Mostrando entradas con la etiqueta Lee Child. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Lee Child. Mostrar todas las entradas

sábado, 30 de noviembre de 2013

Soplo rosado

—Hay cuatro tipos de personas que se unen al ejército —dijo—. Primero, los que siguen una tradición familiar, como yo. Segundo, los patriotas, que desean servir a su país. Tercero, los que únicamente necesitan un trabajo. Y cuarto, los que quieren matar a otras personas. El ejército es el único lugar donde es legal esto último. James Barr pertenece a ese cuarto tipo. En el fondo, pensó que sería divertido matar.
Rosemary Barr apartó la mirada. Nadie dijo nada.
—Pero nunca tuvo la oportunidad de hacerlo —dijo Reacher—. Yo era un investigador minucioso cuando trabajaba en la policía militar, y lo supe todo sobre él. Le estudié. Barr se adiestró durante cinco años. Accedí a su historial. Había semanas en las que disparaba dos mil cartuchos. Disparaba contra objetivos de cartón y siluetas. En toda su carrera, calculé que había disparado un total de casi un cuarto de millón de cartuchos. No obstante, no había disparado nunca a un enemigo. No fue a Panamá en 1989. Por aquel entonces, poseíamos un buen ejército y solo necesitamos a unos pocos hombres, así que muchos no pudieron ir. Aquello le molestó tremendamente. Luego tuvo lugar la operación Escudo del Desierto, en 1990. Barr marchó a Arabia Saudita. Pero no tomó parte en la operación Tormenta del Desierto, en 1991. Fue una campaña principalmente de blindaje. James Barr únicamente permaneció allí, desempolvando su rifle y practicando el tiro con una media de dos mil cartuchos por semana. Más tarde, cuando la operación Tormenta del Desierto terminó, le enviaron a Kuwait para poner orden en la ciudad.
—¿Y qué sucedió allí? —preguntó Rosemary Barr.
—Fue su fin —dijo Reacher—. Eso fue lo que sucedió. Los soviets fracasaron. Irak se fue estabilizando. Barr miró a su alrededor y vio que la guerra había terminado. Había entrenado casi seis años y nunca había disparado en serio su arma, ni nunca la dispararía. Una gran parte de su entrenamiento se había centrado en la visualización; al mirar a través de la mira telescópica controlaba la médula oblongata, la base del cerebro donde se ensancha la médula espinal; respiraba lentamente; apretaba el gatillo; se concentraba durante la fracción de segundo que sucedía a cada disparo; imaginaba el soplo rosado que desprendían las cabezas alcanzadas por la bala. Había visualizado todo aquello muchas veces. Pero nunca lo había visto. Ni una sola vez. Nunca había presenciado aquel soplo rosado. Y lo deseaba de veras.
Silencio en la sala.
—Así que un día salió, a solas —dijo Reacher—, a la ciudad de Kuwait. Se colocó y esperó. Después disparó y mató a cuatro personas que salían de un bloque de apartamentos.

(Lee Child, Un disparo, Barcelona, RBA Libros, 2011, pág. 74)


viernes, 29 de noviembre de 2013

Camino tortuoso

Amanecía por el este cuando Reacher llevaba una hora de viaje. El cielo cambió de negro a gris, luego a púrpura y finalmente la luz naranja del sol apareció en el horizonte. Reacher apagó las luces. No le gustaba conducir con luces después del amanecer. Se trataba simplemente de un mensaje subliminal, dirigido a la policía del estado. Las luces encendidas después del amanecer sugieren todo tipo de cosas, como huidas nocturnas. El Mustang ya era lo bastante provocativo por sí solo. Era un coche llamativo, agresivo. Un tipo de coche que se solía robar a menudo.
Pero los policías que Reacher vio no se fijaron en él. Reacher condujo a una velocidad de ciento diez kilómetros por hora, como si no tuviera nada que esconder. Pulsó el botón del CD. Sonó Sheryl Crow, algo que no le molestó en absoluto. No lo quitó. Every day is a winding road, le decía Sheryl. Cada día es un camino tortuoso.
«Lo sé —pensó—. A mí me lo vas a decir.»

