—En este palo —agrega—, cuando querés voltear a alguien, lo mejor es empezar sabiendo qué vicios son los que no controla, las adicciones gordas que le hacen perder la cabeza, lo que lo puede, digamos —se pega los dedos contra los labios, sopla, me habla con el humo en la gargante—. Para pescar hay que usar carnada, ¿verdad? —nos miramos—. Pues eso.
Se me aparece la imagen del gordo Viedma jadeando en cuatro patas, rodeado de putas bochincheras. El gordo Viedma sorprendido y asustado y pidiendo no me hagáis esto, joder, que soy padre de familia. El gordo Viedma iluminado por los fogonazos del flash, acaso llorando mientras las putas, con las tetas al aire, se cagaban de la risa y empezaban a vestirse.
(Marcelo Luján, La mala espera, Madrid, Editorial EDAF, 2009, pg 188)
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