domingo, 30 de septiembre de 2012
Sonrisas argentinas
sábado, 29 de septiembre de 2012
Hijos de Lucifer
viernes, 28 de septiembre de 2012
El recuerdo de los días miserables
martes, 25 de septiembre de 2012
Volver
lunes, 28 de noviembre de 2011
Perder la cabeza
—En este palo —agrega—, cuando querés voltear a alguien, lo mejor es empezar sabiendo qué vicios son los que no controla, las adicciones gordas que le hacen perder la cabeza, lo que lo puede, digamos —se pega los dedos contra los labios, sopla, me habla con el humo en la gargante—. Para pescar hay que usar carnada, ¿verdad? —nos miramos—. Pues eso.
Se me aparece la imagen del gordo Viedma jadeando en cuatro patas, rodeado de putas bochincheras. El gordo Viedma sorprendido y asustado y pidiendo no me hagáis esto, joder, que soy padre de familia. El gordo Viedma iluminado por los fogonazos del flash, acaso llorando mientras las putas, con las tetas al aire, se cagaban de la risa y empezaban a vestirse.
(Marcelo Luján, La mala espera, Madrid, Editorial EDAF, 2009, pg 188)
Extranjeros
Hace varios meses ya que estoy dudando de si fue un acierto irme de Buenos Aires, dejar lo que tenía allá para venir a probar suerte a Madrid, renunciar a sus calles, a sus domingos, a mi trabajo en la fábrica de escobas, inmundo pero trabajo al fin; renunciar a cualquier posibilidad de ver a Marisa, su perfume y sus manos de hada y su voz. Irme fue también allanarle un poco el camino, darle el oxígeno que tanto me pedía. Irme fue renunciar a tener a mi madre todos los días o el día que me diera la gana. No sé qué me pasa, pero me persigue una extraña sensación de fracaso, de ilusiones que ya, visto lo visto, no se pueden cumplir ni seguir posponiendo. Vivir en el exterior es algo muy personal, cada cual siente cosas diferentes y ve el panorama desde ángulos distintos. Yo no estoy a disgusto acá, todo lo contrario, pero tampoco es cuestión de andar mendigando y pasarse uno los días sin ideas, algo así como aburrido o decaído, que cualquier cachafaz de pocos modales te corte el rostro porque no tenés los papeles en regla o porque sos extranjero y los extranjeros, (siempre) en todas las épocas y en todos los países, sobran.
(Marcelo Luján, La mala espera, Madrid, Editorial EDAF, 2009, pg 30)
Nene, vente pa’ Madrid
La mala espera es la primera novela de Marcelo Luján, escritor argentino que vive en Madrid desde 2001. Ese año, el de la gran crisis de nuestro país, motivó la emigración masiva de miles de argentinos. Muchos de ellos, como el Nene Rubén, protagonista y narrador de esta historia, eligieron España y Madrid para hacer su intento.
Como todos, el Nene también tiene su entorno de compatriotas inmigrados a quienes recurre apelando a esa solidaridad nunca del todo desinteresada que aflora lejos de casa. Están la Rojita y su esposo Pipo, conocido de la infancia y peleado a muerte con su mellizo Basilio, que agoniza en Buenos Aires. Y está Nicolás, compañero de piso y antítesis del propio Nene: ordenado, pulcro y bastante “pijo”.
No todos ellos saben que el Nene trabaja para Fangio, un argentino medio tullido por la polio. ¿Haciendo qué? De todo un poco: siguen gente, averiguan cosas; cobran y pagan; advierten, convencen y asustan. De allí conoce a la colombiana Angie, que lo tiene un tanto “enganchado”, diríamos que por doble vía. Una es la “sentimental/sexual”, y la otra, más importante, son los negocios: Angie le debe la parte de una operación que planearon y ejecutaron juntos, un desvío en cierto cargamento de drogas a introducir en la península.
Desde luego, en semejante ambiente, nadie la tiene fácil para salirse con la suya. El Nene no es la excepción: unos matones rumanos se ocuparán de que sienta en carne propia el tamaño de su error. El Nene sobrevive, a duras penas, y a partir de allí intentará averiguar quién es quién en esa maraña en la que se mezclan las drogas con el tráfico de mujeres del este europeo, y en la que se descubrirá como engranaje en una terrible historia de venganza originada muy lejos del animado y acogedor Madrid post 2001.
Dueño de un registro ideal para la historia relatada, que combina la novela más negra y sórdida, con las sensaciones y experiencias del desarraigo, Marcelo Luján logra lo que es muy difícil, aquello en lo que otros autores tambalean: en un relato en primera persona, plagado de momentos en los que el personaje reflexiona sobre su situación —como delincuente, como víctima, como inmigrante— el lector nunca siente que se desvía de la histroria. Todo está puesto al servicio del relato, y el interés nunca decae. Como mérito adicional, la voz del narrador mezcla con total naturalidad el hablar porteño de su origen con algunos giros madrileños, en la justa proporción en la que se suele dar con los inmigrantes argentinos, que —según me ha tocado vivir— en un año o dos ya andan diciendo “vale” o “mola”: hasta eso resuelve bien Luján.
La mala espera fue ganadora del Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe 2009. Tiene méritos más que suficientes. Y tiene, además, otra cosa buena: se consigue en Buenos Aires.
11/11