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lunes, 30 de marzo de 2015

De mala entraña

Mujer equivocada, Mercedes Rosende

En Montevideo vive una mujer solitaria, de olfato finísimo y obsesivo para los perfumes. Atesora una vieja colección de estatuillas japonesas, a las que cada tanto quita el polvo. Vive pendiente de los ruidos de sus vecinos, a quienes escribe cartas con sugerencias de pantuflas y alfombras. Hace listas, toma somníferos. Trabaja de traductora literaria, y en un programa de TV en el que opina desde la tribuna. Pero antes que todo eso, esta mujer es gorda. Muy gorda. Sufre por su gordura. Asiste a grupos y reuniones, pero no es una Gorda Anónima: se llama Úrsula López. Un nombre con el que no sólo elude el anonimato propiciado por esas reuniones de ayuda, sino que será crucial para protagonizar esta aventura negrísima. Úrsula López es la mujer equivocada.

Úrsula no es la mujer más feliz del mundo ni por asomo. Los de la panza, brazos y piernas no son sus únicos rollos: tiene unos cuantos por resolver con su padre, que la despreciaba al compararla con Luz, su hermana bella, flaca, deportista. Padre que además tuvo un romance con su cuñada, la tía Irene, que murió asesinada en un episodio que ni Luz ni Úrsula consideran completamente resuelto. Papá, mamá, la tía Irene: demasiados muertos dando vueltas en las sesiones de terapia de la gorda Úrsula.

La trama negra de Mujer equivocada se dispara cuando una noche Úrsula recibe un llamado en el que se le informa que su marido está secuestrado. ¿Qué marido?, se pregunta ella cuando corta. Decide ir al encuentro del secuestrador, un negociador pusilánime, suerte de Steve Buscemi tembloroso y mal aseado. Su vínculo con el sujeto irá de la empatía a un velado intento de seducción. Por supuesto, nuestra Úrsula López, pieza ignorada por el resto de los involucrados, conectará con la verdadera Úrsula López —conexión esencialmente femenina, de competencia y camaradería, en la que ambas califican de “canalla” al secuestrado Santiago—, y la involucrará en los sucesos que llevarán al final redondo de la novela.

La voz de Úrsula lleva la narración en primera persona desde el comienzo. Por razones de la trama, la autora necesita abrevar en otras formas: recurre a despojados (y por momentos, cómicos) diálogos entre víctima y secuestrador, a la prosa periodística y policial que da cuenta del secuestro, a las cartas de Úrsula a sus vecinos. En todos esos registros Rosende se maneja con soltura. Mueve la trama, avanza siempre, con su prosa tan cuidada como efectiva. Todo esto hay que decirlo, pero sin lugar a dudas el logro más importante de esta novela es la construcción de Úrsula López. De todos los adjetivos que podrían irle a este personaje difícil de olvidar me quedo con este: es siniestra. Conocemos de ella casi todo de su vida diaria y de su pasado: el origen de sus comportamientos, las explicaciones de sus actos. Sin embargo, es tan mala que ni por un momento permite la empatía del lector. Gran virtud de la autora, que resiste la tentación fácil de hacer una gordita simpática, más “chica problemática pero querible”, justificando sus decisiones en su soledad y sus desgracias. En vez de esa Úrsula descolorida y aguachenta, Rosende crea este potente personaje capaz de las mentiras más bajas y con la sangre fría suficiente para no temblar ante la idea de asesinato. Que, más allá del azar en el llamado disparador de la trama, elige ponerse en el lugar de otra, vivir por un rato otra vida: elige ser la mujer equivocada.

La uruguaya Mercedes Rosende era conocida en nuestro ámbito por su participación en las primeras ediciones del BAN! (en una de ellas ganó un premio que la llevó a la meca de la Semana Negra de Gijón). Sin embargo, era prácticamente imposible conseguir una novela suya hasta esta edición Código Negro. Ahora, ya la tenemos, felizmente, de este lado del charco.

12/14


Seguí pinchando: no encuentro nada parecido a la gorda Úrsula en los comentarios del blog. Pero si hay un par de otros autores uruguayos, como para seguir conociendo rincones oscuros de Montevideo. Los encontrás acá y acá. También hay otras novela con cruciales llamados telefónicos acá y acá.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Por las tumbas antes que por las butacas

Paseo entre las tumbas, Lawrence Block

Con el Matt Scudder de Liam Neeson ya en los cines, es el momento de publicar esta reseña. Digo, antes de que la versión en celuloide (¿existe aún tal cosa, el celuloide?) dirigida por Scott Frank —que veré de un momento a otro— influya en mis apreciaciones.