(Lee Child, Un disparo, Barcelona, RBA Libros, 2011, pág. 298)


martes, 26 de noviembre de 2013

Donde pone el ojo

Un disparo, Lee Child

Un disparo comienza con la escena de un francotirador que se acomoda detrás del muro bajo de un estacionamiento, en el centro de una ciudad de Indiana. La escena es minuciosamente descripta, con un detalle que no agobia sino que es herramienta para administrar el suspenso. Porque, como la descripción de Child, el oficio de francotirador requiere mucha meticulosidad, atención al detalle, rigor. Más cuando se trata de un francotirador que no debe dejar rastros. Este es uno de esos, porque va a asesinar a mansalva a cinco personas. Necesitará apenas seis disparos. Después, desarma todo y desaparece. Pero, curiosamente, deja un tendal de pistas que lo incriminan. Tanto que en menos de una hora la policía lo tiene identificado. Lo detienen en su casa, durmiendo una borrachera.

El acusado es James Barr, tirador retirado del ejército. En la sala de interrogatorios no hay forma de sacarle una palabra. Lo único que el tipo dice es: “Traigan a Jack Reacher”. Nadie tiene idea de quién es Reacher. Tampoco pueden averiguarlo por Barr, ya que este sufre una brutal golpiza en la cárcel y queda en coma. Pero Reacher, quien estando en Miami había escuchado el nombre de James Barr en las breaking news de la CNN, ya está en camino.

Reacher no viene con la idea de defenderlo: Reacher detesta a Barr. En Kuwait, Barr fue un asesino; y Reacher, en su rol de policía militar, lo investigó y probó su culpabilidad. Cuando Reacher llega y toma contacto tanto con la fiscalía como con la defensa de Barr, empieza a pensar que hay muchos cabos sueltos en el caso. El primero y más llamativo: la inusual contundencia de las pruebas. No hace falta más para que Reacher, ese vagabundo sin otro equipaje que la ropa puesta y su obsesión por encontrar la verdad siempre, se meta a investigar el caso.

Y va a terminar destapando asuntos muy oscuros, con la ayuda de un equipo compuesto por la abogada defensora, una periodista, un detective privado y un exmarine y entrenador de tiro. No lo olvidemos: Reacher es un desconocido en todos lados, aparece y se va sin dejar rastros. No le queda opción más que trabajar con los “buenos” que encuentra en cada lugar. Y ellos lo siguen, bien porque no les queda opción, bien porque Reacher seduce con su inteligencia, sus conocimientos, su poderío físico.

Que son las mismas herramientas con las que se enganchan los lectores. Por ejemplo, sabemos que Reacher no hace alarde, pero si tiene que enfrentar a cinco tipos no arruga. Sabe pelear, sí, pero además es analítico hasta para eso:

“Eran cinco. Y una banda de cinco tíos debía tener un cabecilla, dos miembros con ganas de pelear y dos reacios a la idea. Lo único que tenía que hacer era tumbar al cabecilla y después a los dos tipos dispuestos a pelear. Los otros dos simplemente huirían. Así que no se trataba de un cinco contra uno. La cosa nunca iba más allá de un tres contra uno”.
Desde luego, la pelea se resuelve rápido y de la manera prevista por Reacher. Es cierto que Reacher mide casi dos metros, pesa cien kilos y piensa, y por lo tanto es un rival difícil para cualquiera. Pero es este tipo de “mecanismos” —el razonamiento de la pelea contra cinco tipos, la información técnica sobre armamentos, o sobre el efecto del viento sobre una bala, o lo que sea que escape al conocimiento del lector medio— lo que construye de antemano la verosimilitud de lo que va a venir. Y lo que viene, el lector —ya “trabajado”— lo admite feliz, sin el menor cuestionamiento. Es un truquito a tener en cuenta, y que en las novelas de Child/Reacher se ve con bastante claridad.

Novena entrega de la serie del detective Jack Reacher —que ya va para los 20 títulos—, Un disparo es la historia que fue adaptada al cine en la peli Jack Reacher, con Tom Cruise en el papel protagónico (*). Se sabe: cuando una serie alcanza su novena entrega ya está ajustada como una maquinaria. Artefactos que se fabrican en serie, pero no por ello menos atractivos o menos eficaces, las novelas del tándem Child/Reacher nunca van a decepcionar a sus seguidores. Desde luego, las habrá mejores y peores, pero como fórmula funcionan. Porque Child sabe lo que busca, y, como Reacher, donde pone el ojo, pone la bala.

