestíbulo de la entrada y fui apagando todas las luces mientras lo dejaba todo limpio y ordenado. Probé las llaves de Doll en la puerta principal, encontré la que iba bien y la sujeté en el puño. Retrocedí hasta la alarma.
Desde luego confiaban en Doll para que cerrara, lo cual significaba que sabía conectar la alarma. Seguro que Duke también lo hacía de vez en cuando. Y naturalmente Beck. Probablemente también algún empleado. Un montón de gente. A alguno le fallaría la memoria. Observé el tablón de anuncios junto a la alarma. Pasé los dedos entre las notas prendidas en grupos de tres. Encontré un código de cuatro dígitos escrito en la parte inferior de una nota del ayuntamiento de hacía dos años sobre nuevas normas de aparcamiento. Lo introduje en el teclado numérico. El piloto rojo empezó a destellar y la caja a pitar. Sonreí. Nunca falla. Siempre hay alguien que anota en un papel contraseñas de ordenadores, números privados, códigos de alarmas.

(Lee Child, El inductor, Barcelona, Ediciones B, 2004)

No hay comentarios:

Publicar un comentario