Mostrando entradas con la etiqueta Don Winslow. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Don Winslow. Mostrar todas las entradas

sábado, 2 de marzo de 2013

Música surfera y una pregunta de ética


En 1962, la guitarra Fender desarrolló una caja de "resonancia" que producía el sonido fuerte, hueco y "húmedo" que se convirtió en el sello característico de la música surfera. Ese mismo año, el inmortal Dick Dale y los Del-Tones utilizaron la resonancia en Misirlou, en la que aparecía la guitarra clásica de Dick Dale, que sonaba como una ola a punto de romper. The Chantays respondieron el mismo año con Pipeline.
En 1963, los Surfaris publicaron el primer éxito surfero nacional, Wipe Out, con su carcajada sarcástica y, a continuación, el famoso riff de percusión que todos los baterías adolescentes de los Estados Unidos trataban de imitar, y así nació la moda de la música surfera. Boone heredó toda esa música de su viejo: aquellas viejas bandas surferas, como The Pyramids, The Markettes, The Sandals, The Astronauts, Eddie & the Showmen.
 Claro que sí, y los Beach Boys.
¡Eran unos monstruos!
Gracias a los Beach Boys, los chavales de todo el mundo cantaban Surfin' Safari, Surfin' U.S.A. y Surfer girl, imitaban un estilo de vida que nunca habían vivido y nombraban lugares en los que jamás habían estado, como Del Mar, Ventura County Line, Santa Cruz, Trestles, por todo Manhattan hasta Doheny... Swami's, Pacific Palisades, San Onofre, Sunset, Redondo Beach, por todo La Jolla...
A lo largo de la autopista 101.
Boone no sabe la respuesta a aquella vieja pregunta de Ética de su primer año de universidad —si, sabiendo lo que sabes ahora, habrías estrangulado en su cuna al bebé Adolf Hitler—, pero tiene clara la respuesta para Brian Wilson: salpicarías su cerebrito de bebé por todo el moisés antes de dejarlo llegar al estudio de grabación y convertir la 101 en un aparcamiento.

(Don Winslow, El club del amanecer, Madrid, Martínez Roca, 2012, 177)

viernes, 1 de marzo de 2013

El diablo


El diablo no brinda opciones fáciles.
Si lo hiciera, en lugar del diablo sería un asqueroso aspirante a fullero, haciéndose pasar por el auténtico.
El diablo de verdad no nos hace elegir entre el bien y el mal. Para la mayoría de las personas, eso resulta demasiado fácil. La mayoría de la gente, incluso cuando se enfrenta a tentaciones que van mucho más allá de lo que habrían podido imaginar, elige hacer el bien.
Por eso, el diablo verdadero te pide que elijas entre mal y peor. Que un miembro de tu familia muera de una adicción horrible o traicionar a un amigo. Para eso es el diablo, tío, y, cuando está en plena forma, no te hace elegir entre el cielo y el infierno, sino entre el infierno y el infierno.
Josiah Pamavatuu es un buen tipo y nadie lo duda. Conduce un camión con dos mujeres mojadas y temblando a su lado y su mejor amigo en la parte trasera: un tío que, para él, es como de la familia.
Pero "ser como" no es lo mismo que "ser".
"Ser" es "ser".

(Don Winslow, El club del amanecer, Madrid, Martínez Roca, 2012, pg 223)

jueves, 28 de febrero de 2013

El lugar que te corresponde


—Una ola —dice Boone— te coloca en el lugar exacto del universo que te corresponde. Supón que eres un engreído, que te crees el rey del universo; entonces sales allá afuera y la ola te da una paliza: te levanta, te echa abajo, te revuelca, te refriega por el fondo y te retiene allí un rato... Como si Dios te dijera: "Oye, alfeñique, cuando te deje volver a subir, toma una bocanada de aire y a ver si te puedes alejar de ti mismo un poquito". O digamos que estás depre, que sales y te sientes una mierda, como si en el mundo no hubiera lugar para ti. Sales y el mar hace que te deslices suavemente, como si solo fuera para ti... ¿Comprendes? Es como si Dios te dijera: "Bienvenido, hijo mío, esto es para ti y está todo bien". Una ola siempre te da lo que necesitas.

