lunes, 31 de marzo de 2014

Cien años, mucho futuro

Cien años de perdón, Claudio Cerdán

Imagínense un policía que ya ha caído a lo más bajo que puede caer un policía. Requiere un esfuerzo, porque eso puede ser muuuy abajo: si hay un servidor público que tiene mil demonios quemándolo todo el tiempo (situación que per se no justifica nada, pero tal vez explique), ese es un policía. Una vez que lograron imaginarlo, poténcienlo diez veces y se estarán acercando a Antonio Ramos, el que interpreta y narra esta novela.

Ramos es un inspector de policía en la ciudad mediterránea de Alicante. Detrás del lado brillante de playa que muestran los operadores turísticos, hay una Alicante oscura y sucia, de yonquis y putas y mafias rusas. Ese es el terreno en que se hunde Ramos, a quien llaman Mierda de Perro, y a quien nadie respeta ya. Ni en el cuerpo de policía, donde apenas le queda la confianza de su colega Marc, ni en su propia casa, donde sufre el desprecio de su mujer y sus dos hijos. Todos esos años de humillación, viviendo de la extorsión y el chantaje, aplastaron a Ramos y lo prepararon para lo que es hoy: un hijo de puta harto, dispuesto ya a cualquier cosa.

Y su oportunidad llega con un par de casos muy extraños, en un mismo edificio. Un anciano muere en su casa, sentado en una silla, aferrado a una vieja escopeta, rodeado por cientos de bolsas de basura (síndrome de Diógenes que le dicen). Cuando una se rompe accidentalmente, brotan de ella billetes. Muchos billetes. Y son muchas bolsas. Demasiado para Ramos. Aunque en un primer momento no puede hacer nada: mientras interrogan a los vecinos del viejo descubren una escena macabra en otra vivienda. Un médico y su esposa masacrados a cuchillazos, la sirvienta torturada, el hijo ensangrentado y en shock.

Queda planteada una historia que, narrada en primera persona y en presente, nos cuenta diez días en la vida de Ramos que lo cambiarán para siempre. Diez días de locura, de codicia, de asesinatos, de cabezas cortadas y mafiosos rusos. Son los días que sobrevienen luego de que Ramos haya decidido vender su alma al diablo. Porque de eso se trata: del pacto por el que Ramos va a caer al fondo, arrastrando con él a su compañero Marc.

Cien años de perdón es una novela que atrapa. Con un ritmo muy bien manejado, con algunos personajes secundarios muy buenos (Jesús, los hermanos Organov), con diálogos de gran nivel, aunque muy dura y con momentos gore, la novela es eficaz: uno quiere seguir dando vuelta página tras página. Bajo el gran tema de la codicia que atormenta al propio Ramos, Cerdán combina con éxito la trama muy negra del robo, los rusos y los negocitos paralelos del policía (chantajes a figuras públicas con la ayuda de un periodista corrupto) con la trama detectivesca de la familia masacrada (compleja, y que involucra hasta una vieja clínica abortista).

El personaje de Ramos es muy sólido. La voz de su primera persona está bien lograda (*), pero me ha resultado un poco chocante el hecho de ser un policía tan duro, tan jodidamente duro en la calle, y que al mismo tiempo sea tan, pero tan basureado en su propia casa, por toda su familia. Aunque perfectamente se podría leer una actitud como consecuencia de la otra, a mí me hizo un poco de ruido tan abrupto contraste.

Pero más allá de detalles perfectibles, Cien años de perdón es una novela que merece ser leída (iba a poner “disfrutada”, pero es tan dura que no sé si es la palabra adecuada), y que nos deja frente a un autor joven, de apenas 32 años, que ya ha visto de cerca premios literarios prestigiosos, y que tiene un futuro enorme por delante (su nueva novela, Un mundo peor, sale en estos días por la misma editorial en España).


