A las dos semanas, un viernes a las cinco y media de la tarde, me quedé en
la oficina a esperar el talón por mis comisiones. Jimmi todavía estaba al
teléfono, vendiendo. Puesto que era día de pago, había negociado con Dave el
Licores que me cogería la noche libre de Alcohólicos Anónimos. Mi plan era
cenar con Jimmi en un restaurante mejicano de Santa Mónica ubicado encima del
hotel Huntley, en Second Street. Después cogeríamos una habitación hasta
medianoche. Yo quería que fuera una cara y con vista al mar. Mi toque de queda
en la casa de la sobriedad comenzaba a medianoche.
Después de recoger mi cheque, regresé a la incubadora y vi que Jimmi ya no
estaba. Loomis, que trabajaba en la misma hilera de escritorios que ella, era
el único que quedaba en la sala. Le pregunté si había visto a Jimmi. Él se rió
por lo bajó y me señaló el despacho de nuestro supervisor, Rick McGee. La
puerta estaba cerrada. Me costaba respirar. Sentí una punzada en el estómago,
una puñalada.
—¿No lo sabías, tío? —dijo desdeñosamente—. Tu amiguita, la sexy señorita Valiente de las muñequitas
Barbie, es el proyecto privado de McGee.
Loomis se agarró la entrepierna.
—Privado en el sentido de “partes privadas”.
—¿Desde cuándo?
—Toda esta semana, tío. Después del trabajo. ¿Lo captas?
—¿Estás diciendo que los has visto?
—Dante, tío, te estoy dando el precio
especial. Mi escritorio da al despacho de McGee. Tú te vas a las cuatro,
pero yo me quedo, y la señorita Valiente también. Después del trabajo, ella
entra en el despacho del engreído de McGee y se queda allí media hora más, a
veces una hora entera. Todos los días. Dime tú
qué es lo que hacen.
—Lo que hagan es asunto suyo —respondí—. Valiente puede follarse a todo el
Hotel Boniventure si le apetece. A mí me da igual.
—¿De veras? —se burló Loomis—. Entonces deberías comunicárselo a tu cara.
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