(Don Winslow, El club del amanecer, Madrid, Martínez Roca, 2012, pg 259)

martes, 26 de febrero de 2013

Mientras llega la gran ola


El club del amanecer, Don Winslow

Piensen en un amigo. Pero un amigo de esos de hace mucho, de toda la vida. El tipo con el que te fumaste el primer faso, o con el que te agarraste a trompadas allá lejos, cuando las tardes estaban hechas de fulbito sobre adoquines. El tipo que te llevó a casa cuando no te tenías en pie, el hombro en el que lloraste. Piensen en esa clase de amigo. De vínculo cicatrizado y resistente. Ese amigo.

Desde que escribió El poder del perro, Don Winslow es, para mí y para este blog, esa clase de amigo literario. Podrá escribir una novela extraordinaria como aquella, o una muy buena como El invierno de Frankie Machine, o alguna no tan buena como Vida y muerte de Bobby Z. No importa lo que escriba. Ni siquiera importa que Oliver Stone adapte Salvajes: voy a leer todo lo que pueda de Don Winslow, porque nuestra amistad literaria es así. Nada puede romperla. Como decimos por acá, “lo banco”. Y a Fresán, que fue quien me lo presentó en Roja&Negra, le debo una.

Dicho esto, se entiende que me haya hecho con un ejemplar de El club del amanecer. Y con él unas cuantas horas de entretenimiento puro.

Uno de los protagonistas de esta muy buena novela es Boone Daniels. Ex policía y actual detective privado, Boone tiene sus prioridades tan claras que dan un poco de envidia: primero el surf y los amigos, luego el trabajo. No tiene un peso, pero es feliz. Desayuna gratis en The Sundowner, a cambio de controlar a los borrachos en ese mismo bar por las noches. Por supuesto, debe meses de alquiler, pero su casero lo aguanta, porque Boone es un tipo querido.

Podría decir que los otros personajes de esta novela son sus amigos de El Club del Amanecer, una banda pintoresca que se junta todas las mañanas a montar olas en la rompiente de Pacific Beach, en San Diego. Después se cambian, se comen uno de esos desayunos inexplicables que comen los yanquis, y se van a trabajar, cada uno a lo suyo: la bella Sunny Day, David el Adonis, el Marea Alta, Johnny Banzai y el Doce Dedos. Una cofradía de la ola que, por estos días, se encuentra bastante excitada: en 48 horas llegará a la costa “la” ola. La gran ladera de agua, la “trituradora rugiente” con la que todos sueñan, y que aparece más o menos con cada cambio de gobierno. Se respira un ambiente de “ahora o nunca”…

Podría decirse que Petra Hall es otro de los personajes. Es abogada, y necesita la ayuda de Daniels para encontrar a Tammy, una estríper que tiene que atestiguar en un juicio y que desapareció misteriosamente. Hay que encontrarla urgente, antes de que lo haga el mafioso Dan Silver —dueño del bar en el que ella trabaja, y potencial perjudicado con el testimonio de la bailarina—, o Eddie el Rojo, traficante y amigo del propio Daniels. Y urgente porque, claro, se acerca "la" ola...

Podría decirse que todos ellos son los personajes que animan esta trama, y no estaría mal decirlo. Lo que sí estaría mal sería no mencionar al otro gran protagonista de esta historia: el surf. El surf como modo de vida, como original “contracultura”, hoy ya mercantilizada pero que aún funciona para la gente de a pie como forma de amistad, con los hombres y con el mar. Como en todas las novelas que le conozco, Winslow vuelve a ambientar su historia en esa triple frontera en la que se siente tan cómodo. La de California, México y el Pacífico. Geografía que resulta perfecta para esta historia que, a partir de la búsqueda de Tammy, se deriva a un entrevero de “espaldas mojadas” y prostitución infantil. Asunto este último, el del abuso de niños, que le pega mal a Boone, que le agita antiguos fantasmas de un caso mal resuelto.

