Mujer equivocada, Mercedes
Rosende
En Montevideo vive una mujer solitaria, de olfato finísimo
y obsesivo para los perfumes. Atesora una vieja colección de estatuillas
japonesas, a las que cada tanto quita el polvo. Vive pendiente de los ruidos de
sus vecinos, a quienes escribe cartas con sugerencias de pantuflas y alfombras.
Hace listas, toma somníferos. Trabaja de traductora literaria, y en un programa
de TV en el que opina desde la tribuna. Pero antes que todo eso, esta mujer es
gorda. Muy gorda. Sufre por su gordura. Asiste a grupos y reuniones, pero no es
una Gorda Anónima: se llama Úrsula López. Un nombre con el que no sólo elude el
anonimato propiciado por esas reuniones de ayuda, sino que será crucial para
protagonizar esta aventura negrísima. Úrsula López es la mujer equivocada.
Úrsula no es la mujer más feliz del mundo ni por asomo.
Los de la panza, brazos y piernas no son sus únicos rollos: tiene unos cuantos
por resolver con su padre, que la despreciaba al compararla con Luz, su hermana
bella, flaca, deportista. Padre que además tuvo un romance con su cuñada, la
tía Irene, que murió asesinada en un episodio que ni Luz ni Úrsula consideran
completamente resuelto. Papá, mamá, la tía Irene: demasiados muertos dando
vueltas en las sesiones de terapia de la gorda Úrsula.
La trama negra de Mujer
equivocada se dispara cuando una noche Úrsula recibe un llamado en el que
se le informa que su marido está secuestrado. ¿Qué marido?, se pregunta ella
cuando corta. Decide ir al encuentro del secuestrador, un negociador
pusilánime, suerte de Steve Buscemi tembloroso y mal aseado. Su vínculo con el
sujeto irá de la empatía a un velado intento de seducción. Por supuesto, nuestra
Úrsula López, pieza ignorada por el resto de los involucrados, conectará con la
verdadera Úrsula López —conexión esencialmente femenina, de competencia y
camaradería, en la que ambas califican de “canalla” al secuestrado Santiago—, y
la involucrará en los sucesos que llevarán al final redondo de la novela.
La voz de Úrsula lleva la narración en primera persona
desde el comienzo. Por razones de la trama, la autora necesita abrevar en otras
formas: recurre a despojados (y por momentos, cómicos) diálogos entre víctima y
secuestrador, a la prosa periodística y policial que da cuenta del secuestro, a
las cartas de Úrsula a sus vecinos. En todos esos registros Rosende se maneja
con soltura. Mueve la trama, avanza siempre, con su prosa tan cuidada como
efectiva. Todo esto hay que decirlo, pero sin lugar a dudas el logro más
importante de esta novela es la construcción de Úrsula López. De todos los
adjetivos que podrían irle a este personaje difícil de olvidar me quedo con
este: es siniestra. Conocemos de ella casi todo de su vida diaria y de su
pasado: el origen de sus comportamientos, las explicaciones de sus actos. Sin
embargo, es tan mala que ni por un momento permite la empatía del lector. Gran virtud
de la autora, que resiste la tentación fácil de hacer una gordita simpática,
más “chica problemática pero querible”, justificando sus decisiones en su
soledad y sus desgracias. En vez de esa Úrsula descolorida y aguachenta, Rosende
crea este potente personaje capaz de las mentiras más bajas y con la sangre
fría suficiente para no temblar ante la idea de asesinato. Que, más allá del
azar en el llamado disparador de la trama, elige
ponerse en el lugar de otra, vivir por un rato otra vida: elige ser la mujer equivocada.
La uruguaya Mercedes Rosende era conocida en nuestro
ámbito por su participación en las primeras ediciones del BAN! (en una de ellas
ganó un premio que la llevó a la meca de la Semana Negra de Gijón). Sin
embargo, era prácticamente imposible conseguir una novela suya hasta esta
edición Código Negro. Ahora, ya la tenemos, felizmente, de este lado del
charco.
12/14
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