Moravia, Marcelo Luján
En febrero de 1950 los barcos
arrojan al puerto de Buenos Aires montañas de inmigrantes que huyen de una
Europa arrasada. Muchos de esos barcos tienen nombres en inglés. Como el Murray II. Pero el Murray II no viene de
Europa sino de Estados Unidos. Es decir que trae ciudadanos, no a esa chusma hambrienta,
analfabeta que será carne de conventillo. Trae gente como el bandoneonista argentino Juan Kosic, su esposa Lidia y la
hija de ambos: una familia de tres idiomas.
Hace ya quince años que Juan
Kosic dejó su pueblo de mala muerte, Colonia Buen Respiro. Escapó de allí, cansado
de la maldad de su madre, una campesina que apenas habla castellano y que
siempre insulta en su checo natal. Buscaba aire y una oportunidad para su
talento. El destino lo llevó a Nueva Orleans. Allí conoció el éxito tocando en
la orquesta del maestro Pegassi. Y el éxito le dio roce, y una esposa de
ascendencia morava, y mucho dinero.
Pero sus fantasmas siguieron ahí,
ardiente el alma por aquella bofetada de odio, último contacto con la piel de
su madre. Quince años pasaron. Nada fue fácil para Juan Kosic: todavía le queda
una cuenta por saldar en Colonia Buen Respiro.
Arrastra hasta allí a su nueva
familia. No lo admite Juan, pero sólo lo mueve el deseo de venganza, un veneno
que se sacará de encima cuando pueda humillar a su madre y a su sometida hermana.
Lidia trata de convencerlo, de explicarle que volver está bien, sí, pero mejor
sin rencores. Que del odio no nace nada bueno. Que su temperamento latino. Que,
en el fondo, lo que planea hacer es una algo peor que una simple estupidez.
Bajo el calor de febrero, en un
tren polvoriento, Marcelo Luján construye con su prosa atenta al detalle, un
mundo ominoso, opresivo. La tragedia se adivina inevitable a medida que se
acerca la noche fatídica. En algún punto el lenguaje se vuelve más seco, más
económico —o eso me hizo creer Luján, narrador experto—, y ya no se puede
soltar el libro: aún sabiendo lo que va a pasar, uno asiste con horror al
desenlace.
Se ha escrito que Moravia es como una tragedia griega.
¿Qué historia de esta oscuridad y potencia no lo es? Desde que el mundo es
mundo, incluso antes de Grecia, los hombres insisten en elegir el camino de la
destrucción. De esa tendencia trata Moravia:
es una historia sobre las provocaciones, sobre las advertencias, sobre las terribles
consecuencias de nuestras elecciones.
El corazón de la historia de Moravia ya aparece en un episodio
lateral que relata Meursault en El extranjero,
de Camus (también se piensa que es otro el origen de ese relato, como reconoce
el autor en esta interesante entrevista). Pero alrededor de ese núcleo trágico
que es la esencia de Moravia, Marcelo
Luján vuelve a disponer elementos que se reconocen presentes en su obra más
reciente. Teniendo en cuenta que es un escritor argentino que lleva más de una
década afincado en Madrid, ninguno de esos elementos resulta casual: como en La mala espera, en Moravia también están el desarraigo y la inmigración, el pasado que
vuelve a cobrarse las deudas; el peronismo y sus figuras icónicas aparecen en
ambas novelas e incluso en un cuento suyo publicado este año (“Reyes del
cincuenta y uno”, en la antología Doce rounds).
Moravia es una historia sombría, que tiene la negra belleza del
horror más humano. Ese que nos da miedo mirar, en el que tememos reconocernos.
Y Marcelo Luján es un escritor al que, esté o no el Atlántico de por medio, hay
que seguir con atención.
La edición catalana de El Aleph —que
estará disponible en las librerías de Buenos Aires a partir del mes de octubre—
no es mala, tiene el par de erratas que se espera en cualquier libro. Pero hay
una de ellas que sólo es perdonable por lo pintoresca: ¿por qué un acordeón en
lugar de un bandoneón en la tapa?
9/12
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