Un Winslow en su mejor forma. Con su humor de siempre, apoyado en sus diálogos precisos, te va a llevar por la playa, te va a hablar de olas, de tablas y de técnicas. Te va a contar la historia del surf en el sur de California, y de la amistad que se sella arriba de las olas.

Y antes de que te des cuenta, mientras estés pensando en poner a los Beach Boys, vas a estar metido de cabeza en un policial duro y violento que no vas a querer soltar hasta que llegue la gran ola y los barra a todos.

Qué buen amigo este Don Winslow.

Traducción: Alejandra Devoto

2/13

lunes, 13 de junio de 2011

Vértigo livianito

Muerte y vida de Bobby Z, Don Winslow
Supongamos que conocen a un autor, del que han leído dos novelas. La primera de ellas digamos que entra cómoda en cualquier Top Ten de la novela negra contemporánea (por respeto, dejemos afuera a los clásicos). La segunda fue apenas excelente. Resulta que aparece una tercera novela del mismo autor: ¿qué harían ustedes en mi lugar? Correcto, lo mismo que hice yo: zambullirme de cabeza en la primera librería y hacerme de un ejemplar de Muerte y vida de Bobby Z, la última novela de Don Winslow editada por Roja & Negra. ¿El resultado? Les cuento…
Tim Kearney es un perdedor al que todo le sale mal. Estando en la cárcel, preso por atraco a mano armada, le corta el cuello a Skindog, un integrante de los temibles Hell´s Angels. Esto lo convierte en triple reincidente o, peor aún, en hombre muerto apenas vuelva a asomar la nariz al patio de la cárcel.
Conocedor de esta circunstancia, un agente de la DEA llamado Tad Gruzsa, secundado por su secuaz Escobar, le hace una oferta a Tim: debe hacerse pasar por Bobby Z, un narco surfero muerto en un confuso episodio en el sudeste asiático, con quien tiene un asombroso parecido físico. Es sólo por un tiempo, le dice. Después, le darán a cambio una nueva identidad y la libertad absoluta. Tim no se muestra muy convencido, pero con unos golpes bien aplicados, termina tomando la decisión “correcta”.
El asunto es que Tim/Bobby debe ser canjeado por otro agente de la DEA, capturado por Don Huertero, poderoso zar de la droga. Por supuesto, el canje, al mejor estilo guerra fría pero en la frontera mexicana, fracasa. Hay un tiroteo en el desierto y Tim se escapa. Así comienza un agitado periplo en el que Tim/Bobby —ahora buscado prácticamente por todo el mundo— se cruza con la más variopinta galería de personajes. El cowboy Johnson, el indio Rojas y Brian el gordo. La hermosa Elizabeth y el pequeño Kit. El Monje, excómplice de Z, y el loco One Way.
Winslow maneja con astucia esta narración vertiginosa, entretenida, que se lee fácil y al final de cada corto capítulo no te queda otra opción que dar vuelta la página para averiguar qué pasó. Sin embargo, Muerte y vida de Bobby Z no es una novela deslumbrante como las dos citadas al comienzo (por si algún lector necesita aclaración, aquellas dos novelas son la tremenda, enorme El poder del perro y la violenta y a la vez intimista El invierno de Frankie Machine, comentada en este blog, aquí). Escrita íntegramente durante sus viajes en tren al trabajo, “cuando ya daba por terminada mi carrera de escritor”, Muerte y vida de Bobby Z no alcanza aquellas alturas literarias: es una buena novela, y punto.
Tim Kearney es el clásico perdedor que habita ese universo tan bien plasmado por las películas de Tarantino y los Coen (no en vano Fresán los menciona en el prólogo) o por las novelas de Elmore Leonard. Un maleante que, combinando torpeza, mala suerte y simpatía, termina haciéndose querer. ¿En qué falla entonces? En el humor. La narración es por momentos una seguidilla de situaciones ridículas y comentarios pretendidamente graciosos, como si Winslow quisiera mostrarnos que él también es capaz de “guionar” una historia violenta y pochoclera que nos mantenga despiertos dos horas frente a la pantalla. Lo logra, lo que no es poco. Pero no logra la profundidad dramática que, habiendo leído sus anteriores obras, uno espera del gran escritor que es Don W.
La traducción de Eduardo G. Murillo es correcta pero muy ardua para quiénes no hablamos el español castizo de la península. Muchos gilipollas, tías/os, coños, pollas, trena, trullo, chaval… en fin, más de lo mismo.
5/11

