El club del amanecer, Don Winslow
Piensen
en un amigo. Pero un amigo de esos de hace mucho, de toda la vida. El tipo con
el que te fumaste el primer faso, o con el que te agarraste a trompadas allá
lejos, cuando las tardes estaban hechas de fulbito sobre adoquines. El tipo que
te llevó a casa cuando no te tenías en pie, el hombro en el que lloraste.
Piensen en esa clase de amigo. De vínculo cicatrizado y resistente. Ese amigo.
Desde
que escribió El poder del perro, Don
Winslow es, para mí y para este blog, esa clase de amigo literario. Podrá
escribir una novela extraordinaria como aquella, o una muy buena como El invierno de Frankie Machine, o alguna
no tan buena como Vida y muerte de Bobby Z. No importa lo que escriba. Ni siquiera importa que Oliver Stone adapte Salvajes: voy a leer todo lo que pueda
de Don Winslow, porque nuestra amistad literaria es así. Nada puede romperla. Como
decimos por acá, “lo banco”. Y a Fresán, que fue quien me lo presentó en
Roja&Negra, le debo una.
Dicho
esto, se entiende que me haya hecho con un ejemplar de El club del amanecer. Y con él unas cuantas horas de
entretenimiento puro.
Uno
de los protagonistas de esta muy buena novela es Boone Daniels. Ex policía y
actual detective privado, Boone tiene sus prioridades tan claras que dan un
poco de envidia: primero el surf y los amigos, luego el trabajo. No tiene un
peso, pero es feliz. Desayuna gratis en The Sundowner, a cambio de controlar a
los borrachos en ese mismo bar por las noches. Por supuesto, debe meses de
alquiler, pero su casero lo aguanta, porque Boone es un tipo querido.
Podría
decir que los otros personajes de esta novela son sus amigos de El Club del
Amanecer, una banda pintoresca que se junta todas las mañanas a montar olas en la rompiente de Pacific Beach,
en San Diego. Después se cambian, se comen uno
de esos desayunos inexplicables que comen los yanquis, y se van a trabajar,
cada uno a lo suyo: la bella Sunny Day, David el Adonis, el Marea Alta, Johnny
Banzai y el Doce Dedos. Una cofradía de la ola que, por estos días, se encuentra
bastante excitada: en 48 horas llegará a la costa “la” ola. La gran ladera de
agua, la “trituradora rugiente” con la que todos sueñan, y que aparece más o
menos con cada cambio de gobierno. Se respira un ambiente de “ahora o nunca”…
Podría
decirse que Petra Hall es otro de los personajes. Es abogada, y necesita la
ayuda de Daniels para encontrar a Tammy, una estríper que tiene que atestiguar
en un juicio y que desapareció misteriosamente. Hay que encontrarla urgente, antes de
que lo haga el mafioso Dan Silver —dueño del bar en el que ella trabaja, y
potencial perjudicado con el testimonio de la bailarina—, o Eddie el Rojo,
traficante y amigo del propio Daniels. Y urgente porque, claro, se acerca "la" ola...
Podría
decirse que todos ellos son los personajes que animan esta trama, y no estaría
mal decirlo. Lo que sí estaría mal sería no mencionar al otro gran protagonista
de esta historia: el surf. El surf como modo de vida, como original “contracultura”,
hoy ya mercantilizada pero que aún funciona para la gente de a pie como forma
de amistad, con los hombres y con el mar. Como en todas las novelas que le
conozco, Winslow vuelve a ambientar su historia en esa triple frontera en la
que se siente tan cómodo. La de California, México y el
Pacífico. Geografía que resulta perfecta para esta historia que, a partir de la
búsqueda de Tammy, se deriva a un entrevero de “espaldas mojadas” y prostitución
infantil. Asunto este último, el del abuso de niños, que le pega mal a Boone,
que le agita antiguos fantasmas de un caso mal resuelto.
Un
Winslow en su mejor forma. Con su humor de siempre, apoyado en sus diálogos
precisos, te va a llevar por la playa, te va a hablar de olas, de tablas y de
técnicas. Te va a contar la historia del surf en el sur de California, y de la
amistad que se sella arriba de las olas.
Y
antes de que te des cuenta, mientras estés pensando en poner a los Beach Boys,
vas a estar metido de cabeza en un policial duro y violento que no vas a querer
soltar hasta que llegue la gran ola y los barra a todos.
Qué buen amigo este Don Winslow.
Traducción: Alejandra Devoto
2/13
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