(*) Por las dudas, tal vez para que la voz de Ramos no se vuelva inverosímil con algunas de sus reflexiones profundas, en su primera entrevista con el psiquiatra, al comienzo del libro, Ramos revela que tiene estudios de Filología, “una curiosa carrera para un policía”. Y un truco lícito del autor (aunque me suena de otros personajes…)

2/14


Gancho marketinero/intrablog: si te interesa esta novela, tal vez te interese darte una vuelta por La balada de los miserables, de Aníbal Malvar, o por cualquier de las dos primeras de Carlos Zanón, Tarde, mal y nunca y No llames a casa.

sábado, 22 de marzo de 2014

Viajante

Se pusieron a hablar. Aquel tipo tenía algo que le inspiraba confianza y, al mismo tiempo, le molestaba. Con una conversación sobre la cerveza en Alemania se puede discutir la noche entera, pero Blum tenía prisa y cambió de tema rápidamente. El hombre de marrón le comunicó que era viajante. Recorría los mercados y las zonas peatonales de las pequeñas ciudades desde el Bajo del Rin hasta Sauerland con unos productos de limpieza de calidad dudosa. Blum podía imaginárselo bajo el mapa mojado por la lluvia en la zona peatonal de Neheim-Hüsten con el jabón de espuma «despertar de la primavera» y el detergente «lana de oveja», dos productos que entablaban desde hacía cincuenta y siete años una batalla perdida contra Henkel, ante dos amas de casa con migraña y tres niños en edad escolar, dos de ellos de Asia Menor, un jueves por la tarde, con 13,30 marcos en el bolsillo y, como plan nocturno, una salchicha con ensalada de patata y una cama fría en el albergue cristiano. Aunque uno pudiera imaginárselo, eso no significaba que le fuera a pasar lo mismo, pero no obstante a Blum le entró un escalofrío por la espalda; un miedo más profundo que el que le tenía a todas las mafias.

(Jörg Fauser, El hombre de nieve, Madrid, Ediciones Akal, 2009)


viernes, 21 de marzo de 2014

Old Spice

Cuando llegó al número 316 dejó la caja sobre la cama, se quitó la chaqueta, subió la calefacción, echó un vistazo por la ventana y corrió la cortina.
Espuma de afeitar.
Espuma de afeitar Old Spice.
Una caja de espuma de afeitar Old Spice en la consigna de la estación central de Múnich. El resguardo de la consigna pegado a la peluca de un italiano que supuestamente se llamaba Rossi y al que se le vio por última vez el 13 de marzo en la Villa Aurora, bahía de San Pablo, Malta. Malta, estado insular del Mediterráneo, a medio camino entre Sicilia y África; forma de gobierno «república democrática» de «confesión católica», ¿no es cierto, inspector? 320.000 habitantes, exportaciones: hortalizas tempranas, frutas tropicales, emigrantes y señoras de la limpieza. Y ningún tesoro artístico. Un nido de traficantes, había dicho Larry. ¿Traficantes de Old Spice? ¿Adónde? ¿A Yida? Quizá mister Faq habría visto aquí una oportunidad de hacer negocios. Perdón: mister Haq. Hassan Abdul Haq. Madonna Salvani.
Al final, abrió la caja.
[…]
Blum se fue al baño y soltó una bola de espuma de afeitar en la bañera. Entonces el bote emitió un suspiro y ya no salió nada más. Demasiado poco para 300 mililitros. Una ausencia llamativa. No obstante, el bote aún pesaba. Doscientos gramos como poco, quizás algo más. Y comprobó que los otros también pesaban lo mismo. Blum sintió un hormigueo por debajo de la piel del cráneo. «Aléjate de esto, chico», le avisó una Voz, aunque hablaba demasiado bajo. No podía imponerse a las otras voces y, sobre todo, no podía imponerse al hormigueo. Se sentó en la moqueta con el bote y una navaja, y quitó el difusor de plástico. A una distancia de dos cigarrillos se encontraba una bolsa de celofán con polvo blanco. La sacó, abrió la bolsa, se humedeció el dedo y, después de introducirlo en el polvo, la probó.

(Jörg Fauser, El hombre de nieve, Madrid, Ediciones Akal, 2009)


jueves, 20 de marzo de 2014

Sexo en la jukebox

Una cucaracha macho agarró entre sus patas delanteras a una hembra y la montó. Cuando resbalaron hasta el título Don't go breaking my heart, Blum metió una moneda por la ranura de la gramola, apretó el botón y contempló cómo se apareaban. La jukebox estaba llena de cucarachas, tanto muertas como vivas. «Locas por el rock —pensó Blum—. Bailan sobre el vientre caliente y eléctrico de la máquina, bailan y follan hasta reventar. Espero que os divirtáis». El macho dejó ir a la hembra, que se arrastró sobre Sailing y La Barca, y se quedó inmóvil sobre Please don´t go. «El macho la ha matado. Entre los escorpiones es la hembra y entre las cucarachas, el macho. Así es la vida, pequeña». Blum cogió su cerveza y volvió a mirar hacia el callejón donde, en medio del estruendo de la música, las jóvenes acechaban a los turistas, que dudaban entre gastarse el dinero en media botella de vino para acompañar la comida o en comprarle a su mujer una camiseta en la que se leía: I lost my heart in Malta.

