miércoles, 28 de agosto de 2013

Viejo será Harry, pero todavía sopla

The drop, Michael Connelly

Drop: (s) gota / (s) caída // to drop (v): caer, accidental o intencionadamente // DROP: acrónimo de Defferred Retirement Option Plan, algo así como Plan Opcional de Retiro Diferido.

Harry Bosch está viviendo sus últimos años como policía en actividad en el LAPD. Ha solicitado un diferimiento de su fecha de retiro, sobre el cual debe aún expedirse el Departamento. Por ahora, sigue trabajando en la unidad de Crímenes No Resueltos (la OU, por Open-Unsolved). Allí se ocupan de aquellos viejos casos que, tecnología mediante, pueden volver a abrirse hoy. Básicamente, el gran avance son los análisis de ADN: se prende una luz roja cuando aparece una coincidencia entre algún viejo material analizado y las bases de datos de criminales conocidos. Es entonces cuando la OU tiene trabajo.

Con una de esas esperadas coincidencias se abre The drop. En el cadáver de Lily Price, una chica asesinada en 1989, aparecen rastros de sangre ajena. Es apenas una gota, pero suficiente para detectar en ella el ADN de Clayton Pell, un delincuente sexual fichado por varios ataques. Sin embargo, un signo de pregunta enorme aparece cuando, cruzados los datos, Bosch y su gente encuentran que Pell tenía apenas 8 años en aquel momento. ¿Pudo él mismo ser el asesino? ¿Cómo llegó si no su sangre a la escena del crimen? ¿O están delante de un gravísimo error del Laboratorio Forense, de impensables consecuencias?

En esos días Bosch recibe un llamado directo de la Jefatura. Hay un caso de gran repercusión pública: el hijo del concejal Irvin Irving ha muerto tras caer del balcón de una habitación de hotel. George Irving es un reconocido lobbista y su padre, el concejal, solicita al LAPD que sea Bosch en persona quien se encargue de la investigación. Claro que, como sabemos quienes seguimos la serie de Bosch, Irvin Irving es también el más acérrimo enemigo del detective. Su rivalidad viene de la época en que Irving era el Jefe del Departamento, cuando atacaba permanentemente a Harry.

Con estos dos casos en su mochila, Connelly planta todos los elementos típicos para una buena historia de Harry Bosch. Primero, con el caso de Lily Price y Clayton Pell, que destapará una historia terrible, ya está su inquebrantable voluntad de hacer justicia por aquellos que no tienen ya voz ni posibilidades. Ir a fondo, ese es siempre el motor de Bosch, alguien que ya ha visto demasiado, y tiene sus buenos fantasmas. Por supuesto, se equivocará y —en otro de sus rasgos característicos—se cuestionará a sí mismo un par de veces. En segundo lugar, la trama política que se ve venir con la investigación de la muerte de Irving Jr.: si bien Harry controla su animosidad contra Irving padre y conduce una investigación honesta, terminará destapando algunos asuntos que podrían salpicar al propio concejal. Habrá “high jingo” (*) de sobra.

Las dos tramas mantienen el interés. A Connelly le sobra oficio para escribir una historia como esta, que tiene algo de thriller, algo de policíaco y algo de procedural, como todas las novelas de Bosch. Los secundarios están bien delineados. Tal vez sea porque uno los conoce de novelas anteriores, pero David Chu (el compañero de Bosch en OU) y Kiz Rider (la que fuera su compañera en varias novelas, actualmente “haciendo carrera” en la cúpula del LAPD) aparecen sólidos. Ambos respetan y aprecian a Bosch, pero los dos van a tener serios encontronazos con Harry, tan serios que nos preguntaremos cómo seguirán en el futuro sus relaciones con el detective.

Es que Harry nunca fue un tipo fácil. Y encima, se va haciendo mayor. Sigue tan intransigente como siempre con sus principios, aunque por momentos está más reflexivo. La responsabilidad por la crianza de su hija de quince años lo afecta. Se preocupa mucho por el futuro de ella, e intenta educarla “como a una guerrera”. De hecho, le enseña a usar armas de fuego, y Maddie ya ha mostrado su intención de ser policía. Pero, sensibilizado o no, el padre Bosch cree que el mundo que verá su hija no va a ser mejor que este. Más bien todo lo contrario.

Por otra parte, en The drop Harry conoce a la dra. Hannah Stone, quien conduce un centro de rehabilitación para agresores sexuales. Inicia con ella una relación. Veremos cómo evoluciona en el futuro, pero por lo que se ve en esta novela, va a ser difícil. Siempre es difícil para Bosch relacionarse con las mujeres. Es buen tipo, pero es demasiado duro, demasiado rígido. Le falta cintura para la negociación de pareja. Pero, ahora que Maddie está creciendo, tal vez Harry pueda aprender algo sobre la naturaleza femenina, vaya uno a saber.

Con un Harry que sigue evolucionando como personaje, con dos tramas principales que mantienen la atención del lector, sin grandes escenas de acción, pero sí con suspenso bien entregado, tanto en la investigación policial del caso Price/Pell como en las derivaciones políticas del caso Irving, The drop (**) no defraudará a los seguidores del veterano detective.

6/13

(*): “high jingo” es la expresión que Harry Bosch utiliza para referirse a toda la “rosca” política que se maneja en las altas esferas del Departamento y de la ciudad. “Rosca” que Harry detesta y que, frecuentemente, nada tiene que ver con la justicia.