11/13

Traducción: María Fernández Gutiérrez

(*) Sigo sin compartir que Cruise haya sido la mejor elección. Aunque el mismo Lee Child la defiende en esta entrevista.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Por las guerras sangrientas y las enfermedades fatales


—Duke ha muerto —observó.
—Lo lamento.
—Lo conocía desde hacía mucho tiempo —añadió.
No respondí.
—Tendrá que hacerse cargo usted —prosiguió—. Necesito a alguien ahora mismo. Alguien en quien poder confiar. Y hasta ahora usted lo ha hecho bien.
—¿Un ascenso?
—Está capacitado.
—Jefe de seguridad.
—Al menos con carácter temporal —precisó—. Pero si quiere, fijo.
—No sé —dije.
—Recuerde lo que sé. Usted está en mis manos, me pertenece.
Permanecí en silencio durante un par de kilómetros.
—¿Me va a pagar algo pronto?
—Cobrará sus cinco mil además de lo que ganaba Duke.
—Necesito información —dije—. De lo contrario no podré ayudarle.
Asintió.
—Mañana. Hablaremos mañana.
Y se quedó callado otra vez. Cuando volví a mirarle, iba profundamente dormido. Alguna suerte de reacción ante el shock.Pensaría que su mundo se estaba desmoronando. Me esforcé en seguir despierto y mantener el coche en la carretera. Recordé libros que había leído sobre el ejército británico en la India, durante el Raj, en el punto álgido del imperio. Los alféreces jóvenes tenían su propio comedor. Comían juntos luciendo espléndidos uniformes de gala y hablaban sobre sus posibilidades de ascenso. Sin embargo, no tenían ninguna a menos que muriera un oficial de rango superior. La norma era esperar a que la palmara alguien para ocupar su puesto. Así que levantaban las copas de cristal de excelente vino francés y brindaban por las guerras sangrientas y las enfermedades fatales, pues sólo si se producía una desgracia podían ascender en la cadena de mando. Cruel, pero así ha sido siempre entre los militares.

(Lee Child, El inductor, Barcelona, Ediciones B, 2004)


viernes, 14 de septiembre de 2012

Contraseñas


Regresé al cubículo y desconecté el ordenador. Volví al vestíbulo de la entrada y fui apagando todas las luces mientras lo dejaba todo limpio y ordenado. Probé las llaves de Doll en la puerta principal, encontré la que iba bien y la sujeté en el puño. Retrocedí hasta la alarma.
Desde luego confiaban en Doll para que cerrara, lo cual significaba que sabía conectar la alarma. Seguro que Duke también lo hacía de vez en cuando. Y naturalmente Beck. Probablemente también algún empleado. Un montón de gente. A alguno le fallaría la memoria. Observé el tablón de anuncios junto a la alarma. Pasé los dedos entre las notas prendidas en grupos de tres. Encontré un código de cuatro dígitos escrito en la parte inferior de una nota del ayuntamiento de hacía dos años sobre nuevas normas de aparcamiento. Lo introduje en el teclado numérico. El piloto rojo empezó a destellar y la caja a pitar. Sonreí. Nunca falla. Siempre hay alguien que anota en un papel contraseñas de ordenadores, números privados, códigos de alarmas.

(Lee Child, El inductor, Barcelona, Ediciones B, 2004)

jueves, 13 de septiembre de 2012

Probabilidades


Después le conté lo de la ruleta rusa.
—¿Jugó usted?
—Seis veces —dije, y miré fijamente la rampa.
Duffy me clavó la mirada.
—Está loco, una posibilidad entre seis; debería estar muerto.
Sonreí.
—¿Ha jugado alguna vez?
—No. No me gustan esos juegos.
—Usted es como la mayoría de la gente. Beck también. Él creía que las posibilidades eran una entre seis. Sin embargo, se acercan más a una entre seiscientos. O a una entre seis mil. Si uno pone una bala pesada en un arma bien hecha y bien conservada como ese Colt Anaconda, sería un milagro que el tambor se parara cuando la bala está cerca de la parte superior. La inercia del giro siempre la lleva hacia abajo. Un mecanismo de precisión, un poco de aceite y la gravedad te echan una mano. No soy idiota. La ruleta rusa es más segura de lo que se piensa. Y valió la pena correr el riesgo para que me contratara.
Se quedó callada.

