La playa de los ahogados, Domingo Villar
Tuve la suerte de estar por
primera vez en Galicia hace unos años. Digo “estar” porque, aún sin saberlo, yo
ya conocía Galicia desde chico: viajaba
los domingos a través de un portal de la calle Vedia, en la casa de mi abuela
Dolores y sus nueve hijos gallegos. Pero esa vez, cuando por fin estuve allá, llegué directo de la
monstruosa Buenos Aires a un pueblito de dos mil habitantes, y fue como llegar
otra vez a casa. Y allí entender que muchas costumbres de mi familia no eran de
mi familia sino del lugar del que venía mi familia. En fin, esto no le interesa a
nadie más que a mí. Pero viene a cuento porque leer La playa de los ahogados fue también, en alguna medida, como repetir
esa visita a Galicia.
Llegué a esta novela, además de
por esa cuestión de las raíces, porque figura entre los imprescindibles de
Negra y Criminal. Y sé que esa gente rara vez se equivoca con sus
recomendaciones. Esta no fue la excepción.
La playa de los ahogados es la segunda presentación de Leo Caldas.
El personaje creado por Domingo Villar es inspector de policía en Vigo. Posee cierta
popularidad por su participación en la radio local, popularidad que le molesta
cada vez más. Solitario, fumador, disfruta de la buena comida y el vino blanco.
Ya no tiene pareja. Se relaciona armónicamente con su padre. Lo acompaña su
ayudante Rafael Estévez: un aragonés puro músculo, que se saca de quicio con la
inefable idiosincrasia de los gallegos.
Una mañana aparece en las playas
de Panxón, cerca de Vigo, el cadáver maniatado de un marinero. Es Justo
Castelo, un pescador conocido en el pueblo. Al principio, todo parece indicar
un suicidio. Pero eso sólo al principio, pues rápidamente Caldas se convence de
que se trata de un asesinato.
A lo largo de una investigación
ardua deberá reunir testimonios de los más variados, incluyendo algunas sobre extrañas
apariciones de fantasmas. Lo hace mientras recorre la bellísima geografía de la
ría de Vigo, su cultura y sus costumbres. El habla de los lugareños —mechando
palabras locales o de uso muy frecuente entre los gallegos—, sus costumbres
gastronómicas, sus técnicas de pesca —de las nécoras a los percebes— y de
navegación, los mecanismos de subasta en las lonxas de los puertos, todo remite a recrear con vividez el
ambiente. Gracias a la sapiencia con que Villar maneja estos elementos
descriptivos tuve esa sensación de volver a visitar Galicia. Más allá de mis
afectos personales, creo que este es un punto fuerte del libro.
La playa de los ahogados no es el tipo de novela al que soy más
afecto, al menos no últimamente. No es tan
negra como me vienen gustando. Esta es más bien una novela policíaca de
corte clásico. Hay un enigma central por resolver. Todos los elementos
disponibles —autopsia, forma de morir, coartadas, tiempos, móviles— dan vueltas
por la cabeza de Caldas, quien va moviendo la la sospecha principal de un
personaje a otro, sin que la tensión del relato decaiga ni por un momento. Se
supone que en este tipo de novela el lector debe poder reconstruir lo que ha
sucedido, pues debe contar con la misma información que el detective, etc.,
etc. Caldas logra resolverlo, pero a mí me quedaron un par de preguntas sin
responder. Sin embargo, como no soy un lector muy exigente en cuanto a la
verosimilitud “científica”, y debido
a que el relato me llevó de las narices, puedo decir que fue una lectura que
disfruté de punta a punta.
Acá les dejo un lindo booktrailer. Respiren un poco del aire
de las rías.
6/12
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