martes, 25 de septiembre de 2012

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Moravia, Marcelo Luján

En febrero de 1950 los barcos arrojan al puerto de Buenos Aires montañas de inmigrantes que huyen de una Europa arrasada. Muchos de esos barcos tienen nombres en inglés. Como el Murray II. Pero el Murray II no viene de Europa sino de Estados Unidos. Es decir que trae ciudadanos, no a esa chusma hambrienta, analfabeta que será carne de conventillo. Trae gente como el bandoneonista argentino Juan Kosic, su esposa Lidia y la hija de ambos: una familia de tres idiomas.

Hace ya quince años que Juan Kosic dejó su pueblo de mala muerte, Colonia Buen Respiro. Escapó de allí, cansado de la maldad de su madre, una campesina que apenas habla castellano y que siempre insulta en su checo natal. Buscaba aire y una oportunidad para su talento. El destino lo llevó a Nueva Orleans. Allí conoció el éxito tocando en la orquesta del maestro Pegassi. Y el éxito le dio roce, y una esposa de ascendencia morava, y mucho dinero.

Pero sus fantasmas siguieron ahí, ardiente el alma por aquella bofetada de odio, último contacto con la piel de su madre. Quince años pasaron. Nada fue fácil para Juan Kosic: todavía le queda una cuenta por saldar en Colonia Buen Respiro.

Arrastra hasta allí a su nueva familia. No lo admite Juan, pero sólo lo mueve el deseo de venganza, un veneno que se sacará de encima cuando pueda humillar a su madre y a su sometida hermana. Lidia trata de convencerlo, de explicarle que volver está bien, sí, pero mejor sin rencores. Que del odio no nace nada bueno. Que su temperamento latino. Que, en el fondo, lo que planea hacer es una algo peor que una simple estupidez.

Bajo el calor de febrero, en un tren polvoriento, Marcelo Luján construye con su prosa atenta al detalle, un mundo ominoso, opresivo. La tragedia se adivina inevitable a medida que se acerca la noche fatídica. En algún punto el lenguaje se vuelve más seco, más económico —o eso me hizo creer Luján, narrador experto—, y ya no se puede soltar el libro: aún sabiendo lo que va a pasar, uno asiste con horror al desenlace.

Se ha escrito que Moravia es como una tragedia griega. ¿Qué historia de esta oscuridad y potencia no lo es? Desde que el mundo es mundo, incluso antes de Grecia, los hombres insisten en elegir el camino de la destrucción. De esa tendencia trata Moravia: es una historia sobre las provocaciones, sobre las advertencias, sobre las terribles consecuencias de nuestras elecciones.

El corazón de la historia de Moravia ya aparece en un episodio lateral que relata Meursault en El extranjero, de Camus (también se piensa que es otro el origen de ese relato, como reconoce el autor en esta interesante entrevista). Pero alrededor de ese núcleo trágico que es la esencia de Moravia, Marcelo Luján vuelve a disponer elementos que se reconocen presentes en su obra más reciente. Teniendo en cuenta que es un escritor argentino que lleva más de una década afincado en Madrid, ninguno de esos elementos resulta casual: como en La mala espera, en Moravia también están el desarraigo y la inmigración, el pasado que vuelve a cobrarse las deudas; el peronismo y sus figuras icónicas aparecen en ambas novelas e incluso en un cuento suyo publicado este año (“Reyes del cincuenta y uno”, en la antología Doce rounds).

Moravia es una historia sombría, que tiene la negra belleza del horror más humano. Ese que nos da miedo mirar, en el que tememos reconocernos. Y Marcelo Luján es un escritor al que, esté o no el Atlántico de por medio, hay que seguir con atención.



La edición catalana de El Aleph —que estará disponible en las librerías de Buenos Aires a partir del mes de octubre— no es mala, tiene el par de erratas que se espera en cualquier libro. Pero hay una de ellas que sólo es perdonable por lo pintoresca: ¿por qué un acordeón en lugar de un bandoneón en la tapa?

9/12

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