viernes, 14 de febrero de 2014

El Club de los Tarruces

Los sepultureros tiraron la última palada de tierra y luego, golpeando con las palas, le dieron forma definitiva a la tumba.
El Rey del Brillo puso la corona de flores en el centro del bulto de tierra.
Todo el Club de los Tarruces se sentó en el suelo, alrededor de la sepultura.
Bola de Queso sacó una botella y la puse en el centro del grupo, el Moro la descorchó y dejó caer un chorrito en el piso, “para los santos”, dijo.
Yo fui a sentarme junto a ellos.
También estaba el Puchy.
La botella comenzó su ronda. Cuando llegó a mis manos bebí un trago y se la entregué a Pedrusco que bebió hasta el fondo.
La segunda botella apareció para la segunda ronda.
Y la tercera…
Bola de Queso comenzó filosofar sobre la muerte: “La vida es pinga y del polvo venimos para regresar al polvo”, dijo.
El Moro tragó un buche grande y recitó solemnemente: “La vida es un instante del Universo”.
Y el General argumentó: “Por eso hay que singar, beber y guarachar todo lo que uno pueda antes de que te llegue la pelona”.
El Rey del Brillo empezó a tararear un bolerón. No lo hacía mal aunque nunca en la vida había sido cantante.
—Su canción —pidió el Moro secándose los mocos con la solapa de la camisa.
El Rey del Brillo bebió otro trago para limpiar la garganta y luego entonar sólo la primera estrofa: Sabes mejor que nadie/ que me engañaste
Y uno a uno todos nos fuimos durmiendo el coro.
Y no faltó una lágrima de macho de cada uno de los que allí estábamos para desearle el viejo que allá en el otro mundo/ en vez de infierno/ encuentres gloria/ y que una nube de tu memoria/ me borre a mí.

(Lorenzo Lunar, Que en vez de infierno encuentres gloria, Buenos Aires, Punto de Encuentro, 2013, pág. 72)


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