Los sepultureros tiraron la última
palada de tierra y luego, golpeando con las palas, le dieron forma definitiva a
la tumba.
El Rey del Brillo puso la corona de
flores en el centro del bulto de tierra.
Todo el Club de los Tarruces se sentó
en el suelo, alrededor de la sepultura.
Bola de Queso sacó una botella y la
puse en el centro del grupo, el Moro la descorchó y dejó caer un chorrito en el
piso, “para los santos”, dijo.
Yo fui a sentarme junto a ellos.
También estaba el Puchy.
La botella comenzó su ronda. Cuando
llegó a mis manos bebí un trago y se la entregué a Pedrusco que bebió hasta el
fondo.
La segunda botella apareció para la
segunda ronda.
Y la tercera…
Bola de Queso comenzó filosofar sobre
la muerte: “La vida es pinga y del polvo venimos para regresar al polvo”, dijo.
El Moro tragó un buche grande y recitó
solemnemente: “La vida es un instante del Universo”.
Y el General argumentó: “Por eso hay
que singar, beber y guarachar todo lo que uno pueda antes de que te llegue la
pelona”.
El Rey del Brillo empezó a tararear un
bolerón. No lo hacía mal aunque nunca en la vida había sido cantante.
—Su canción —pidió el Moro secándose
los mocos con la solapa de la camisa.
El Rey del Brillo bebió otro trago para
limpiar la garganta y luego entonar sólo la primera estrofa: Sabes mejor que nadie/ que me engañaste…
Y uno a uno todos nos fuimos durmiendo
el coro.
Y no faltó una lágrima de macho de cada
uno de los que allí estábamos para desearle el viejo que allá en el otro mundo/ en vez de infierno/ encuentres gloria/ y que una
nube de tu memoria/ me borre a mí.
(Lorenzo Lunar,
Que en vez de infierno encuentres gloria,
Buenos Aires, Punto de Encuentro, 2013, pág. 72)
No hay comentarios:
Publicar un comentario