De pie en el recibidor de la casa de Dutch Buenadella,
mirando bajar lentamente los escalones al doctor Beiny, Calesian sonreía como
si contemplase su futuro, súbitamente engrandecido. Dutch estaba en el segundo
piso, ayudando a su familia a hacer las maletas con la mayor celeridad posible;
en la actitud típica de una vieja asustada, mandaba a todos los suyos fuera de
la ciudad ante el temor de algo innombrable que caería sobre todos ellos. «Nos
vamos a los colchones», le había dicho poco antes, y le había llevado un minuto
a Calesian darse cuenta de lo que quería decir. Hasta que se acordó: era una
frase de la película El Padrino,
y significaba que iba a haber una guerra de bandas.
(Donald
Westlake, La luna de los asesinos, Madrid,
Espasa-Calpe, 2003)
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