Entre las novedades de la boda había un viejo amigo de Jerry, también transa.
Se ubicó al fondo, junto a Ángel, que esa noche pugnaba porque la novia le
vendiera unos papeles de cocaína para animarse. Es raro, pero los transas no
suelen visitarse, a menos que sean compadres o familiares, excepto por
estrictos motivos de negocio. Los eventos son excepciones; en ellos se
mezclarán por una noche de encanto y candilejas los más y los menos, sacando a
relucir viejas amistades, antiguos amores perdonados y hasta transas posibles,
apenas sugeridas. Los negocios se montan sobre ese escenario familiar y se
desarrollan con cierta asepsia. Ésa fue la única vez que vi a otros vinculados
con el negocio narco en el patio del conventillo, bajo el árbol. Ismael Rivera,
Héctor Lavoe, Los Palmera, Marc Anthony sonaron imparables. Desatada la fiesta,
fui empujado con todo el cuerpo por la mai
umbanda, de larga y cuantiosa melena negra. La salsa es como el narcotráfico.
El asunto puede parecer desprolijo, pero requiere de un movimiento calculado
para no pisar al otro en el intento de desplazarse por el espacio acotado de un
patio, sin presionar, sin avanzar sobre la pareja más de lo que el otro pueda
soportar, manteniendo el equilibrio y la gracia. Allí donde se nota el esfuerzo,
allí donde un movimiento exagerado revela las dotes del bailarín o la
bailarina, se comete un error. Exagerar es para otros escenarios. No para la
salsa. No para el narcotráfico.
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