Después le conté lo de la ruleta
rusa.
—¿Jugó usted?
—Seis veces —dije, y miré
fijamente la rampa.
Duffy me clavó la mirada.
—Está loco, una posibilidad
entre seis; debería estar muerto.
Sonreí.
—¿Ha jugado alguna vez?
—No. No me gustan esos juegos.
—Usted es como la mayoría de la
gente. Beck también. Él creía que las posibilidades eran una entre seis. Sin
embargo, se acercan más a una entre seiscientos. O a una entre seis mil. Si uno
pone una bala pesada en un arma bien hecha y bien conservada como ese Colt
Anaconda, sería un milagro que el tambor se parara cuando la bala está cerca de
la parte superior. La inercia del giro siempre la lleva hacia abajo. Un
mecanismo de precisión, un poco de aceite y la gravedad te echan una mano. No
soy idiota. La ruleta rusa es más segura de lo que se piensa. Y valió la pena correr
el riesgo para que me contratara.
Se quedó callada.
(Lee
Child, El inductor, Barcelona, Ediciones
B, 2004)
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