lunes, 28 de marzo de 2011

Una verdadera máquina

El invierno de Frankie Machine, Don Winslow
Conocí a Don Winslow cuando se publicó su primera novela en castellano, El poder del perro. Venía precedida del siempre vendedor prólogo de Fresán, pero lo que me animó a leerla fue un elogioso –y breve y certero– comentario de James Ellroy. Ellroy es muchas cosas, pero no es un habitante frecuente de las solapas y contratapas a la manera en que sí es, por ejemplo, Stephen King. Dada mi devoción por el gran James, decidí darle una oportunidad a Don, y se la di. Fue una buena decisión. Me encontré con lo mejor que he leído en mucho tiempo en este género: me explotó la cabeza.
Para la segunda novela suya que llega a mis manos, El invierno de Frankie Machine, ya no hizo falta el comentario de Ellroy (aunque también viene en la solapa). Esta vez yo me parecía bastante a esos fans de Star Wars que hacen cola para la entrada el día del estreno, esperando que El invierno de Frankie Machine llegara a Buenos Aires.
Y no me defraudó: en un registro bien diferente al de su predecesora, esta segunda novela responde a las expectativas –enormes– creadas por la anterior obra de Winslow. Esta es una novela de mafiosos, de un mundo de negocios turbios, prostitución, juego, corrupción. El ambiente y el lenguaje recuerdan a Buenos muchachos o a Los Soprano, esos mafiosos tradicionales y crueles pero que muestran un costado humano.
El invierno está contada a través de su personaje, el querible Frankie Macchiano. Frankie es un hombre mayor que vive una vida normal. Es cierto que trabaja mucho con sus varios negocios, absolutamente legales, pero aún así es una vida que merece ser vivida. Vean si no. Frankie vive solo. Se levanta muy temprano, se prepara el desayuno mientras escucha óperas y se va a abrir su puesto de venta de carnadas en el muelle de San Diego, California. Allí todos lo quieren y lo respetan como a un patriarca. Al mediodía suele almorzar con su novia Donna. Tiene una hija, Jill, que está por entrar en la universidad. Y hasta se lleva bien con su ex mujer, Patty. Encima de todo, por las mañanas nunca se pierde “la hora de los caballeros”, como llaman él y su amigo, el agente del FBI Dave Hansen, al rato que comparten montando las olas en sus tablas de surf. ¿Qué más puede pedir un hombre? Realmente, la maestría con las que Winslow nos muestra en los primeros capítulos la vida que lleva Frankie hace que instantáneamente este entre en nuestros corazones.
Desde luego, en un momento la cosa se tuerce. Alguien tiende una trampa a Frankie, y le vuelve a salir de adentro todo aquello que él sabía hacer. Aquello por lo que le decían Frankie Machine, la máquina.
A partir de entonces, la historia se desarrolla intercalando flashbacks de la vida mafiosa del joven Frankie. Allí van apareciendo nuevos personajes, para que tanto los lectores como el mismo Frankie vayamos entendiendo qué es lo que pasa, quién y por qué está queriendo desahacerse de él.
La prosa es bien ágil. El dibujo del personaje de Frankie es magnífico, tanto que De Niro planea protagonizarlo en el cine. Los diálogos van en línea con lo mejor de la escuela norteamericana. En resumen, sin ser la tremenda,violentísima y excepcional El poder del perro –lo que, dada la estatura de esa primera novela, no significa mucho– esta es una muy buena novela, con un personaje de esos que quedarán en la memoria.
Párrafo aparte para la traducción demasiado “española” de Alejandra Devoto, que nos dificulta la lectura con una gran profusión de gilipollas, tías y chavales a los lectores “no españoles”. Algo más de neutralidad hubiera sido bienvenida.
2/11