Nick y yo nos reímos en ocasiones, nos reímos en voz alta,
de las cosas horribles que las mujeres obligan a hacer a sus maridos para que
estos demuestren su amor. Las tareas sin sentido, la miríada de sacrificios,
las interminables rendiciones. Llamamos a esos hombres «monos bailarines».
Nick puede volver a casa, sudoroso, salado y oliendo a
cerveza tras un día en el estadio y yo me acurrucaré en su regazo, le
preguntaré sobre el partido, le preguntaré si él y su amigo Jack se lo han
pasado bien, y él dirá:
–Oh, ha sufrido un ataque de monos bailarines. La pobre
Jennifer ha tenido «una semana muy estresante» y necesitabade verdad que
se quedara con ella en casa.
O ese colega del trabajo que no puede salir a tomar unas
copas porque su novia necesita de verdad que se pase por un bistró en el que ha
quedado a cenar con una amiga de fuera de la ciudad. Para que puedan conocerse
al fin. Y para poder demostrar lo obediente que es su mono: «Viene cuando lo
llamo, ¡y mira qué modosito!».
«Ponte esto, no te pongas eso. Haz esto ahora y haz lo
otro cuando puedas y con eso quiero decir ahora mismo. Y por supuesto, por
supuesto, por supuesto renuncia por mí a todo lo que te gusta, para que pueda
tener la prueba de que me quieres más que a nada.» Es el equivalente entre
mujeres a los concursos de meadas; mientras nos pavoneamos en nuestros clubes
de lectura y en nuestros cócteles, pocas cosas hay que nos gusten más que poder
detallar los sacrificios que nuestros hombres hacen por nosotras. Una llamada
con respuesta, cuya respuesta es: «Ohhh, pero qué majo».
Me siento dichosa de no pertenecer a ese club. No
participo, no me excita el chantaje emocional ni obligar a Nick a que
interprete el papel de maridito feliz; el papel del hombre sumiso, alegre,
voluntarioso: «¡Cariño, voy a sacar la basura!». El hombre soñado de la esposa
típica, la contrapartida del ideal de mujer dulce, ardiente y relajada que
adora el sexo y los combinados con la que fantasea el típico hombre.
A mí me gusta pensar que soy lo suficientemente estable y
madura, que tengo la suficiente confianza en mí misma, como para saber que Nick
me quiere sin que tenga que estar demostrándolo constantemente. No necesito
patéticas pruebas de mono bailarín para luego contárselas a mis amigas; me
conformo con dejarle ser como es.
No sé por qué a las mujeres les resulta tan complicado
eso.
(Gillian Flynn,
Perdida, Barcelona, Mondadori, 2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario