—Eso eran vueltos —siguió Paraná—. Platita de arriba, pero
poco y nada. —Inclinó el vaso de Sebastián, dejó que la cerveza corriera contra
el vidrio—. La cosa se complicó después del pico de prensión de mi abuela.
Aprendí bastante durante este año. No me quedó otra, porque la cosa se puso
durazna en serio. Además me junté con una gente repiola.
“Pico de prensión”,
pensó Sebas, “Gente repiola”. Y alzó el vaso invitándolo a brindar.
—¿Te parece? —le dijo Paraná echando un vistazo a su
alrededor—. Como entre nosotros, acá brindar queda muy de maraca.
—Dale —lo apuró Seba. Por el reencuentro, amigo.
Ya brindando, Seba lo notó incómodo a Paraná: creería que
hasta los señalaban y todo. Nada de eso: jugando al pool o cagándose de risa,
la gente andaba en la suya. Después del trago, Paraná lo miró fijo a Seba y le
dijo:
—Vos estuviste fumando antes de venir.
—Un poco. Para relajar, nomás.
—O sea que ahora te va el faso.
—Me cabe, sí. Date cuenta de que entre vos y yo hay cada
vez más cosas en común.
Paraná sonrío y bajó los ojos.
—Fumado corrés con ventaja, Seba.
—¿Con ventaja para qué?
—Para largar la que se te ocurra.
A Seba le vino a la mente una palabra: “impunidad”. Y la
dijo:
—Impunidad, se llama eso. ¿Vos no te sentís así? ¿Impune?
Paraná volvió a fijar su vista en la de Seba. Ahora
miraba distinto, con la expresión de quien intenta comprender lo que se le está
diciendo. Seba siguío:
—Acordate de la madrugada aquella. Habíamos salido de acá
mismo, del Cuervo Blanco. Intentabas explicarme lo que te pasaba. Entonces nos
cruzamos al perro atrapado entre las rejas. Y lo que hiciste lo hiciste sin
culpa, Paraná. Sin culpa. En la más pura de las impunidades.
Paraná no bajaba la mirada. Apretaba las muelas como punto
de gritar. Seba agregó:
—Y al final cruzaste otra raya al cortarle la oreja. ¿Por qué
las orejas, Paraná?
Paraná de pronto le dijo:
—Te destrozaría a mordiscones, hijo de puta.
A mordiscones,
sí. Aunque escupidas con furia, esas palabras no lo espantaron a Sebastián,
sino más bien lo contrario: había un abismo ahí. Un fondo oscuro.
—Llevame a tu pieza, entonces —le contestó.
(Pablo
Forcinito, En tu mundo raro y por ti aprendí, Bernal, Metalúcida, 2014, pág 87)
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