Que en vez de
infierno encuentres gloria, Lorenzo Lunar
Alguien dijo una vez
que yo me fui de mi barrio,
¿cuándo? …pero ¿ cuándo?
¡Si siempre estoy llegando!
que yo me fui de mi barrio,
¿cuándo? …pero ¿ cuándo?
¡Si siempre estoy llegando!
(“Nocturno de mi barrio”, Aníbal Troilo)
Segundo título del lanzamiento
inicial de cuatro con que hizo su aparición la Colección Código Negro, Que en vez de infierno encuentres gloria,
del cubano Lorenzo Lunar es una publicación especialmente bienvenida. Ganadora
de importantes premios del género en España en 2003, es un rescate valioso, más
en estas costas, en las que nunca fue editada (y creo que el autor, tampoco).
Leo Martín es el protagonista de
esta historia de bajos fondos. Leo es policía, Jefe de Sector, en El Barrio. Lo
han designado hace poco en ese puesto, pero él no ha recibido el ascenso con gran
alegría. ¿Por qué? Bueno, porque ese es el lugar en el que él nació. O sea, Leo
conoce absolutamente todo lo que pasa en El Barrio. Y esa abundancia de
información, sueño húmedo de cualquier policía, significa para Leo poner en
juego demasiadas lealtades. Muchas historias compartidas, amistades de años,
crecidas en El Barrio. Leo sabe que trabajar en su propio lugar va a ser
difícil, y tendrá que ir con cuidado. Porque amigos son los amigos, aún cuando
a veces se paren del otro lado de la fina línea de la ley.
La historia gira alrededor del
crimen del viejo Cundo, asesinado en su propia casa. Cundo es un borracho
perdido. En la pieza en la que dormía se jugaba dominó por plata, y también a
veces atendía Rosa María, una joven prostituta que heredó el oficio de su
madre, Blanquita, quien con menos de cuarenta ya está retirada, desvariando por
los estragos del calambuco. Leo tiene
un compromiso afectivo con todos estos personajes. Al viejo Cundo lo quería
mucho, lo conoce de toda la vida. A Blanquita, ni decirlo: con ella debutó
sexualmente —como todos sus amigos—, allá en su adolescencia. Son demasiado
cercanos: Leo se jura a sí mismo que va a encontrar al asesino. En el interín,
deberá soportar las presiones de su jefe, César, que acusa a Pepe la Vaca, un
amigo de Leo que ha desaparecido misteriosamente.
Como pasa en las mejores novelas
negras, aquí también la investigación —que Leo fatiga a la vieja usanza, es
decir, caminando, preguntando, negociando— es apenas una excusa, porque lo más
importante que tiene para contarnos este libro pasa por otro lado, algo que
posiblemente tenga que ver con aquello de “pinta tu aldea”. Pintura que se hace
interesante por partida doble: por “el pintor” —reconocido cultor del género
negro— y por “la aldea” —Santa Clara, y en ella toda Cuba, país caliente si los
hay.
Con una prosa eficaz, económica
pero cálida, que se disfruta, Lorenzo Lunar nos presenta la geografía de ese Barrio
que, al decir de Leo, “le ronca los cojones”. Una geografía que es física —con
sus calles musicales, sus casas decrépitas, sus autos agonizantes—, de
subsistencia —viviendo del chiquitaje, del tráfico barrial de licores ilegales,
de carnes ilegales, en calles en las que hasta el improbable frío cubano te
puede matar—, y que desemboca, en suma, en una geografía humana de
extraordinarios personajes secundarios, con nombres y apodos alucinantes. La
prosa musical y el riquísimo —y explicado por el editor— argot caribeño de la
isla potencian este costado costumbrista, haciendo de él un punto seductor de
la novela.
El personaje es otro punto
fuerte. Leo Martín es un tipo leal, con códigos. Fiel a sus raíces, Leo tiene una
mirada “de buena leche” a la realidad nada fácil que le toca vivir a él y a los
suyos en su querida Santa Clara. Y uno adivina que lo que hace, lo que
investiga, esa búsqueda, la hace más por sus amigos que por su (circunstancial)
rol de policía.
Con esta buena trama de perdedores, de miseria, de pequeños
delincuentes que negocian su huida de la isla, de funcionarios corruptos que
trafican, Lunar tiene el mérito adicional de mantenerse a salvo de cualquier
proclama ideológica. Afortunadamente, Lunar se limita a su función: contar una historia. Con honestidad, interesante y
bien escrita. No trata de contarnos ni lo maravilloso ni lo penoso que resulta
vivir en la isla de la Revolución. Tal vez porque, sabio, no elige escribirnos
desde Cuba o Santa Clara, sino desde el Barrio.
Un Barrio del que tal vez Leo Martín nunca pueda irse.
Porque, como sabemos desde Pichuco, al Barrio siempre, siempre se
está llegando.
1/14
No hay comentarios:
Publicar un comentario