Décima novela de la serie de Matt Scudder —serie que al día de hoy lleva la friolera de 17 novelas y unos cuantos relatos—, la acción transcurre, como es habitual, en Nueva York, donde Scudder sigue viviendo de “hacer favores” como detective privado. Un compañero de Alcohólicos Anónimos le pide ayuda: su hermano, el narco libanés Kenan Khoury, fue víctima de una extorsión. Unos tipos secuestraron a su mujer, Francine. Le pidieron un rescate. Era evidente que sabían que Kenan, dada su ocupación, no podía ir a la policía. Y no fue: pagó el rescate tal como acordó con los delincuentes. Pero ellos le devolvieron a su mujer en una bolsa. En varios pedazos.

Y ahora Kenan necesita ayuda para encontrar a los culpables.

Reticente al principio, Matt termina aceptando el trabajo. Estamos a finales de los ochenta, o comienzos de los noventa. Nueva York aún no conoce la “tolerancia cero”: los subtes graffiteados y los alrededores de Grand Central Station son un entramado de rincones peligrosos, oscuros detrás de las marquesinas de Broadway. Por esas calles y las de Brooklyn se moverá Scudder. Recurrirá a algunos viejos contactos de la policía, pero sobre todo contará con la ayuda del joven negro TJ, habitué de los locales de videojuegos de Times Square. Él es quien lo contacta con los Kong, un par de nerds que, ya hartos de ganarles a las maquinitas, han comenzado una incipiente carrera de hackers. En un mundo que aún no ha visto los teléfonos celulares, y en el que las cabinas telefónicas son necesarias como el aire —en especial si uno trata con secuestradores—, su conocimiento les permitirá infiltrarse en las redes y rastrear llamadas. Cuando encuentran que Francine no fue la primera ni la única víctima de los secuestradores y descuartizadores, Elaine, la call-girl “amigovia” de Scudder, se suma al equipo, ayudando a ubicar posibles víctimas sobrevivientes.

La fatigosa investigación para dar con los responsables de la muerte de Francine Khoury se transformará en una carrera contra el reloj cuando los mismos secuestradores llamen al narco ruso Yuri Landau: los tipos tienen a su hija de 15 años. Y aunque Scudder no tiene muchas esperanzas de que esté viva, deberá intentar un final diferente para ella.

Paseo entre las tumbas es, de todas las novelas de la serie que he leído, la que tiene una trama de mayor peso. Por decirlo de alguna forma, el misterio a resolver y la investigación se vuelven importantes. Más tal vez que el desarrollo de personajes que es característico de la serie. Desde luego, la potencia de Matt Scudder está lejos de quedar apagada. Pero el de esta novela, un Scudder ya en el camino de la recuperación, yendo a infinidad de reuniones de AA, dando un paso serio en su relación con Elaine, es un Scudder igual de cerebral pero mucho más “táctico” que “filosófico” o introspectivo. Esta trama lo necesita así. Me hizo acordar mucho al infalible Jack Reacher, obviamente, sin su faceta action hero. De los secundarios, después de la querible Elaine, sin duda el mejor es TJ, que vuelve a aparecer luego de Un baile en el matadero, ahora ya afirmándose en su rol de ayudante del detective. Los diálogos con entre él y Matt, llenos de picardía callejera, son de lo mejor de la novela.

Entretenida y de buen ritmo, de Paseo entre las tumbas nos queda la imagen de un Matthew Scudder en plena transformación, cada vez más lejos de aquel que nublaba sus días en el bourbon, pero siempre cerca de los grandes temas que lo obsesionan: la esquiva posibilidad de justicia, la violencia, la culpa que sigue y sigue. Me pregunto, a horas de encontrarlo en la pantalla grande, cuál de estos Scudder será el de Liam Neeson en la adaptación al cine. 



