Cien años de perdón, Claudio
Cerdán
Imagínense
un policía que ya ha caído a lo más bajo que puede caer un policía. Requiere un
esfuerzo, porque eso puede ser muuuy
abajo: si hay un servidor público que tiene mil demonios quemándolo todo el tiempo
(situación que per se no justifica
nada, pero tal vez explique), ese es un policía. Una vez que lograron
imaginarlo, poténcienlo diez veces y se estarán acercando a Antonio Ramos, el
que interpreta y narra esta novela.
Ramos
es un inspector de policía en la ciudad mediterránea de Alicante. Detrás del
lado brillante de playa que muestran los operadores turísticos, hay una Alicante
oscura y sucia, de yonquis y putas y mafias rusas. Ese es el terreno en que se
hunde Ramos, a quien llaman Mierda de Perro, y a quien nadie respeta ya. Ni en
el cuerpo de policía, donde apenas le queda la confianza de su colega Marc, ni
en su propia casa, donde sufre el desprecio de su mujer y sus dos hijos. Todos
esos años de humillación, viviendo de la extorsión y el chantaje, aplastaron a Ramos
y lo prepararon para lo que es hoy: un hijo de puta harto, dispuesto ya a
cualquier cosa.
Y su
oportunidad llega con un par de casos muy extraños, en un mismo edificio. Un
anciano muere en su casa, sentado en una silla, aferrado a una vieja escopeta,
rodeado por cientos de bolsas de basura (síndrome de Diógenes que le dicen).
Cuando una se rompe accidentalmente, brotan de ella billetes. Muchos billetes.
Y son muchas bolsas. Demasiado para Ramos. Aunque en un primer momento no puede
hacer nada: mientras interrogan a los vecinos del viejo descubren una escena
macabra en otra vivienda. Un médico y su esposa masacrados a cuchillazos, la
sirvienta torturada, el hijo ensangrentado y en shock.
Queda
planteada una historia que, narrada en primera persona y en presente, nos
cuenta diez días en la vida de Ramos que lo cambiarán para siempre. Diez días
de locura, de codicia, de asesinatos, de cabezas cortadas y mafiosos rusos. Son
los días que sobrevienen luego de que Ramos haya decidido vender su alma al
diablo. Porque de eso se trata: del pacto por el que Ramos va a caer al fondo,
arrastrando con él a su compañero Marc.
Cien años de perdón es una novela que
atrapa. Con un ritmo muy bien manejado, con algunos personajes secundarios muy
buenos (Jesús, los hermanos Organov), con diálogos de gran nivel, aunque muy
dura y con momentos gore, la novela es
eficaz: uno quiere seguir dando vuelta página tras página. Bajo el gran tema de
la codicia que atormenta al propio Ramos, Cerdán combina con éxito la trama muy
negra del robo, los rusos y los negocitos paralelos del policía (chantajes a
figuras públicas con la ayuda de un periodista corrupto) con la trama
detectivesca de la familia masacrada (compleja, y que involucra hasta una vieja
clínica abortista).
El
personaje de Ramos es muy sólido. La voz de su primera persona está bien
lograda (*), pero me ha resultado un poco chocante el hecho de ser un policía
tan duro, tan jodidamente duro en la
calle, y que al mismo tiempo sea tan, pero tan basureado en su propia casa, por
toda su familia. Aunque perfectamente se podría leer una actitud como
consecuencia de la otra, a mí me hizo un poco de ruido tan abrupto contraste.
Pero
más allá de detalles perfectibles, Cien
años de perdón es una novela que merece ser leída (iba a poner
“disfrutada”, pero es tan dura que no sé si es la palabra adecuada), y que nos
deja frente a un autor joven, de apenas 32 años, que ya ha visto de cerca
premios literarios prestigiosos, y que tiene un futuro enorme por delante (su
nueva novela, Un mundo peor, sale en
estos días por la misma editorial en España).
(*) Por las dudas, tal vez para que la voz de Ramos no se
vuelva inverosímil con algunas de sus reflexiones profundas, en su primera
entrevista con el psiquiatra, al comienzo del libro, Ramos revela que tiene
estudios de Filología, “una curiosa carrera para un policía”. Y un truco lícito
del autor (aunque me suena de otros personajes…)
2/14
Gancho marketinero/intrablog: si te
interesa esta novela, tal vez te interese darte una vuelta por La balada de los miserables, de Aníbal
Malvar, o por cualquier de las dos primeras de Carlos Zanón, Tarde, mal y nunca y No llames a casa.
Más de lo mismo. Violencia gratuita con la excusa de la venganza.
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