(Lee Child, El inductor, Barcelona, Ediciones B, 2004)

martes, 11 de septiembre de 2012

“A ver qué te depara el próximo minuto”


El inductor, Lee Child

Otra aventura de Jack Reacher que cae en mis manos. ¿Más de lo mismo? Y…, en un punto sí, pero, ¡menos mal que hay más de lo mismo!

Como en El camino difícil, ahora en El inductor (inexplicable traducción de Persuader, séptima novela de la serie) también encontramos a Jack Reacher trabajando infiltrado en una organización delictiva. Esta es la comandada por Zachary Beck, un comerciante de alfombras que parece demasiado poderoso y demasiado rico para ser un simple “comerciante de alfombras”.

Ya conocemos a Reacher. Es una máquina ultraprofesional. Es tan veloz con las armas como con la cabeza calculando probabilidades. Es frío y muy peligroso. A pesar de su origen y formación en el Ejército, pocos como él tan lejanos de cualquier organización burocrática o gubernamental : siempre anda solo, casi como un vagabundo. Entonces, ¿cómo y por qué llega a infiltrarse en medio de la gente de Beck? ¿Para qué, para quién? Sin entrar en detalles acerca del cómo, sí diré que Reacher termina metido en este brete por dos motivos. El primero es personal: sospecha que el jefe de Beck es Quinn, un exmilitar con el que tiene pendiente una cuenta muy pesada. Tan pesada que Reacher creía haberlo matado, en venganza por la muerte de una joven compañera del ejército. Ahora descubre que Quinn vive. Debe volver a vengarse, y no fallar esta vez. El segundo motivo le viene de rebote: en una operación “extraoficial” la DEA infiltró en casa de Beck a la agente Teresa Daniel, y hace semanas que se ha perdido todo contacto con ella. El pacto es: la DEA ayuda a Reacher a infiltrarse y él les trae de vuelta a Daniela.

Luego de un primer capítulo de antología, que quita la respiración y termina de tal forma que es imposible no continuar la lectura, la historia se desarrolla con agilidad. Como las anteriores que leí de Child, esta también es una novela adictiva. Un verdadero page turner de suspenso y violencia extrema.

Cuando se dice “violencia extrema” significa que Jack Reacher, el protagonista y narrador —el “bueno” de la historia— se carga por lo menos a nueve o diez tipos. Profesionalmente, sí, con sangre helada, es cierto. También es cierto que sus adversarios son todos muy malos, pero no por eso Reacher es menos asesino.

Hay varios momentos memorables en la novela. Rescato dos: uno es la pelea final con el gigante Paulie —el mejor personaje de la historia—, que no le será nada fácil a Reacher, acostumbrado a pegarle a quien sea. El otro es la caída al mar que hay sobre el final. Inolvidables, y lectura obligada para quien quiera aprender cómo se escribe una escena de acción.

Es en esos trances difíciles en los que está en juego todo, cuando Reacher recuerda a Leon Garber, su superior y maestro en el ejército. El viejo Leon tenía varias frases, pero una de ellas —para esos instantes-James-Bond en los que escapar parece imposible—, es una que pinta de cuerpo entero a Jack Reacher y su modo de actuar: “conserva la vida, y a ver qué te depara el próximo minuto”.

Sabio consejo al que Reacher deberá recurrir unas cuentas veces en esta historia.

Y nosotros con él: conservando la vida, siempre esperando a ver qué nos depara el siguiente minuto, la siguiente página.

Traducción: Juan Soler

8/12

domingo, 9 de octubre de 2011

El sonido del miedo

¿Cuál es la sintonía del siglo XX? Podríamos celebrar un debate sobre ello. Unos acaso dirían que es el sereno zumbido del motor de un avión. Quizás el de un solitario caza deslizándose por un cielo azul en la década de 1940. O el aullido de un reactor volando bajo, haciendo temblar la tierra. O el bop bop bop de un helicóptero. O el bramido de un avión de carga 747 al despegar. O las explosiones de las bombas que caen sobre una ciudad. Todos cumplirían los requisitos. Son ruidos exclusivos del siglo XX. Nunca se habían oído antes. Jamás en la historia. Algunos optimistas insensatos tal vez votarían por una canción de los Beatles. Un coro de ye, ye, ye apagándose bajo los chillidos del público. Me gustaría esa opción. Pero una canción y unos gritos no reúnen los requisitos. La música y el deseo han estado entre nosotros desde el origen de los tiempos. No se inventaron a partir de 1900.

No, la cortina musical del siglo XX es el chirrido y el estrépito de las orugas de los tanques en una calzada pavimentada. Ese sonido se oyó en Varsovia y en Rotterdam, en Stalingrado y en Berlín. Y se volvió a oír en Budapest, en Praga, en Seúl y en Saigón. Es un sonido terrible. Es el sonido del miedo. Habla de una fuerza abrumadora. Y habla de indiferencia lejana e impersonal. Las bandas de rodadura del tanque chirrían y traquetean, y el propio ruido que producen nos revela que no pueden detenerse. Nos comunica que somos débiles e impotentes contra la máquina. De repente, una oruga se para y la otra sigue y el tanque da media vuelta y avanza tambaleándose hacia nosotros, rugiendo y chirriando. Éste es el verdadero sonido del siglo XX.

(Jack Reacher)

jueves, 6 de octubre de 2011

La santísima trinidad

Teníamos una serie de posibles sospechosos. Era una base cerrada, y el ejército es bastante eficiente en saber quién está en cada lugar en todo momento. Podíamos empezar con metros de papel impreso y analizar cada nombre según un sistema binario, posible o no posible. A continuación podíamos reunir todos los posibles y trabajar con la santísima trinidad universal de los detectives: medios, móvil y oportunidad. Los medios y la oportunidad no revelarían gran cosa. Por definición, nadie estaría en la lista de los posibles a menos que se demostrase que tenía una oportunidad. Y en el ejército todo el mundo es físicamente capaz de estrellar una barra de hierro contra la cabeza de una víctima desprevenida. Sería un equivalente aproximado del requisito más básico para entrar.

O sea que vamos a parar al móvil, que a mi entender era donde empezaba todo. ¿Por qué?

(Jack Reacher)

(Lee Child, El enemigo, Barcelona, Ediciones B, 2006, pg 163)

lunes, 3 de octubre de 2011

Intrigas en un nuevo orden mundial

El enemigo, Lee Child


El enemigo es la primera de las historias de Jack Reacher, el detective creado por el británico Lee Child. No es la primera novela, pero sí la que ocurre más temprano en el tiempo, y de ella podemos aprender mucho acerca del protagonista.

Estamos en el Año Nuevo de 1990. Jack Reacher se encuentra destinado en una base de Carolina del Norte. Ha llegado allí pocos días antes, procedente de Panamá (Noriega, operación Causa Justa, ¿a alguien le suena?). En medio de los festejos de Año Nuevo, en su carácter de comandante de Policía Militar, Reacher debe asistir a un sucio motel de un cruce carretero cercano a la base. Allí ha aparecido muerto un alto general, jefe del cuerpo de Blindados con asiento en Alemania, que se encontraba de paso hacia una importante reunión a celebrarse en California. ¿Qué hace ahí? ¿Con quién estaba? Parece que ha muerto de un ataque al corazón, pero ¿solo, y con un condón puesto? En cualquier caso, hay en el Ejército gente que está muy interesada en que no crezca un escándalo a partir de esto.

Digamos que un general muerto en un motel no es cosa fácil de manejar, pero muy distinto es que enseguida aparezca asesinada la esposa del mismo general, quien vivía en una ciudad cercana a la base. ¿Mucha casualidad pensar en un ladrón? Encima, dos días más tarde el cadáver de un integrante de los comandos Delta aparece en medio del campo, en una escena armada para simular un crimen de índole sexual.