Traducción: Edith Kern

7/14


Seguí pinchando: otras lecturas de Matt Scudder en el blog podés encontrar pinchando aquí. De Child y Reacher, ya que se lo menciona en la reseña, El camino difícil es una que también transcurre en Nueva York, aunque no necesariamente en los mismos escenarios. Pero la joya está en esta entrada: ¿a qué no sabés que novela era esta que leía el famoso borracho Jack Taylor, creación de Ken Bruen, en este pasaje? Correcto: Paseo entre las tumbas

lunes, 25 de agosto de 2014

Muchacho punk

Estokolmo, Gustavo Escanlar


Compré este libro una tarde soleada y fresca en una “librería/disquería/tiendita-cool” de cuatro metros cuadrados, en la avenida Flores, Colonia del Sacramento. Amigos en cuyos criterios confío me habían hablado del autor y, en especial, de esta novela. A la mañana siguiente la misma vendedora me miraba raro. Tal vez esperaba un reclamo mío, o tal vez se me notaban los efectos de tremendo saque literario. Yo sólo volvía por más de ese autor que la chica no conocía. Rescaté un volumen de cuentos y artículos que aún espera en mi biblioteca: considero que un Escanlar por año está bien. Por su potencia y porque, dado que murió en 2010, habrá que dosificar lo que hay.

El dato de su muerte joven lo supe después, como supe de su fama de revoltoso, mediático, de su halo de poeta maldito, especie de Bukowski de agua dulce, siempre haciendo olas en el barroso río de la intelligentzia de aquella orilla. Mejor, me dije: pude leer su novela con la cabeza libre de cualquier prejuicio.

La historia es la de Marcelo, el Chole y el Seba, tres pibes de distintos orígenes, pero subidos al mismo tren de delincuencia. Dan pequeños golpes, conocen los mercados para reducir lo robado, para conseguir las sustancias ilegales que son su combustible. El robo en una mansión, en medio de una fiesta, añade dos figuras en sus prontuarios: el asesinato y el secuestro. Porque en la fiesta liquidan a uno, y se llevan a su novia, Demonio, una nena bien con ganas de aventura, que, síndrome de Estocolmo mediante, se adhiere al grupo, se infiltra como el agua en la piedra.

La novela, breve —algo más de 100 páginas—, viaja veloz hacia un final duro. Un Montevideo de barrios bajos, de pegamento aspirado, llamadas y fumo es protagonista. La letra y la música las ponen Charly García, los Redondos. Las tensiones de clase, la rebeldía contra todo, contra el “burgués de mierda”, el “bienpensante”, salta en los diálogos entre el narrador Marcelo y el Seba, un poco el líder de esta banda de amigos. Y en la mirada que ambos tienen de Demonio, que es la que trae, además, la tensión sexual.

Se dice que las voces de los tres personajes, en especial la de Marcelo, el narrador, suenan bastante autorreferenciales, a la luz de la “vida/obra” de ese operador contracultural que fue Escanlar. Es tan probable como es seguro que son voces muy logradas, el tono perfecto para esta historia que camina, bien contada. Pero más allá de estos méritos, la lectura de Estokolmo me hizo pensar en las influencias, en las tradiciones, en lo que significa “de culto”. Publicada en 1998, esta rabiosa novela no ha perdido un gramo de su potencia. Sigue funcionando a pesar de los años. Esto es algo que les pasa a los clásicos. De acuerdo: tal vez no de la literatura universal ni de la latinoamericana ni nada de eso, que suena grande, pero sí Estokolmo se puede leer como un clásico de cierta literatura negra y urbana de las riberas rioplatenses. Una especie de piedra angular en la que se apoyó algo de lo que se produjo en estos pagos —pagos geográficos, pagos de género literario— desde el comienzo del nuevo siglo. Con su lenguaje crudo, callejero —apenas desplazado de versiones porteñas—, con referencias a la cultura popular —música, cine— y al fútbol, la herencia de un libro así se percibe, por ejemplo, en la obra de un autor como Leo Oyola. Casualmente, uno de los amigos mencionados al principio, a quienes les debo el haberme hecho conocer esta pieza valiosa de nuestra literatura negra.

Párrafo aparte merece la edición de Criatura Editora que, además de impecable, es bellísima.

