Nueva Iberia y Lafayette no sólo estaban superpobladas por la llegada de los refugiados del Katrina, sino también por los evacuados que ahora llegaban huyendo del huracán Rita. Las ventas de armas y municiones se dispararon. La caridad que en primer momento suscitaron los evacuados de Nueva Orleans estaba sufriendo una extraña transformación. En la radio, los oyentes llamaban a las tertulias de derechas quejándose con furia visceral de que los evacuados recibieran un bono excepcional de dos mil dólares para comprar alimentos y conseguir albergue. La vieja némesis sureña había vuelto a surgir entre nosotros con toda su desnudez y crudeza: el odio absoluto por los más pobres de los pobres.
(James Lee Burke, El huracán, Barcelona, RBA Libros, 2009, pg 147)
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