—¿No le debería estar llenando una plantilla, o algo así? —dije.
Los dientes del vendedor volvieron a aparecer:
—Aquí no hay papeleo que firmar, señor Dante.
—¿Entonces cómo contrata su empresa? —sonreí—. ¿Así?
—Así es, señor Dante. Lo hacemos así, precisamente.
—¿Y qué opina usted del currículum, de las referencias, de la experiencia
laboral?
—En esta fase de la entrevista, mi objetivo es establecer una relación con
nuestros potenciales nuevos ejecutivos de cuentas.
—¿Entrevista a todos los aspirantes usted mismo?
—Correcto.
Debí de haber esbozado una mueca y Kammegian me pescó al vuelo.
—¿Todo esto le molesta? —preguntó.
—No, pero otras empresas de esta envergadura tienen un departamento de
recursos humanos o de personal… que se encarga de contratar.
—Frankie me ha dicho que usted acaba de empezar en el programa de
Alcohólicos Anónimos, y que ha venido desde Nueva York…
—Es cierto. Pero yo nací y crecí aquí en Los Ángeles.
—¿Tiene usted experiencia en telemarketing?
—La tengo.
—¿Y se le da bien el teléfono?
—No me puedo quejar.
—¿Eso es todo?
—No. Soy bueno. Soy un ganador.
Kammegian echó su corpachón hacia atrás y se hundió en el sillón de cuero
color burdeos.
—El tema aquí, Bruno, es saber si usted comprende lo que significa
“coraje”.
—¿Coraje, Eddy?
—Me refiero al coraje en telemarketing,
en ventas. Me refiero a tener huevos.
De reojo me percaté de un bol de oro o de bronce situado a mi lado del
escritorio. Lo confundí con un cenicero:
—¿Le molesta si fumo? —dije.
—Orbit es un entorno no fumador.
—Pues, eh… yo creo que el coraje en la venta por teléfono consiste en
persistir, en continuar exigiendo al cliente que haga el pedido, en seguir
insistiendo hasta que el primo diga que sí. Y eso requiere agallas.
—Yo llamaría a eso tenacidad —aclaró Kammegian.
—Vale, lo que sea…
—¡No! ¡Lo que sea, no! La
tenacidad es una cualidad admirable, pero no me refiero a eso. Estoy hablando,
Bruno, del coraje genuino.
—Hace falta coraje genuino para seguir exigiendo al cliente que haga el
pedido, Eddy.
—¿Puedo darle mi definición?
—Desde luego, Eddy.
—La esencia del verdadero coraje en cualquier entorno de venta dinámico y
proactivo depende de un esfuerzo sistemático y sostenido, independientemente de
los obstáculos con que uno tropiece.
—Persistencia… entiendo.
—¡Y fijarse objetivos! Mantener la concentración tras los primeros días, y
hasta meses, de rechazos constantes. Y llamar y llamar y llamar. Fustigarse en
pos del logro, tomar la decisión consciente e inquebrantable de tener éxito, de
hacer y continuar sin que nada más importe. Eso es verdadero coraje. Coraje de
primera línea de combate. Coraje de trinchera.
—Lo escucho atentamente, Eddy.
—No, señor Dante, no me está escuchando. Usted es un mentiroso que quiere
un empleo en mi empresa y como yo soy el jefe lo astuto es darme la razón en
todo. Ahora mismo, si yo le dijera que mis mánagers senior y yo llevamos a cabo
un ritual en el que nos ponemos batas de color naranja, nos afeitamos el vello
púbico y bebemos sangre de gallina a la luz de la luna todos los martes, usted
me miraría desde allí, me sonreiría y asentiría con la cabeza.
—Estoy dispuesto. ¿Cuándo empiezo?
—Francamente, Bruno, cándidamente, debo decirle que lo que veo delante de
mí es un perdedor, un naufragio. Su lenguaje no verbal lo dice a gritos. Su
hedor actual se ha pegoteado a las paredes de mi despacho como el olor a meados
de una pensión.
Me puse de pie.
—Siéntese, Dante, aún no he terminado. ¿Cuánto tiempo lleva sobrio?
¿Treinta, sesenta días?
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