5/14


Seguí pinchando: si te interesó este libro, de lo que hay en este blog te recomendaría que te des una vuelta por lo de Renzo Rosello, o todo lo de Leo Oyola. Y también, porqué no, ya que Escanlar lo homenajea en su libro, sería bueno que leas esto acerca del gran Rubem Fonseca.

martes, 19 de noviembre de 2013

Discovery Chaco: otros monstruos perfectos

Bajo este sol tremendo, Carlos Busqued

Hay libros que admiten diversas lecturas. Funcionan en distintos registros. Algunos, incluso, son buenos de todas las formas en que uno pueda leerlos. Sospecho que Bajo este sol tremendo es uno de esos libros extraños: ¿es policial negro, es realismo sucio, es terror?

Podría decirlo así: Bajo este sol tremendo es uno de los libros más escalofriantes con los que me haya cruzado en el último tiempo.

Es difícil describir una trama en la casi no pasa nada. Un día, mientras fuma porro y mira un documental del Discovery Channel, Javier Cetarti recibe un llamado telefónico: un tal Duarte le informa que su madre y su hermano, a quienes Cetarti hace rato que no ve, fueron asesinados en Lapachito, un pueblo del Chaco. El asesino, un tal Daniel Molina, concubino de aquella, después se voló la cabeza (no sin antes quitarse la dentadura postiza). Duarte se presenta como “el albacea” de Molina.

Cetarti, que está sin trabajo, viaja a Lapachito. Sin tristeza ni dolor: va porque no tiene otra cosa que hacer, y se supone que debe ir. Allí conoce a Duarte quien, como Molina, es militar retirado. Tiene contactos “en la obra social” y le propone a Cetarti una trampita para cobrar el seguro de vida de Molina. A medias.

Duarte colecciona videos de porno duro y construye maquetas de aviones. Trabaja con Danielito, el hijo de Molina. Danielito tiene algunos problemas. El más serio es su madre desequilibrada, pero también están sus perros, sus pesadillas y su colchón siempre meado. ¿Y en qué trabajan Duarte y Danielito? Secuestran gente.

De vuelta en Córdoba con las cenizas de sus familiares, Cetarti se muda a la casa de su hermano muerto, en un barrio periférico cerca de un matadero. La casa parece un basural. Cetarti pasa los días clasificando la basura, sobreviviendo a base de porros, documentales monstruosos por el cable y pizza fría (“una pizza le duraba dos días”), y pensando en  largarse a la ruta y desaparecer. Le cuesta conseguir marihuana en el nuevo barrio, así que decide llamar a Duarte a Lapachito. Avisarle que se va para allá a buscar porro. Duarte —cuyas actividades con Danielito hemos seguido de cerca— le dice que justo tiene algo que hacer por Villa María. Que mejor él lo pasa a buscar. Ese encuentro es el que encaminará la novela hacia su perfecto final.

Y listo. Eso es toda la historia.

Del libro más escalofriante con el que me he cruzado en mucho tiempo.

Escalofriante por su atmósfera opresiva, irrespirable. La prosa seca, absolutamente despojada, dura como el paisaje que atraviesan sus personajes en la ruta instala al lector en la geografía de un pueblo que se hunde en “mierda y meo de los pozos negros”, en el aire viciado del barrio del matadero, en las habitaciones nubladas de porro y azuladas por el ruido blanco de los televisores. Y en el sótano en los que pasan las horas las víctimas de Duarte y Danielito.

Escalofriante por las vidas muertas, oscuras de Cetarti y Danielito, dos tipos carentes de deseo, sin ningún interés por nada más que ver pasar el tiempo. O ni eso. Con los ojos rojos, atiborrados de marihuana y coca cola, Cetarti y Danielito, que recién se conocen al final de la novela, son de alguna forma espejos el uno del otro: ambos sueñan con sus hermanos muertos, sus madres fueron pareja del mismo Molina, asesino y suicida.

Escalofriante por Duarte, el personaje más aterrador, por muy lejos. Duarte, en su casa pulcra, con sus avioncitos de plástico, instala un terror sordo, sin mostrar más que una carcajada, un par de sopapos o unas palabras duras al negociar un rescate. Mete miedo con detalles, pinceladas: Duarte no mira porno para excitarse sino para “ver hasta qué cosa es capaz de hacer o dejarse hacer una persona”. Duarte trata de “mamita” a la vieja que tiene secuestrada (“Uy, mamita, devolviste todo el desayuno”). Duarte se ríe con h, nunca con j: “he, he…

Bajo este sol tremendo, en suma, resulta escalofriante por lo que no se dice ni se muestra. Este es el mayor mérito de la novela. Ninguno de los personajes juzga nada. Toda moral les resulta ajena. Para ellos, los monstruos son algo que sólo se ve en los canales de documentales. Nunca en el psicópata que les está pasando el porro. Es el lector el que termina de construir el resto del iceberg. Y es un iceberg grande y de puro horror.