Reacher, que no cree mucho en las casualidades, debe buscar la conexión entre estos hechos. Con ayuda de la teniente Summer encara las investigaciones, a menudo transgrediendo muy alevosamente la disciplina militar. Se convierte en poco menos que un renegado, perseguido por pares y superiores a medida que va desentrañando una intriga política de grandes proporciones. En un mundo que se ha vuelto del revés luego de la caída del Muro, muchos saben que se vienen cambios violentos en el Ejército, y todos están trabajando para sacar el mejor provecho de ellos. Reacher debe entonces destapar intrigas internas que lo llevan a recorrer medio mundo, desde California a Frankfurt, pasando por París.

Paralelamente, conocemos al hermano de Reacher. También es un alto funcionario del gobierno. Ambos deben encontrarse para ir a ver a su madre, que está agonizando sola en París. Esta trama paralela, en un registro que poco tiene que ver con el policíaco, resulta muy interesante por la información que nos da acerca de Reacher y su familia, pero por sobre todo porque nos muestra un costado de Reacher al que no estamos habituados: el de los afectos. Perfectamente escrita, de lo mejor del libro, resulta emocionante presenciar la forma en que los hermanos Reacher se enfrentan a la pérdida.

En mi anterior reseña sobre él, ya encontré varios características que me gustaban del Reacher detective privado. Sin embargo, en El enemigo todavía se desempeña como un militar de un ejército imperial, cuyas “Causas justas” viene sufriendo el mundo entero desde hace rato. ¿Cómo se entiende que, aun así, el personaje caiga tan bien? Se me ocurre una explicación: Reacher es un outsider. Trabaja en el ejército, y es leal a él, pero como todo buen detective que se precie, Reacher tiene sus convicciones, su moral, y no hay norma del ejército que pueda pasar sobre ellas. Nada más lejano a Reacher que el concepto de “obediencia debida”, en su acepción mala. El lector nunca pierde de vista que, tarde o temprano, Reacher acabará teniendo problemas son sus empleadores…

Una gran novela de un gran personaje. Invita a hacerse fan de la serie. A diferencia de El camino difícil, El enemigo está narrada en primera persona por el propio Reacher. Este detalle ya me lo había adelantado mi amigo Diego Ruiz, de elaleph.com, que me prestó el libro (y también el próximo de la serie). ¡Gracias, Diego!

Traducción: Juan Soler

9/11

jueves, 7 de julio de 2011

Ni con un espejo colgado de un palo

—Una lástima. Su esposa es una mujer hermosa, señor Lane. Y su hija es encantadora. Y, si las quiere de vuelta, yo soy todo lo que tiene. Porque, como le dije, sus hombres pueden iniciar una guerra, pero no son investigadores. Ellos no pueden encontrar lo que usted busca. Los conozco. Estos tipos no podrían encontrarse el culo ni aunque les diese un espejo colgado de un palo para que se lo vieran.

Nadie habló.

—¿Sabe dónde vivo? —preguntó Reacher.

—Podría averiguarlo —replicó Lane.

—No podría. Porque no vivo en ninguna parte. Me desplazo. Aquí, allá, a cualquier lado. De modo que si decidiese irme hoy de aquí, no volvería a verme. Puede estar bien seguro.

Lane no respondió.

—Y, en cuanto a Kate, tampoco volvería a verla. También puede estar bien seguro de eso.

—No saldrías de aquí con vida. A menos que yo lo decidiese.

Reacher meneó la cabeza.

—Aquí no utilizará armas de fuego, no dentro del edificio Dakota. Estoy convencido de que eso rompería los términos de su acuerdo comercial. Y no me preocupa el combate cuerpo a cuerpo. No contra hombres como esos. Recuerda cómo era en el ejército, ¿verdad? Si alguno de sus hombres se salía de la formación, ¿a quién llamaba? A la Unidad Especial 110. Los hombres duros necesitan policías aún más duros. Yo era uno de esos policías. Y me muero de ganas de volver a serlo. Contra todos a la vez, si quiere.

Nadie habló.

