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martes, 7 de mayo de 2013

Marselleses


Eran de Marsella. Marselleses antes que árabes. Con la misma convicción que nuestros padres. Como lo éramos Ugo, Manu y yo a los quince años. Un día, Ugo preguntó: “En mi casa, en casa de Fabio, se habla napolitano. En tu casa, habláis español. En clase aprendemos francés. Pero, al final, ¿qué somos?”
­—Pues moros, está claro —respondió Manu.
Casi nos morimos de risa. Y ahí estaban ellos ahora. Reviviendo nuestra miseria. En las casas de nuestros padres. Tomándose esto como un paraíso en mano y rezando para que durase. Mi padre me dijo una vez: “No te olvides: cuando llegué aquí, a primera hora de la mañana, no sabíamos si comeríamos al mediodía o no, pero al final comíamos”. Ésa era la historia de Marsella. Su eternidad. Una utopía. La única utopía del mundo. Un lugar en el que cualquier persona, de cualquier color, podía bajar de un barco, o de un tren, con la maleta en la mano, sin un duro en el bolsillo y fundirse en la marea de los demás. Una ciudad en la que, nada más poner el pie en el suelo, ese hombre podía decir: “Aquí es. Estoy en mi casa”.
Marsella pertenece a quienes viven en ella.

(Jean-Claude Izzo, Total Khéops, Madrid, Ediciones Akal, 2012, pág 206)

lunes, 6 de mayo de 2013

La amistad no soporta deudas


Me gustaba mucho esta travesía. Contemplando el paso entre los dos fuertes, Saint-Nicolas y Saint-Jean, que custodian la entrada de Marsella y miran hacia alta mar y no hacia La Cannebière. Adrede. Marsella, puerta de Oriente. Lo otro. La aventura, el sueño. A los marselleses no les gustan los viajes. Todo el mundo los cree marineros, aventureros, que su padre o su abuelo han dado la vuelta al mundo, por lo menos una vez. Como mucho, habían llegado hasta Niolon. O al Cap Croisette. En las familias burguesas el mar estaba prohibido para los niños. El puerto propiciaba los negocios, pero el mar estaba sucio. Por ahí es por donde venía el vicio. Y la peste. Desde que empezaba a hacer bueno, la gente se iba al campo. A Aix y sus tierras, sus masías y sus bastidas. El mar se lo dejaban a los pobres.
El puerto fue el terreno de juego de nuestra infancia. Aprendimos a nadar entre los dos fuertes. Un día había que conseguir hacer la ida y vuelta. Para ser un hombre, para impresionar a las chicas. La primera vez, tuvieron que venir Manu y Ugo a rescatarme. Me iba a pique, medio ahogado.
—¿Has pasado miedo?
—No. Me he quedado sin respiración.
Respiración tenía. Pero había pasado miedo.
Manu y Ugo ya no estaban ahí para venir a socorrerme. Se habían ahogado y yo no había podido acudir en su ayuda. Ugo no había intentado verme. Lole había huido. Estaba solo, y me iba a hundir en la mierda. Sólo para estar en paz con ellos. Con nuestra juventud desbaratada. La amistad no soporta las deudas. Al final de la travesía quedaría sólo yo. Si conseguía llegar. Todavía me hacía algunas ilusiones sobre el mundo. Perduraban en mí viejos sueños tenaces. No estoy seguro de saber vivir ahora.

(Jean-Claude Izzo, Total Khéops, Madrid, Ediciones Akal, 2012, pág 194)

domingo, 5 de mayo de 2013

Montale y las mujeres


En mis brazos Marie-Lou se hacía cada vez más ligera. Su sudor liberaba las especias de su cuerpo. Nuez moscada, canela, pimienta. Albahaca también, como Lole. Me encantaban los cuerpos especiados. Cuanto más me empalmaba, más sentía su vientre duro frotarse contra mí. Sabíamos que acabaríamos en la cama, y queríamos retrasar el momento al máximo. Hasta que el deseo fuera ya insoportable. Porque, después, la realidad nos atraparía otra vez. Yo volvería a ser poli y ella una prostituta.
Me desperté como a las seis. La espalda cobriza de Marie-Lou me recordó a Lole. Me bebí la mitad de una botella de agua mineral, me vestí y salí. Fue ya en la calle donde me comenzó a dar otra vez. La comedura de coco. Otra vez ese sentimiento de insatisfacción que me acosaba desde que se marchó Rosa. A las mujeres con las que había vivido, las había amado. A todas. Y con pasión. Ellas también me habían amado. Pero seguro que más de verdad. Me habían regalado tiempo de sus vidas. El tiempo es algo esencial en la vida de una mujer. Es real para ellas. Relativo para los hombres. Me habían dado, sí, mucho. ¿Y qué les había ofrecido yo? Ternura. Placer. Felicidad inmediata. No se me daban mal esos terrenos. Pero ¿y después?

(Jean-Claude Izzo, Total Khéops, Madrid, Ediciones Akal, 2012, pág 76)

sábado, 4 de mayo de 2013

Marsella


Marsella no es una ciudad para turistas. No hay nada que ver. Su belleza no se fotografía. Se comparte. Aquí hay que tomar partido. Apasionarse. Estar a favor o en contra. Estar, hasta las cachas. Y sólo así lo que hay que ver se deja ver. Y entonces, demasiado tarde, uno se encuentra de lleno en pleno drama. Un drama antiguo, donde el héroe es la muerte. En Marsella, incluso para perder, hay que saber pegarse.