Busqued construye este terror con una prosa corta y brutal. Y con los diálogos. Ah, los diálogos. Qué buenos diálogos escribe Busqued acá. Y qué funcionales a la historia. Es para celebrar, con lo que cuesta encontrar autores argentinos que manejen bien los diálogos. Otro de los puntos que, como dice la contratapa, emparenta esta novela con la obra de los hermanos Coen.

Llegué a este libro (¿de culto?) por recomendación de mi amigo y gran escritor, Daniel De Leo. Yo no lo conocía a Busqued (chaqueño como Molfino, otro creador de monstruos). Cuando vi la foto en la solapa, con su remera de Motörhead, ya me cayó bien. Leí el libro y me cayó mejor. Más tarde, investigando para esta reseña, visité el blog que mantiene (que sí conocía sin saber de su autor, y que ahora, visto desde acá, me resulta evidente laboratorio de ensayo para su literatura), y leí alguna entrevista. Supe que se considera un freak poco sociable, que le molesta “el escritor que pelotudea, el autor que empieza a poner lo que piensa”. Y ahí me terminó de cerrar. ¿Por qué? Porque tengo la impresión de que Busqued —con Anagrama y todo—, es un escritor que no se toma demasiado en serio a sí mismo. Que no se la cree. Y ese es, siempre, un buen comienzo.


Ojalá pueda mantenerse así, y encontremos pronto otra novela suya tan terrorífica y sucia como esta.

11/13

martes, 11 de septiembre de 2012

“A ver qué te depara el próximo minuto”


El inductor, Lee Child

Otra aventura de Jack Reacher que cae en mis manos. ¿Más de lo mismo? Y…, en un punto sí, pero, ¡menos mal que hay más de lo mismo!

Como en El camino difícil, ahora en El inductor (inexplicable traducción de Persuader, séptima novela de la serie) también encontramos a Jack Reacher trabajando infiltrado en una organización delictiva. Esta es la comandada por Zachary Beck, un comerciante de alfombras que parece demasiado poderoso y demasiado rico para ser un simple “comerciante de alfombras”.

Ya conocemos a Reacher. Es una máquina ultraprofesional. Es tan veloz con las armas como con la cabeza calculando probabilidades. Es frío y muy peligroso. A pesar de su origen y formación en el Ejército, pocos como él tan lejanos de cualquier organización burocrática o gubernamental : siempre anda solo, casi como un vagabundo. Entonces, ¿cómo y por qué llega a infiltrarse en medio de la gente de Beck? ¿Para qué, para quién? Sin entrar en detalles acerca del cómo, sí diré que Reacher termina metido en este brete por dos motivos. El primero es personal: sospecha que el jefe de Beck es Quinn, un exmilitar con el que tiene pendiente una cuenta muy pesada. Tan pesada que Reacher creía haberlo matado, en venganza por la muerte de una joven compañera del ejército. Ahora descubre que Quinn vive. Debe volver a vengarse, y no fallar esta vez. El segundo motivo le viene de rebote: en una operación “extraoficial” la DEA infiltró en casa de Beck a la agente Teresa Daniel, y hace semanas que se ha perdido todo contacto con ella. El pacto es: la DEA ayuda a Reacher a infiltrarse y él les trae de vuelta a Daniela.

Luego de un primer capítulo de antología, que quita la respiración y termina de tal forma que es imposible no continuar la lectura, la historia se desarrolla con agilidad. Como las anteriores que leí de Child, esta también es una novela adictiva. Un verdadero page turner de suspenso y violencia extrema.

Cuando se dice “violencia extrema” significa que Jack Reacher, el protagonista y narrador —el “bueno” de la historia— se carga por lo menos a nueve o diez tipos. Profesionalmente, sí, con sangre helada, es cierto. También es cierto que sus adversarios son todos muy malos, pero no por eso Reacher es menos asesino.

Hay varios momentos memorables en la novela. Rescato dos: uno es la pelea final con el gigante Paulie —el mejor personaje de la historia—, que no le será nada fácil a Reacher, acostumbrado a pegarle a quien sea. El otro es la caída al mar que hay sobre el final. Inolvidables, y lectura obligada para quien quiera aprender cómo se escribe una escena de acción.

