lunes, 12 de agosto de 2013

Papeles

Entre mirada y piropos, el amigo narco le enseñó a “servir”. Le dijo cuánto le tenía que poner a cada papel, de a diez o de a veinte pesos. La mano de Alcira temblaba al cargar las dosis justas en la punta de una cucharita. Transpiraba. Se quedó sola en la pieza y encerrada con llave armó veinte envoltorios. En cada papel glasé, medio gramo. El polvillo de la cocaína recién rallada sube como una nube imperceptible, queda suspendida en el aire y, si es buena, adormece las quijadas. Se le durmió la boca. La sentía dura, como si hubiera ido al dentista. Le dio risa.

(Cristian Alarcón, Si me querés, quereme transa, Buenos Aires, Aguilar, 2012, pág 23)


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