(**): el triple significado de The drop es imposible de traducir por completo al castellano. Solo por eso se puede perdonar que “Cuesta abajo” haya sido el elegido para la próxima publicación en castellano, por el sello RBA para su Serie Negra (colección que, dicho sea de paso, ha alterado el orden original de la serie al publicar primero la siguiente novela de Bosch, “La caja negra”).

jueves, 22 de agosto de 2013

Welcome to fabulous Las Vegas

Las Vegas es una gran mancha de esperma, una cloaca tapizada. Es una marea negra luminosa, supurante y radiactiva que contamina el desierto de Nevada. Incluso cuando vivía borracho ya la odiaba.
Jimmi libró el fin de semana de su empleo de vendedora callejera y nos llevamos a Timothy de viaje. Ir a Las Vegas fue idea de ella. Una amiga suya llamada Laylonee, bailarina de un club de striptease, se había mudado allí desde Los Ángeles dos años antes y ahora iba a casarse. Laylonee no había cumplido los veintiocho y este era su cuarto matrimonio.
Nuestro vuelo salió a las siete del Aeropuerto de Los Ángeles y en menos de una hora aterrizó en McCarran Airport. Al desembarcar nos recibieron la amiga de Jimmi y el prometido, un tontolculo repleto de músculos llamado Mickey-o. Laylonee se tambaleaba, iba colocada de tranquilizantes, Nembutal o Valium quizá. Allí plantados los cinco nos pusimos a charlar y todo parecía la típica bienvenida a Las Vegas. Laylonee, con sus tetas como globos de agua, subida a unos tacones altísimos, y drogada hasta las cejas, tenía un aspecto ridículo y bello a la vez. Era como una Barbie rota de la colección “Mundo del Espectáculo”. Para su novio Mickey-o decir “hola” consistía en soltar un gruñido sincopado.
Dejamos la terminal y nos dirigimos al aparcamiento. Éramos lo más parecido a una troupe de acróbatas marcianos y cuando la gente se detenía y se nos quedaba mirando, yo le cogía la mano al crío. El problema era Mickey-o, que medía medio metro más de ancho que cualquier otro ser humano en el aeropuerto. Ni siquiera Timothy conseguía dejar de mirarlo boquiabierto. Aquel tipo era un toro pero no pasaba del metro  cincuenta, es decir que era una suerte de mini Thor aplastado recién bajado de uno de los pedestales de hormigón del Caesar’s Palace. Su elástico chándal tricolor parecía pintado sobre su cuerpo de levantador de pesas. La única parte del cuerpo que a Mickey-o no se le marcaba era el rabo.

(Dan Fante, Mooch, Barcelona, Sajalín editores, 2011, pág 201)


miércoles, 21 de agosto de 2013

Partes privadas

A las dos semanas, un viernes a las cinco y media de la tarde, me quedé en la oficina a esperar el talón por mis comisiones. Jimmi todavía estaba al teléfono, vendiendo. Puesto que era día de pago, había negociado con Dave el Licores que me cogería la noche libre de Alcohólicos Anónimos. Mi plan era cenar con Jimmi en un restaurante mejicano de Santa Mónica ubicado encima del hotel Huntley, en Second Street. Después cogeríamos una habitación hasta medianoche. Yo quería que fuera una cara y con vista al mar. Mi toque de queda en la casa de la sobriedad comenzaba a medianoche.
Después de recoger mi cheque, regresé a la incubadora y vi que Jimmi ya no estaba. Loomis, que trabajaba en la misma hilera de escritorios que ella, era el único que quedaba en la sala. Le pregunté si había visto a Jimmi. Él se rió por lo bajó y me señaló el despacho de nuestro supervisor, Rick McGee. La puerta estaba cerrada. Me costaba respirar. Sentí una punzada en el estómago, una puñalada.
—¿No lo sabías, tío? —dijo desdeñosamente—. Tu amiguita, la sexy señorita Valiente de las muñequitas Barbie, es el proyecto privado de McGee.
Loomis se agarró la entrepierna.
—Privado en el sentido de “partes privadas”.
—¿Desde cuándo?
—Toda esta semana, tío. Después del trabajo. ¿Lo captas?
—¿Estás diciendo que los has visto?
Dante, tío, te estoy dando el precio especial. Mi escritorio da al despacho de McGee. Tú te vas a las cuatro, pero yo me quedo, y la señorita Valiente también. Después del trabajo, ella entra en el despacho del engreído de McGee y se queda allí media hora más, a veces una hora entera. Todos los días. Dime qué es lo que hacen.
—Lo que hagan es asunto suyo —­respondí—. Valiente puede follarse a todo el Hotel Boniventure si le apetece. A mí me da igual.
—¿De veras? —se burló Loomis—. Entonces deberías comunicárselo a tu cara.

(Dan Fante, Mooch, Barcelona, Sajalín editores, 2011, pág 65)


El Maestro



(Elmore Leonard, 1925-2013)

Me entero anoche de la noticia. El viejo Leonard se fue. Es un golpe con todas las letras. Hoy que la red abunda en artículos y necrológicas más o menos esmeradas, más o menos olvidables, ¿qué más se puede decir del que fue el más importante, el más influyente autor de novela negra del último tramo del siglo XX? Nada especial. Respetuoso silencio, y el comentario de un par de sus libros acá y acá.


Gracias, Elmore, gigante. Gracias.