Es en esos trances difíciles en los que está en juego todo, cuando Reacher recuerda a Leon Garber, su superior y maestro en el ejército. El viejo Leon tenía varias frases, pero una de ellas —para esos instantes-James-Bond en los que escapar parece imposible—, es una que pinta de cuerpo entero a Jack Reacher y su modo de actuar: “conserva la vida, y a ver qué te depara el próximo minuto”.

Sabio consejo al que Reacher deberá recurrir unas cuentas veces en esta historia.

Y nosotros con él: conservando la vida, siempre esperando a ver qué nos depara el siguiente minuto, la siguiente página.

Traducción: Juan Soler

8/12

martes, 28 de agosto de 2012

Matar al padre


Sé que mi padre decía, Willy Uribe

En una mesa del Festival Azabache de este año, en Mar del Plata, se habló de la actualidad de la novela negra en España. Entre tantos autores mencionados, Andreu Martín soltó el nombre del vasco Willy Uribe. “Es autor de la mejor novela sobre ETA que se ha escrito en España”. La novela era Sé que mi padre decía.

No he leído lo suficiente como para coincidir con Martín, pero ganas no me faltan: Sé que mi padre decía es una novela magnífica por donde se la mire. Extraordinaria e inolvidable. Escribiendo desde las tripas, Uribe construye una joya en la que forma y fondo funcionan como un reloj. O como un tren.

Primero, la trama policial, oscurísima, de construcción precisa. Ismael Ochoa es el narrador. Un trotamundos perdedor que está de regreso en Bilbao, convocado por su exmujer, Irene. Ella, que hoy trabaja como prostituta, ha descubierto una pequeña mentira que les permitirá chantajear a Julen, un viejo amigo de Ismael. Julen es un rico abogado, que trabaja en el bufete de su padre. Mientras urden el plan, Ismael conoce a Jon, personaje tan peligroso como enigmático, que se enredará en la historia, arrastrándola a un desenlace brutal.

Pero resulta que Ismael tiene una historia familiar, signada por la tragedia y el odio. Apenas recuerda a su madre, muerta en un accidente. Y tiene un padre al que sólo lo une el más profundo de los odios. Y porque lo odia es que Ismael decidió años atrás alistarse en la Legión Española. Porque eso es lo peor que se le puede hacer a un padre vasco. “Llévate tus cosas de regreso a España, legionario de mierda” le dice el padre cuando lo ve volver a Bilbao, al barrio. Un barrio —¿una ciudad, un país?— que mantuvo a Ismael señalado como un traidor desde el mismo día en que se alistó.

Ese nacionalismo que raja las relaciones personales es el que da el marco opresivo a toda la historia. Sin que se haga mención explícita al separatismo —nadie habla de ETA, pero por algo Andreu dijo lo que dijo—, la cuestión está presente en el aire que se respira en la novela. En las miradas, en los silencios. Y en el perfecto personaje de Jon, un pistolero que sabe demasiado de nombres falsos, de secuestros, de camionetas, de llevar gente en cajas.

Por esa excelente articulación de esos tres niveles —summum negrocriminal: policial duro, drama personal, pintura social— es que me siento tentado de decir que Sé que mi padre decía es una novela negra que roza la perfección. Una trama sórdida de chantaje y personajes oscuros, que es motorizada por una historia familiar, y que testimonia un tiempo y un lugar concretos, sobre el que el autor tiene mucho por decir. Y Uribe lo dice con valentía —intuyo que una cosa es leer esto siendo porteño y otra muy distinta siendo vasco— y con un lenguaje seco pero que alcanza momentos poéticos de triste belleza.

Vivas en el rincón del mundo en que vivas, esta es una novela negra imprescindible.