(Jean-Claude Izzo, Total Khéops, Madrid, Ediciones Akal, 2012, pg 31)

miércoles, 1 de mayo de 2013

Caos total


Total Khéops, Jean-Claude Izzo

Estoy en deuda con el neo-polar, la novela negra francesa que, con su producción del último tercio del siglo XX, marcó un camino para gran parte de la novela negra europea posterior. Considerando la influencia que se le atribuye, debo reconocer que si bien he leído mucho sobre ella, es bastante poco lo que he leído de ella. Cuando se lo dije a un  amigo librero, este me mandó Total Khéops, de Jean-Claude Izzo. Nunca se había equivocado el librero y esta vez no fue la primera.

Total Khéops está narrada y protagonizada por el policía Fabio Montale. Montale se crió en los barrios bajos de Marsella, entre los inmigrantes árabes, italianos y españoles. Con sus amigos Ugo y Manu, y la bella Lole, fueron inseparables. Eran jóvenes y, por lo tanto, inmortales. Se animaban a todo, y así fue que comenzaron a dar golpes, pequeños robos, y a gastarse en juergas la plata que robaban. Hasta que un asalto salió mal. Se separaron, tomaron distintos caminos. Manu y Ugo, el delito. Fabio, la policía. Hubo discusiones y distancia, pero la amistad nunca se apagó del todo.

Pero eso fue antes. Ahora, a comienzos de los noventa, las cosas han cambiado. El filonazi Frente Nacional de Le Pen arrasa con las preferencias en las citès, las barriadas de Marsella. Manu está muerto. Lo asesinaron. Ugo vuelve a Marsella para vengarlo. Se encuentra con Lole. Le entrega un pasaje de tren, algo de plata y esa misma noche Ugo le vacía un cargador en el pecho a un capomafia. Antes del amanecer, en un callejón, él mismo recibe las balas de la policía.

A los codazos entre sus colegas corruptos, Fabio Montale se mete en la investigación de la muerte de Ugo. Las mafias italianas están involucradas. Montale, criado en un barrio de macarronis, conoce el paño. Sabe que, con sus amigos muertos de por medio, no será un caso fácil.

Paralelamente, Montale es requerido por su amigo Mulud. Le pide ayuda, pues su hija Leila, por la que Fabio siente un afecto especial, ha desaparecido. Montale le promete encontrarla, pero lo que encuentra a los pocos días es un cadáver, en una cuneta, con hormigas y moscas sobre la sangre seca. La habían violado. Por árabe, por morita. Así son las cosas en Marsella.

En una trama que lo tironea de todos lados, Montale irá avanzando hasta descubrir las conexiones entre las mafias, la policía, los racistas, los que mataron a Leila. Un caos total, un total khéops, como cantan los raperos de IAM.

Total Khéops es una extraordinaria novela negra. Lo es porque, al margen de una trama más o menos compleja, más o menos interesante, la historia va por el lado del retrato de una sociedad en un determinado momento histórico. Aquí los ojos que describen esa sociedad son los de Fabio Montale. Policía atípico, desencantado y de vocación débil, no odia a los pobres ni a los árabes. Él mismo viene de la inmigración, y lo recuerda. Tiene claro quiénes son los enemigos. Es un romántico que pelea solo, como buen detective arquetípico. Latino y mediterráneo (al igual que el Montalbano de Camilleri, su nombre homenajea al gran Manuel Vázquez Montalbán, padre de Pepe Carvalho), no le son ajenas la buena cocina y las mujeres. Está solo desde que lo dejó Rosa, pero conserva varias compañeras. La joven Leila, Marie-Lou, Babette y Honorine. Todas se hacen presentes en su cama o en su mesa. Es decir, en su corazón.

Izzo conoce y ama Marsella. Las descripciones de sus bares, sus callejones, sus paisajes y su historia avivan en el lector el deseo de viajar hasta allí. Caminar por sus calles portuarias, mugrientas, tomarse un pastís oliendo el Mediterráneo. No es poco mérito y habla de la estatura de Izzo como escritor. Sin embargo, decir que Marsella es el otro personaje que anima esta historia ya suena a lugar común. Prefiero decir que Marsella, ciudad natal de Montale y del propio Izzo, es el escenario que elige el autor para mostrar el retrato social propio de este género. Marsella es fundamental en esta novela, pero porque es el escenario para hablar de la violencia de una sociedad, de una forma de vivir. Mostrar Marsella, hablar del mundo.

Total Khéops da comienzo a la Trilogía de Marsella. Las otras dos novelas son Chourmo y Soleá, todas protagonizadas por Fabio Montale (*). Será difícil conseguirlas desde Buenos Aires. Valdrá la pena intentarlo, o habrá que apelar al librero. Y leerlas todas: no sea cosa de que pinte un viaje a Marsella, y uno no esté preparado.

Traducción: Matilde Sáenz
3/13

(*): luego de la muerte temprana de Izzo, en 2000, la Trilogía de Marsella fue llevada a la TV en una miniserie en la que Alain Delon interpretó al Montale.