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lunes, 10 de febrero de 2014

Que yo me fui de mi barrio…

Que en vez de infierno encuentres gloria, Lorenzo Lunar

Alguien dijo una vez
que yo me fui de mi barrio,
¿cuándo? …pero ¿ cuándo?
¡Si siempre estoy llegando!
(“Nocturno de mi barrio”, Aníbal Troilo)

Segundo título del lanzamiento inicial de cuatro con que hizo su aparición la Colección Código Negro, Que en vez de infierno encuentres gloria, del cubano Lorenzo Lunar es una publicación especialmente bienvenida. Ganadora de importantes premios del género en España en 2003, es un rescate valioso, más en estas costas, en las que nunca fue editada (y creo que el autor, tampoco).

Leo Martín es el protagonista de esta historia de bajos fondos. Leo es policía, Jefe de Sector, en El Barrio. Lo han designado hace poco en ese puesto, pero él no ha recibido el ascenso con gran alegría. ¿Por qué? Bueno, porque ese es el lugar en el que él nació. O sea, Leo conoce absolutamente todo lo que pasa en El Barrio. Y esa abundancia de información, sueño húmedo de cualquier policía, significa para Leo poner en juego demasiadas lealtades. Muchas historias compartidas, amistades de años, crecidas en El Barrio. Leo sabe que trabajar en su propio lugar va a ser difícil, y tendrá que ir con cuidado. Porque amigos son los amigos, aún cuando a veces se paren del otro lado de la fina línea de la ley.

La historia gira alrededor del crimen del viejo Cundo, asesinado en su propia casa. Cundo es un borracho perdido. En la pieza en la que dormía se jugaba dominó por plata, y también a veces atendía Rosa María, una joven prostituta que heredó el oficio de su madre, Blanquita, quien con menos de cuarenta ya está retirada, desvariando por los estragos del calambuco. Leo tiene un compromiso afectivo con todos estos personajes. Al viejo Cundo lo quería mucho, lo conoce de toda la vida. A Blanquita, ni decirlo: con ella debutó sexualmente —como todos sus amigos—, allá en su adolescencia. Son demasiado cercanos: Leo se jura a sí mismo que va a encontrar al asesino. En el interín, deberá soportar las presiones de su jefe, César, que acusa a Pepe la Vaca, un amigo de Leo que ha desaparecido misteriosamente.

Como pasa en las mejores novelas negras, aquí también la investigación —que Leo fatiga a la vieja usanza, es decir, caminando, preguntando, negociando— es apenas una excusa, porque lo más importante que tiene para contarnos este libro pasa por otro lado, algo que posiblemente tenga que ver con aquello de “pinta tu aldea”. Pintura que se hace interesante por partida doble: por “el pintor” —reconocido cultor del género negro— y por “la aldea” —Santa Clara, y en ella toda Cuba, país caliente si los hay.

Con una prosa eficaz, económica pero cálida, que se disfruta, Lorenzo Lunar nos presenta la geografía de ese Barrio que, al decir de Leo, “le ronca los cojones”. Una geografía que es física —con sus calles musicales, sus casas decrépitas, sus autos agonizantes—, de subsistencia —viviendo del chiquitaje, del tráfico barrial de licores ilegales, de carnes ilegales, en calles en las que hasta el improbable frío cubano te puede matar—, y que desemboca, en suma, en una geografía humana de extraordinarios personajes secundarios, con nombres y apodos alucinantes. La prosa musical y el riquísimo —y explicado por el editor— argot caribeño de la isla potencian este costado costumbrista, haciendo de él un punto seductor de la novela.

El personaje es otro punto fuerte. Leo Martín es un tipo leal, con códigos. Fiel a sus raíces, Leo tiene una mirada “de buena leche” a la realidad nada fácil que le toca vivir a él y a los suyos en su querida Santa Clara. Y uno adivina que lo que hace, lo que investiga, esa búsqueda, la hace más por sus amigos que por su (circunstancial) rol de policía.

Con esta buena trama de perdedores, de miseria, de pequeños delincuentes que negocian su huida de la isla, de funcionarios corruptos que trafican, Lunar tiene el mérito adicional de mantenerse a salvo de cualquier proclama ideológica. Afortunadamente, Lunar se limita a su función: contar una historia. Con honestidad, interesante y bien escrita. No trata de contarnos ni lo maravilloso ni lo penoso que resulta vivir en la isla de la Revolución. Tal vez porque, sabio, no elige escribirnos desde Cuba o Santa Clara, sino desde el Barrio.

Un Barrio del que tal vez Leo Martín nunca pueda irse.

Porque, como sabemos desde Pichuco, al Barrio siempre, siempre se está llegando.


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jueves, 10 de marzo de 2011

El Perro Demoníaco ha vuelto

Sangre vagabunda, James Ellroy

Para que todos estén advertidos, y sepan de qué estoy hablando, voy a comenzar por admitir mi admiración, mi absoluta devoción hacia quien considero el mejor autor vivo de novela negra: James Ellroy. Y lo digo aún consciente del escaso sentido que tienen estos “ránkings” que, no obstante, todos tenemos en la cabeza. Incluso hay quienes dicen que es el mejor novelista norteamericano de la actualidad. No me animo a tanto debido a mi ignorancia en semejante área, pero no me extrañaría que fuera una afirmación acertada. Ellroy ha hecho y sigue haciendo mérito suficiente.