8/12

(*): Sé que mi padre decía ganó el Memorial Silverio Cañada en 2009. La editorial que la había publicado, El Andén, cerró, y la novela quedó descatalogada hasta hoy, en que fue reeditada en España por Los libros delLince. Pero, atención: he visto en Buenos Aires, en mesas de saldos de la avenida Corrientes ejemplares de la vieja edición de El Andén, a un precio ridículo. Volví allí para comprar todos los que pudiera, y ya no los encontré. Pero, quien conoce la dinámica de nuestras librerías de saldos, sabe que eso no significa mucho: tarde o temprano vuelven a aparecer en el local de al lado o cruzando la avenida. A estar atentos y a no perder las esperanzas.

lunes, 18 de junio de 2012

Unos tipos en el túnel

Pelham uno dos tres, John Godey



Estamos en Nueva York a comienzo de los setenta. Un grupo de cuatro delincuentes secuestra un tren del metro. Es el que sale de la estación de Pelham Bay a la 1:23 PM, es decir, el Pelham uno dos tres. ¿Qué pretenden los secuestradores? Un millón de dólares. Que sean imposibles de rastrear, en determinada proporción de billestes de 50 y 100. Las autoridades dispondrán de una hora para cumplir con el pedido. Si no, un pasajero morirá por cada minuto que se pasen del tiempo indicado. Esa es toda la anécdota. Parece poco, pero si al autor sabe, es suficiente para quedar atrapado: ¿pagarán las autoridades, o tendrán los secuestradores que ponerse a matar gente? ¿Cómo van a escapar? ¿Cómo reaccionarán los pasajeros?

Para narrar los acontecimientos de esas horas terribles, Godey, con buen criterio, elige una estructura de tipo coral, con narraciones en tercera persona. Es decir, va moviendo la “cámara” de un personaje a otro para mostrarnos los distintos puntos de vista mientras la historia avanza. De algunos de ellos nos cuenta un poco más. Así sabemos que Ryder, el gélido jefe de los secuestradores —lejos, el mejor de los personajes—, es un mercenario que ha peleado en guerras internas en el África. Y que Longman, otro de los delincuentes, fue empleado en el metro de Nueva York. O conocemos la extraña relación que el policía Tom Berry mantiene con su novia Dedee.

A la vez que sostiene la tensión con gran habilidad, Godey entrega un relato muy verosímil. Se ve que hizo un trabajo muy serio al documentarse para esta novela. La descripción de los procedimientos de las autoridades de transporte y de la policía, y del funcionamiento del sistema ferroviario es minuciosa. Al punto tal que algunos dicen que la aparición y el éxito de la novela (y de la primera película) forzaron al rediseño de ciertas medidas de seguridad, ya que se consideró que el plan que revelaba tenía gran posibilidad de éxito en la vida real.

Además de thriller, Pelham es una buena pintura del tipo de sociedad que constituían los neoyorquinos por aquellos años. La creciente importancia de los derechos civiles —estamos al final de Vietnam— que viene conquistando la ciudadanía; la presencia de grupos de choque de la comunidad negra, como los Panteras; el feminismo militante; la actitud de la policía, reacia a reconocer todos estos cambios. Godey despliega un sentido del humor de acidez extraordinaria, con el que, por ejemplo, ridiculiza al alcalde y otras autoridades de la ciudad.

Este sentido del humor es uno de los puntos fuertes de la novela. Es más: me atrevería a decir que su incorrección política al tocar algunos de estos asuntos, como el feminismo, o los derechos de las minorías, o el retrato de la policía “represora” la hubieran convertido en una novela de difícil publicación en estos días pasteurizados. Claro que su carácter de best seller clásico permite pasar por alto este detalle y publicarla de nuevo ahora. De cualquier forma, es una buena noticia que así haya sido.

El segundo punto ganador de la novela es la tensión constante a lo largo del texto, hasta cierto momento —no puedo revelarlo— en el que la acción se acelera de una forma tal que a mí me resultó imposible largar el libro hasta ver el final. Que, dicho sea de paso, Godey resuelve de manera magistral. Un final de esos que quedan en el recuerdo.

Pelham uno dos tres fue llevada al cine en dos oportunidades. La primera en 1974 (tráiler acá). La segunda, en 2009 por Tony Scott (ver tráiler), con John Travolta y Denzel Washington en los protagónicos (más o menos al mismo tiempo en que fue editada por la colección Roja & Negra de Mondadori/Fresán: no sólo acertada sino también oportuna decisión). Vi sólo esta segunda versión: las diferencias con el texto son abrumadoras. Los personajes son bien diferentes, en especial el de Ryder/Travolta. El final es muy distinto. A mí la película me gustó, pero más allá de la idea del secuestro, no tiene mucho que ver con esta muy entretenida novela.

Traducción de J. Ferrer Aleu

4/12