viernes, 7 de septiembre de 2012

Mandrake


Yo jugaba con las blancas y avanzaba el alfil en fianqueto. Berta preparaba un fuerte centro de peones.
Aquí el despacho del doctor Paulo Mendes, dijo mi voz en la grabadora del teléfono dando a quien llamaba treinta segundos para dejar su mensaje. El individuo aquel decía llamarse Cavalcante Méier, como si hubiera un guión entre los dos apellidos, y que estaban intentando complicarlo en un crimen, pero —tlec— los treinta segundos se acabaron antes de que pudiera terminar de decir lo que quería.
Siempre llama la gente cuando uno está en lo más duro de la partida, dijo Berta. Bebíamos un vino de Faísca.
El tipo volvió a marcar pidiendo que le llamara yo a su casa. Un teléfono de la zona sur. Se puso una voz vieja, una voz reverencial, como si estuviera acostumbrada a aquel tono. Era el mayordomo. Fue a llamar al médico.
Hay un mayordomo en la historia. Ya sé quién es el asesino. Pero a Berta no le hizo gracia. Aparte de su afición al ajedrez, todo lo tomaba en serio.
Reconocí la voz de la cinta: lo que tengo que decirle es algo muy personal. ¿Puedo pasar por su despacho?
Estoy en casa, dije, y le di la dirección.

(Rubem Fonseca, El cobrador, Barcelona, RBA libros, 2011, pg 85)

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