La noche desciende pegajosa sobre la ciudad. Eva está en la terraza, recogiendo la ropa tendida, cuando oye corridas en la calle. Se asoma cautelosamente. La casa está siendo rodeada por soldados con armas largas en uniformes de fajina. Por la esquina asoma el capot verde oliva de un camión del ejército. Un miedo físico toma el control de sus músculos, vacía su mente de toda otra consideración que no sea huir. Por detrás del Falcon dobla a toda velocidad una tanqueta que derriba la verja del jardín arrasando los rosales marchitos, embiste la puerta que se hace pedazos y retrocede velozmente. Un grupo de soldados comienza a disparar contra la casa. Eva corre hacia la medianera, salta y pasa a la terraza vecina. Sigue corriendo, llega hasta la siguiente medianera y salta a otra terraza. Baja por una escalera al patio vecino. Un perro le salta encima gruñendo, ella lo esquiva, corre por un pasillo. Encuentra otra escalera. Trepa velozmente hasta la azotea. Una puerta. La abre, entra, cierra. Se amortigua un poco el estruendo del tiroteo. Sigilosamente anda por un pasadizo estrecho, iluminado únicamente por la luz que se filtra por una puerta apenas entreabierta.
(Ernesto Mallo, La aguja en el pajar, Buenos Aires, Planeta, 2006, pg 37)
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