El cobrador, Rubem Fonseca
Si quedaran un puñado de causas
en cuyo apoyo valiera la pena pronunciarse, una de ellas bien podría ser esta: colaborar
en la difusión de la obra del brasileño Rubem Fonseca. Total, con tanto nórdico sobrevalorado, ¿por qué no intentar
un tiro para el lado de la justicia?
No estoy en condiciones de decir
si es o no Fonseca el más grande escritor brasileño contemporáneo ni nada por
el estilo. Sencillamente considero que la obra de Fonseca no goza ni de una
difusión ni de un reconocimiento acorde a su estatura, al menos en nuestro
idioma. Tan simple como eso. De modo que, dada “la causa”, y dado que siempre
que puedo trato de disfrutar de un buen escritor, me conseguí un ejemplar de la
reciente edición de RBA de El cobrador.
Aunque no estoy seguro de que la
palabra disfrutar sea la más adecuada
para hablar de las historias de Fonseca, pues son historias siempre duras,
cortantes. Ahí va: cortantes sí que me
gusta. Porque, si el mundo trabaja tapando la desgracia y la miseria,
vendiéndonos lo que sea necesario vendernos para que nos creamos felices,
limpios y buenos, ahí viene la literatura de Fonseca como un cuchillo ardiente
a pelar todo lo que sobra, todo lo que oculta: a mostrarnos el hueso blanco y
ensangrentado de la existencia humana.
Que quede claro: quien espere
encontrar en los relatos de Fonseca sólo historias policiales se va a llevar
una decepción. En cambio, quien busque historias negras —criminales, de amor, de sexo, de locura— saldrá temblando, tal
vez falto de aire y buscando banquito y segundos como un boxeador al borde del
knock out.
Los cuentos de este libro son una
buena muestra de las zonas de interés del autor. Desde la ficción histórica, con
la que Fonseca explora el origen violento de su sociedad, parida de esclavitud
y guerras (“H.M.S Cormorant en Paranaguá”
y “Camino de Asunción”) hasta las viñetas sórdidas de “Crónica de sucesos”. El
amor desesperado y la tensión social aparecen en “Comida en la sierra el
domingo de Carnaval”; el abandono y la locura, en el asilo de “Once de mayo”.
Aunque “El juego del muerto” es una historia cruda y testimonial —es decir, negra—sobre los escuadrones de la
muerte, la historia detectivesca que más se acerca a lo clásico, y en la que
asoma apenas el humor, es “Mandrake”, protagonizada por el abogado-detective
homónimo que aparece en otras historias del autor.
Pero hay tres relatos que son
demoledores y que me dejaron grogui. El primero es el brutal “Pierrot de la
caverna”, en el que un pedófilo narra su vínculo con una vecina de 12 años.
“Encuentro en el Amazonas” es la persecusión implacable y a la vez indolente de
un asesino que navega a través de medio Brasil, con una recreación de climas y
paisajes que deslumbra. Y en “El cobrador” hay un loco que va por la vida reventando
gente porque sí. O mejor dicho, porque todos
“le deben mucho”: se ha hartado de pagar, y ahora se cobra sus deudas
quedándose con las vidas de sus deudores. Violento al extremo.
Por su rabioso universo, por la
contundencia de su prosa árida y porque escribe desde las entrañas de ese
gigante próximo y desconocido que es Brasil, Fonseca es un autor para quien un
comentario como este es necesariamente insuficiente: a Fonseca hay que leerlo.
Sobre todo si sos latinoamericano.
Rubem Fonseca tiene una extensa
obra. Conozco poco editado en castellano: algo en Ediciones de la Flor y en
Norma (por allá por los noventas). Por eso es para celebrar este rescate de
cuatro títulos en RBA.
De todas formas pienso que, si el mundo funciona como yo imagino que funciona,
RBA no va a vender muchos ejemplares de Fonseca. Algo que lamento, pero que habla
bien de dicha colección: ganar plata con los superventas Cornwell, Connelly y la
oleada vikinga, a cambio de rescatar excelente literatura como la de Fonseca.
Traducción: Basilio Losada
8/12
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