domingo, 11 de agosto de 2013

Condiciones

Me dejé querer. Lo quise. Nos juntamos. Sin darme cuenta casi había conseguido a mi segundo marido y a mi primer financiador. Claro que no podía ser todo tan bueno, tenía que tener su otro lado. Tardé un tiempo en descubrir que Jerry también tenía su lado destructivo, más oscuro que el mío.
—No es que piense que esto te va a gustar, pero necesitamos una chica de carnada, es un trabajo no tan riesgoso como poner caño, y te puede dar lo que necesites. Piénsalo —me dijo.
—No, ni loca. Prefiero seguir en la mía.
Para qué lo habré pensado. Para qué, si en dos días estaba metida en un choreo, y en dos semanas en otro. Fueron siete. Ni uno más ni uno menos. En el último, en la casa que robamos había una viejita a la que le dejé la mitad de las cosas que debería haberle sacado.
—No podés ser tan pelotuda —me encaró Jerry.
—Dejame en paz. Si me querés, quereme transa —le dije yo.
—Yo soy chorro, no puedo asociarme con una transa asquerosa —me enfrentaba él.
—Hay que tener mucho huevo para robar. Agarrar un arma te la puedo agarrar, pero de ahí a ponérsela a una persona, no puedo. Sufro yo más que ella. Todo es diferente entre lo que vos hacés y lo que hago yo. Lo mío es transar. Yo no te pongo una pistola para que vengas a comprarme droga, vienen a comprar. Vos te querés matar solo. Es un negocio, vos acá pedís lo que querés y yo te lo doy.
—¿Qué necesitás?
—Mi plan es juntar unos seis mil pesos. Comprar un kilo.

(Cristian Alarcón, Si me querés, quereme transa, Buenos Aires, Aguilar, 2012, pág 31)


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