lunes, 29 de junio de 2015

Porque la familia no se elige

Punto ciego, Kike Ferrari y Juan Mattio

Un día de 1996, duro año en el centro del segundo menemato, el periodista Darío Tizziani vuelve de visitar a su madre en el psiquiátrico. Vuelve como vuelve siempre: desanimado, impotente, triste. Pero este día se encontrará con un llamado de su amigo el Chato. Lo cita para el mediodía siguiente. El Chato, que conserva los códigos de los años de clandestinidad, no dice para qué. Solo dice “necesito verte”. Suficiente para Darío, que le debe mucho a su amigo y jefe en Panorama, el diario en el que ambos destapan los asuntos más turbios de los más turbios años de la historia argentina reciente.

A pesar de haber quedado en un bar, Tizziani finalmente encuentra al Chato en la redacción de la revista. En la bañadera, con un agujero de bala en el estómago. El lugar está dado vuelta, y todo lo que Darío puede llevarse es un par de pistas del contestador automático. La voz de una chica es el comienzo de esta historia en la que, buscando aclarar lo que le pasó al Chato, Tizziani va a encontrarse con mucho, mucho más. Una trama ultra compleja, costura que vincula dos planos paralelos que, en esta historia, en toda historia, se necesitan mutuamente. Se nutren.

El primero, el plano social. Punto ciego bosqueja el mapa tétrico de la Argentina de aquellos años (y de antes y después y hoy): la podredumbre policial, que desaparece pibes; las chicas atrapadas en las redes de trata; los poderosos que manejan los hilos de las fuerzas-marionetas de seguridad; fábricas tomadas; el activismo sindical boqueando en un mundo de flexibilización salvaje.

El segundo, el plano privado, la novela familiar de Darío Tizziani. La trama transcurre en un imaginario suburbio bonaerense llamado Brixton (*). Allí, un apellido inglés, Lower, aún pisa fuerte. Encarnación del Poder en su expresión más pura, Lower es como una sombra que todo lo toca, que todo lo moldea y lo contamina. Incluyendo al propio Darío, y a la locura de su madre. Mucho más que lo que él mismo quisiera saber.

Sobre una trama tan ambiciosa como eficaz, Ferrari y Mattio construyen un universo en el que convocan todas sus obsesiones. Dan testimonio de una visión del mundo. Con una prosa corta, seca, deudora de la más negra tradición de la novela negra ponen a jugar el drama familiar oscuro a la manera de Macdonald, las tensiones de clase de una sociedad, la vigorosa corrupción del poder y de sus perros de presa, la apropiación de los cuerpos, la lealtad de los amigos, la música y los libros como el único aire que todavía se puede respirar. El personaje de Darío, que es también narrador ­—que alterna con otro, omnisciente— es el investigador que exige la novela negra a la argentina: no un detective, no un policía, sí un periodista. Y uno de la periferia, nunca del centro del poder. Pero Tizziani —nombre que, como absolutamente todos los nombres de la novela, no es gratuito— tiene otra particularidad: no tarda en entender que es a la vez el investigador y el sujeto investigado. Un camino de transformación que parte de la necesidad de cumplirle a su amigo el Chato y terminará iluminando los rincones más oscuros de su propia vida. Esos que ni él mismo, nunca, se ha animado a mirar.

Dialogando con el canon del género, Mattio y Ferrari dan a luz este Punto ciego, para instalarlo en lo más alto del prometedor catálogo de Vestales (**). Siempre reivindicando sus orígenes de poeta uno, de cuentista el otro (origen que se reconoce en la última línea de la novela), son a partir de este libro algo más que los amigos férreos de siempre (como el Chato y el Negro, como el Chato y Darío, familia que no se elige): ahora también son un efectivo novelista de cuatro manos.

4/15

(*): nota para lectores extranjeros, que tal vez no sepan que Buenos Aires es la metrópolis desde la que se ramificaron los ferrocarriles ingleses a finales del siglo XIX.  A la vera de esas vías se instalaron los constructores británicos y sus familias, y sus colegios e instiuciones. De ahí que en nuestros suburbios existan localidades de flemáticos nombres british como Banfield, Hurlingham, Temperley, William Morris.


(**): A pesar de lo que diga don Alonso de Cartagena, citado por el editor en la última página, el libro podría tener menos erratas.