A la vez escritor excéntrico y personaje construido minuciosamente, sobre James Ellroy se han escrito miles de cosas. Los invito a que googleen y lean algunas de ellas. Algunos lo llaman ejem "el Perro diabólico de la literatura americana". Por cierto, la historia de su vida de joven está signada por la marginalidad, el abandono, la tragedia. Pero ¿cuánto hay de realidad y cuánto de fachada en sus actuales poses machistas, xenófobas, ultraderechistas? Y la verdad, ¿a quién le importa, si escribe como escribe?

Se dice que, entre otras cosas, la novela negra que inauguró Hammett allá por los 30 se propuso radiografiar los huesos corruptos que sostienen a la sociedad occidental: dejando de lado los clásicos enigmas victorianos, la novela negra bajó a la calle ensuciarse con la realidad violenta, con la corrupción y la doble moral de los norteamericanos.

Si todo eso es cierto, hay que pensar entonces que Ellroy viene a ampliar, de una manera crudísima, esos horizontes de la novela negra. Sus personajes suelen ser de muy oscura moral, ultra violentos, con obsesiones sexuales de todo tipo. Sus tramas incorporan a la política y a la corrupción suprema que se enquista en los poderes del Estado y en los medios de comunicación. Desmesurado, brutal, ambicioso son adjetivos que le van tan bien al autor como a su obra.

Entonces, si hacemos un cóctel con: a) un escritor de otro planeta, en su madurez creativa, rabioso como nadie; b) una prosa filosa, un estilo obsesivo hasta la exasperación; y c) un período histórico muy rico en los EEUU –por otra parte, verdadero paraíso de la Teoría Conspirativa–, ¿qué tenemos? Respuesta: la Trilogía Americana. A mi entender, la obra más ambiciosa de James Ellroy.

Sangre vagabunda es la monumental novela que cierra dicha trilogía (las anteriores fueron América y Seis de los grandes (*)). Relata el período que va desde junio de 1968 a mayo de 1972. Lo hace a través de la visión de tres personajes principales, algunos de ellos ya presentes en las partes anteriores de la Trilogía. Tres grandes hijos de puta, si se me permite la expresión: Dwight Holly –agente especial del FBI, predilecto del nefasto J. Edgar Hoover–, Wayne Tedrow Jr. –ex policía, químico, metido en el tráfico de heroína, proveedor exclusivo de Howard “Drácula” Hughes, asesino de negros, parricida–, y Don Crutchfield –detective privado, voyeur, activista de ultraderecha–. Los tres son desgarrados por profundos conflictos morales y también lo tres, por distintos caminos, convergen en una única obsesión por la misma mujer, la activista subversiva Joan Klein.

En una trama de una complejidad abrumadora pero que funciona como un mecanismo de relojería, se mezclan sucesos y personajes ficticios con otros reales dando forma a esta especie de negrísima novela histórica. Los Ángeles, Las Vegas, Cuba, República Dominicana y Haití son los escenarios en los que presenciamos conspiraciones de todo tipo, racismo, persecuciones políticas, escuchas ilegales, expedientes secretos, chantajes, drogas, esmeraldas robadas, matanzas, actividades anticomunistas en el Caribe, atentados, inteligencia y contrainteligencia, torturas, vudú, la paranoia ante la Gran Amenaza Roja, movimientos por los derechos de los negros, hippies, pacifistas, activistas rojos, compañías de taxis que son lavadoras de dinero de la mafia, persecusiones sexuales…

Además de los cuatro mencionados protagonistas, hay otros personajes, imaginarios y reales, igual de interesantes y desquiciados. Los enumero simplemente para que queden en mi memoria sus nombres (sería muy largo describirlos a todos, aunque varios están en los libros de historia): Karen Sifakis, J. Edgar Hoover, Richard Nixon, Reginald Hazzard, Mary Beth Hazzard, Papa Doc Duvalier, Joaquín Balaguer, Scotty Bennet, Marshall Bowen, Dr. Fred Hiltz, Jack Lehany, Phil Irwin, Chick Weiss, Santo Trafficante y “los Chicos”, Howard Hughes, Sonny Liston, el Ku Klux Klan, Martin Luther King, Bobby Kennedy.

Sangre vagabunda es una historia magnífica, estructurada de una forma inteligente y narrada con un estilo soberbio. Es una verdadera locura político-histórico-literaria que deja al lector sin aliento durante casi 800 páginas. Y que brillará en mi biblioteca y en mi memoria. ¡Gracias, Mr. Ellroy!

Traducción: Monserrat Gurguí y Hernán Sabaté.

1/11

(*) Lamentablemente, ninguna de las partes de la Trilogía Americana ha sido vista jamás en las librerías porteñas. ¡Vaya uno a entender las políticas editoriales! Mientras tanto, habrá que seguir saciando la sed de Ellroy hurgando en anaqueles olvidados o en mesas de saldos y usados.

¡ATENCIÓN! ¡Último momento! El viernes 1/4 fueron vistos varios ejemplares de Sangre vagabunda en céntrica librería porteña. El precio de $119 parece mucho, pero si querés más argumentos para decidirte, acá tenés otro: ¡menos de $0,15 por página! Realmente, una verdadera ganga...