(Jörg Fauser, El hombre de nieve, Madrid, Ediciones Akal, 2009)


sábado, 15 de marzo de 2014

Polvo de los ochenta

El hombre de nieve, Jörg Fauser

Bucear sin descanso en los océanos inexplorados del género negro regala, de vez en cuando, una perla. Un autor o una novela cuyo hallazgo hunde en el olvido más definitivo a los diez fiascos nórdicos que la precedieron. Esa sensación es la que tengo luego de haberme encontrado con Jörg Fauser y El hombre de nieve.

El hombre de nieve narra una historia simple: la historia de Blum. Blum es un alemán buscavidas, generalmente metido en negocios que quedan del otro lado de la ley. Recorre Europa, a comienzos de los ochenta, vendiendo cargamentos de manteca de dudoso origen, algún que otro pasaporte robado, un Tiziano falso. Un día, el tipo se encuentra de la manera más casual —que incluye una peluca abandonada, un resguardo de consigna de estación a miles de kilómetros, y unos cuantos aerosoles de crema de afeitar Old Spice—, con dos kilos y medio de cocaína peruana de pureza extraordinaria. Listo, se dice, con esto me salvo: lo vendo y me salvo. Instalaré mi bar soñado, en una playa de las Bahamas.

Error, Blum. El narcotráfico no es tan sencillo.

Esta historia simple, de un sobreviviente que intenta sin éxito convertir dos kilos y medio de peruvian flakes en los marcos que le permitan cumplir su anhelo, logró atraparme de principio a fin por algunos aspectos sobresalientes.

En primer lugar, el lenguaje ácido, bien cínico. Se sufre bastante la traducción, es cierto, pero no tanto como para no apreciar la prosa aguda de este autor, que también hacía periodismo y poesía. Un lenguaje que es la alfombra roja para que camine, en ciertos tramos, un humor con esa pizca exacta de desencanto y tristeza que lo hace casi perfecto.

En segundo lugar, la lectura me atrapó por los escenarios, y un clima de época perfectamente logrado. Sabemos que es un lugar común decir que leyendo se viaja: yo prefiero los aviones. Pero mientras no los hay, me gusta leer historias que suceden en lugares exóticos, o en ambientes extraños de lugares conocidos, que estén bien logrados, que me puedan transportar. Teniendo en cuenta esto, una historia que comienza en una comisaría en Malta, esa piedra en el medio del Mediterráneo, roba mi atención al instante. Algo parecido pasa con la época. Estamos en el cruce de los agitados setenta a los afilados ochenta. Hay que acordarse de ese mundo, en el que la coca se estaba poniendo de moda. Y resulta que me lo encuentro a Blum en La Valeta, regateando con un paquistaní por un lote de viejas revistas porno danesas. “Estos son clásicos, amigo mío. Dinamarca, 1968, es como un vino de calidad”. Y yo, la verdad, a un personaje así lo sigo hasta el fin del mundo.

Como lo seguí por media Alemania (Federal, que todavía había dos), por Holanda y Bélgica. A Blum, con la nube de incertidumbre que arrastra sobre su cabeza, con su amarga visión de su país y de Europa toda, y a la troupe de personajes que lo acompañan. Está la chica, Cora, tan bella como peligrosa, el italiano Rossi, el enigmático Hagensack, posible espía norteamericano, y Larry, un excombatiente de Vietnam. Todos ellos son los que animan esta especie de road novel desquiciada y muy divertida.

Claro que no todas son tan buenas noticias. La mala es que Jörg Fauser murió en el 87, a los 43 años, atropellado en una autopista. Una muerte que, con el debido respeto, no deja de tener su Blum Stil. Vida corta que le alcanzó para ver mucho mundo, probar muchas drogas, y dejar publicados unos cuantos libros.

Hasta donde se sabe, El hombre de nieve es la única novela suya que se ha traducido al castellano.

Traducción: Emilio José González García

2/14


Otra vez, si te interesó esta novela, tal vez te guste alguna de las de Crumley, reseñadas acá y acá. Por sus personajes delirantes también me recordó a autores como Soriano y Salem, de quienes, por ahora, no hay reseñas en este blog.