(Lee Child, El camino difícil, Barcelona, RBA Libros, 2009, pág 63)

lunes, 27 de junio de 2011

A este lo vas a querer en tu equipo

El camino difícil, Lee Child

Hagamos un juego. Supongamos que te encuentras, estimado lector, en un callejón oscuro y sucio. No estás solo: hay, pongamos, cuatro o cinco tipos muy enojados. No importa la razón, pero el enojo es contigo, lector. Los tipos portan armas “no inmediatamente letales” (es decir, no pistolas, sino, por ejemplo, bates de béisbol). No hay testigos a la vista. El panorama es feo, ¿eh? Bueno, éste es el juego: te doy un segundo para pensar en un héroe de novela negra, que se materializará en el callejón y te ayudará en ese difícil trance. ¿Listo? ¿Pensaste? Yo también: el mío es y será Jack Reacher, un tipo duro de verdad. Muy duro.

Jack Reacher, el protagonista de El camino difícil, es un expolicía militar. De vez en cuando hace trabajos de investigador privado, pero no parece que sea una ocupacion estable. En esta, décima novela de una serie que ya lleva ¡dieciséis!, podría decirse que su trabajo le cae de casualidad. Una noche, Reacher se encuentra tomando un expreso en un café neoyorquino cuando observa a un hombre subirse a un auto y alejarse. Nada muy llamativo, la verdad. El café está tan bueno que, contrariando una de sus tantas normas internas —llamarlas obsesiones sería más correcto— vuelve a la noche siguiente al mismo lugar, a la misma hora. Allí lo encara un sujeto que le pregunta por el hombre y el auto que vio la noche anterior. Reacher nos sorprende con una descripción ultra detallada del vehículo, como si estuviese viéndolo en ese mismo momento. Es una de las tantas habilidades de Reacher: observar, vivir en estado de alerta.

El tipo que lo interroga resulta ser un militar británico retirado. Lo lleva al famoso edificio Dakota a ver a su jefe, el señor Lane, y a sus compañeros. Reacher detecta enseguida que todos son de alguna forma sus colegas: Marines, Deltas, Recon Marines, comandos SAS, todos combatientes de élite. Le explican que lo que presenció la noche anterior fue la entrega de un rescate millonario por un secuestro, el de la esposa y la hijastra de Lane, y que es el único que vio al secuestrador. Lane no está dispuesto a recurrir al FBI. Así que, pregunta va, respuesta viene, Reacher termina contratado por Lane, quien lo incorpora a su equipo con la misión de encontrar a las secuestradas.

Comienza así una historia interesantísima y atrapante, que nos llevará desde el Greenwich Village de Nueva York hasta la campiña inglesa, pasando por los horrores de las guerras civiles y las revueltas en pequeñas naciones africanas. Con una muy adecuada dosificación de las pistas que permiten al lector ir desentrañanado el misterio a la par de Reacher, la novela se lee de un tirón. A mí criterio no tanto por la historia sino por el personaje: la pregunta no es acá “¿qué va a pasar ahora?” sino “¿qué hará Reacher ahora?”.

Jack Reacher es un personaje muy especial. Su enorme físico, sumado a su entrenamiento militar y a su mente de extraño funcionamiento lo convierten en una especie de máquina super eficiente para el rastreo de personas. Reacher habla muy poco, sólo lo necesario. Observa todo, todo el tiempo. Almacena datos que a la mayoría de los mortales se nos pasarían por alto. Siempre sabe qué hora es gracias a su preciso reloj mental, que incluso le sirve para despertarse. No sabe de dónde le viene esta habilidad, pero la tiene. Y, encima de todo, Reacher puede ser un tipo muy violento. De esos que no se andan con vueltas a la hora de resolver por las malas cualquier situación. En suma, el tipo que te conviene tener siempre de tu lado.

Lee Child, británico al que se le nota poco su origen, escribe con mucho oficio una buena historia, no quiero dejar de mencionarlo. Muchos quisieran escribir una historia tan bien planteada como esta, no lo duden. Pero su mejor creación es este extraordinario personaje. Jack Reacher, norteamericano, y cuyas historias transcurren en Estados Unidos, es una creación muy bienvenida. Es uno de esos personajes que te hacen esperar con ansiedad su próxima novela.

El camino difícil es el primer libro de Lee Child que se puede encontrar en las librerías de Buenos Aires. Sé de alguna vieja edición de otro, y también que RBA ha sacado alguna novela más en su interesante colección Serie Negra.

Venderán al menos una el primer día en que aparezca por aquí.

Traducción (¡excelente!): Magdalena Palmer

5/11