Cuando llegó al
número 316 dejó la caja sobre la cama, se quitó la chaqueta, subió la
calefacción, echó un vistazo por la ventana y corrió la cortina.
Espuma de
afeitar.
Espuma de
afeitar Old Spice.
Una caja de
espuma de afeitar Old Spice en la consigna de la estación central de Múnich. El
resguardo de la consigna pegado a la peluca de un italiano que supuestamente se
llamaba Rossi y al que se le vio por última vez el 13 de marzo en la Villa
Aurora, bahía de San Pablo, Malta. Malta, estado insular del Mediterráneo, a
medio camino entre Sicilia y África; forma de gobierno «república democrática»
de «confesión católica», ¿no es cierto, inspector? 320.000 habitantes,
exportaciones: hortalizas tempranas, frutas tropicales, emigrantes y señoras de
la limpieza. Y ningún tesoro artístico. Un nido de traficantes, había dicho
Larry. ¿Traficantes de Old Spice? ¿Adónde? ¿A Yida? Quizá mister Faq habría
visto aquí una oportunidad de hacer negocios. Perdón: mister Haq. Hassan Abdul Haq. Madonna Salvani.
Al final, abrió
la caja.
[…]
Blum se fue al
baño y soltó una bola de espuma de afeitar en la bañera. Entonces el bote
emitió un suspiro y ya no salió nada más. Demasiado poco para 300 mililitros.
Una ausencia llamativa. No obstante, el bote aún pesaba. Doscientos gramos como
poco, quizás algo más. Y comprobó que los otros también pesaban lo mismo. Blum
sintió un hormigueo por debajo de la piel del cráneo. «Aléjate de esto, chico»,
le avisó una Voz, aunque hablaba demasiado bajo. No podía imponerse a las otras
voces y, sobre todo, no podía imponerse al hormigueo. Se sentó en la moqueta
con el bote y una navaja, y quitó el difusor de plástico. A una distancia de
dos cigarrillos se encontraba una bolsa de celofán con polvo blanco. La sacó,
abrió la bolsa, se humedeció el dedo y, después de introducirlo en el polvo, la
probó.
(Jörg Fauser, El hombre de nieve, Madrid, Ediciones
Akal, 2009)
El hombre de nieve es una buena novela. No es el típico thriller de invierno nórdico...
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