Se pusieron a hablar. Aquel tipo tenía algo que le
inspiraba confianza y, al mismo tiempo, le molestaba. Con una conversación
sobre la cerveza en Alemania se puede discutir la noche entera, pero Blum tenía
prisa y cambió de tema rápidamente. El hombre de marrón le comunicó que era
viajante. Recorría los mercados y las zonas peatonales de las pequeñas ciudades
desde el Bajo del Rin hasta Sauerland con unos productos de limpieza de calidad
dudosa. Blum podía imaginárselo bajo el mapa mojado por la lluvia en la zona
peatonal de Neheim-Hüsten con el jabón de espuma «despertar de la primavera» y el detergente «lana
de oveja», dos productos que entablaban desde hacía cincuenta y siete años una
batalla perdida contra Henkel, ante dos amas de casa con migraña y tres niños
en edad escolar, dos de ellos de Asia Menor, un jueves por la tarde, con 13,30
marcos en el bolsillo y, como plan nocturno, una salchicha con ensalada de
patata y una cama fría en el albergue cristiano. Aunque uno pudiera
imaginárselo, eso no significaba que le fuera a pasar lo mismo, pero no
obstante a Blum le entró un escalofrío por la espalda; un miedo más profundo
que el que le tenía a todas las mafias.
(Jörg Fauser, El hombre de nieve, Madrid, Ediciones
Akal, 2009)
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