martes, 31 de julio de 2012

El tiempo pasa, los chicos crecen


La última causa perdida, Dennis Lehane

¿Qué es lo que hace que un autor mantenga viva una saga? ¿Qué es lo que hace que la cierre? ¿Por qué seguir, por qué dejar? ¿Presiones editoriales? Son preguntas que me he formulado mientras leía La última causa perdida.

En esta última novela del superventas Dennis Lehane nos encontramos otra vez a su pareja de detectives Patrick Kenzie y Angie Gennaro. Llega doce años después de publicada la muy buena Desapareció una noche (si no la leíste, deberías, por más que hayas visto la adaptación que fue el sorprendente debut de Ben Affleck como director, Gone baby gone). Esos mismos doce años han transcurrido en la ficción: ahora Patrick y Angie son marido y mujer, y padres de Gabriella, de cuatro años. Como se verá, ninguno de estos elementos —los doce años, el matrimonio, la paternidad, la edad de Gabriella— están aquí de casualidad.

En Boston, como en casi todos lados, la crisis se viene con furia y oscuridad. Patrick y Angie ya no ejercen su vieja profesión de detectives autónomos. Ahora ella se dedica a su hija y a la universidad, y él trabaja —tercerizado, claro— como detective para un importante estudio de abogados. O sea, parece que aflojaron un poco con las aventuras peligrosas gracias a Gabriella,  y para llevar un mango seguro a casa a fin de mes. Se entiende y es lógico: las cosas han cambiado.

No obstante, hay espinas que permanecen. Patrick y Angie chocan contra esa certeza cuando viene Beatrice McCready a contarles que la adolescente Amanda ha vuelto a esfumarse (Amanda es la nena de Desapareció una noche. Entonces tenía cuatro, que más los doce transcurridos dan los dieciséis que tiene ahora. Bea es su tía, cuñada de la inestable Helena, madre de la criatura). Les pide que vuelvan a encontrarla. Y con ese pedido, tira una bombita en sus conciencias. Una súper bomba.

Porque la resolución de aquel caso significó la ruptura entre Angie y Patrick. El conflicto surgió de preguntas así: ¿puede algo justificar separar a una hija de su madre? ¿Qué, quién, con qué derechos? ¿Qué es lo correcto: dejar a una niña con sus amorosos apropiadores, garantía de un futuro en paz, o devolvérsela a la madre, la borracha y drogadicta de cuatro novios por semana? Patrick y Angie chocaron en aquel momento, pero claro, ahora son padres de Gabriella… que tiene los mismos cuatro años que aquella Amanda. Nada es casual.

No contaré mucho de la trama. Sólo que Amanda se ha convertido en una chica especialista en sobrevivir. Que, especie de genio, trabaja junto a su madre y el novio de esta en asuntos que tienen que ver con la sustitución de identidades. Que en su desaparición están involucrados mafiosos rusos y mexicanos. Y que también aquí hay un bebé de por medio. Nada es casual.

Tuve sensaciones encontradas al leer esta novela. Primero, la reafirmación del escritor ultra profesional que el Lehane. Juega en las grandes ligas (la de las grandes ventas), y es justo. Se ganó ese lugar a fuerza de oficio:  tramas que cierran perfectamente, conflictos pesados, ritmo de vértigo y diálogos afilados.

Pero —siempre el pero— no terminó de convencerme aquí. Lo mismo que me hizo un poquito de ruido en las anteriores historias de la pareja P&A, acá hace el mismo ruido, pero más alto. Me refiero al abuso del humor pretendidamente ingenioso y ácido. Uno se lo puede admitir a dos jóvenes intrépidos y salvajes, que trabajan en su propio barrio, pesadas calles, y no tienen mucho que perder. Pero que ya en boca de dos padres responsables y preocupados, como debe ser, por el futuro de una hija de cuatro años, y enfrentados a un dilema de la profundidad del que enfrentan, suena artificial. Atenta contra el dramatismo de la historia.

Esa forma que tienen P&A de manejarse, livianamente en medio de la violencia extrema, generada por sus propias acciones o las de sus amigos —acá también está Bubba— me deja la extraña sensación de que estos chicos están apenas jugando un divertimento de jóvenes alocados. Doy un ejemplo: luego de que el pleito se resuelva muy violentamente en un tráiler de un campo de caravanas, Patrick recibe un regalo de un mafioso ruso, devenido en “amigo”: un par de reproductores Blu-Ray o DVD. En ese momento, cruzan algunas palabras intrascendentes mientras, a metros de ellos, en el tráiler lleno de cadáveres, “alguien puso en marcha una sierra mecánica”. ¿Qué tan duro debe ser alguien para hablar de Blu-Ray y Kindles, atender un llamado de su adorada esposa y hablar de un futuro de paz, mientras, a metros de distancia, alguien se ocupa de descuartizar unos cuerpos? Este tipo de escenas es el que me hace pensar si Patrick y Angie no terminan siendo unos cancheros y divertidos personajes de novela, en vez de los detectives frente a los cuales, como lector, he “suspendido mi incredulidad” (y aclaro que la suspendo con bastante facilidad).

Por último, el dilema moral que atormenta a los detectives desde aquella primera desaparición de Amanda, vuelve a emerger aquí. No es el mismo, pero, habiendo una adolescente que vuelve a faltar y habiendo un bebé sustraído de por medio, es inevitable que vuelvan a la superficie aquellas viejas preguntas. El dilema, muy doloroso, está planteado con corrección, como correcta es la postura de Patrick. Sin embargo, desconfío de su firmeza a prueba de dudas. Patrick reafirma la postura que sostuvo en aquella primera novela —y que le valió su separación de Angie— pero ahora por motivos diferentes, más “cercanos”: ahora es padre de una niña de cuatro años. Tal vez mi percepción no sea más que una consecuencia de  ver a Patrick y a Angie como esos dos jóvenes alocados y violentos que mencioné más arriba. ¿Cómo pueden dos pibes así tener tan clara una posición en este tema? Para el caso, creo que la mirada de que sobre este mismo conflicto vuelca Cristina Fallarás en Las niñas perdidas, reciente Premio Hammet, es mucho más dura y contundente. Al lado de ella, esto de Patrick, Angie y Amanda parece un picnic.

La serie de Kenzie y Gennaro tiene muchos fans a lo largo del mundo. Y está bien. Pero parece que esta será su última historia.

Y eso también está bien.

Traducción: Ramón de España
6/12

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