La última causa perdida, Dennis Lehane
¿Qué es lo que hace que un autor
mantenga viva una saga? ¿Qué es lo que hace que la cierre? ¿Por qué seguir, por
qué dejar? ¿Presiones editoriales? Son preguntas que me he formulado mientras
leía La última causa perdida.
En esta última novela del
superventas Dennis Lehane nos encontramos otra vez a su pareja de detectives
Patrick Kenzie y Angie Gennaro. Llega doce años después de publicada la muy
buena Desapareció una noche (si no la
leíste, deberías, por más que hayas visto la adaptación que fue el sorprendente
debut de Ben Affleck como director, Gone baby gone). Esos mismos doce años han transcurrido en la ficción: ahora Patrick
y Angie son marido y mujer, y padres de Gabriella, de cuatro años. Como se
verá, ninguno de estos elementos —los doce años, el matrimonio, la paternidad, la
edad de Gabriella— están aquí de casualidad.
En Boston, como en casi todos
lados, la crisis se viene con furia y oscuridad. Patrick y Angie ya no ejercen
su vieja profesión de detectives autónomos. Ahora ella se dedica a su hija y a la
universidad, y él trabaja —tercerizado, claro— como detective para un
importante estudio de abogados. O sea, parece que aflojaron un poco con las
aventuras peligrosas gracias a Gabriella, y para llevar un mango seguro a casa a fin de
mes. Se entiende y es lógico: las cosas han cambiado.
No obstante, hay espinas que
permanecen. Patrick y Angie chocan contra esa certeza cuando viene Beatrice
McCready a contarles que la adolescente Amanda ha vuelto a esfumarse (Amanda es
la nena de Desapareció una noche.
Entonces tenía cuatro, que más los doce transcurridos dan los dieciséis que
tiene ahora. Bea es su tía, cuñada de la inestable Helena, madre de la
criatura). Les pide que vuelvan a encontrarla. Y con ese pedido, tira una
bombita en sus conciencias. Una súper bomba.
Porque la resolución de aquel
caso significó la ruptura entre Angie y Patrick. El conflicto surgió de
preguntas así: ¿puede algo justificar separar a una hija de su madre? ¿Qué, quién,
con qué derechos? ¿Qué es lo correcto: dejar a una niña con sus amorosos
apropiadores, garantía de un futuro en paz, o devolvérsela a la madre, la
borracha y drogadicta de cuatro novios por semana? Patrick y Angie chocaron en
aquel momento, pero claro, ahora son padres de Gabriella… que tiene los mismos
cuatro años que aquella Amanda. Nada es casual.
No contaré mucho de la trama.
Sólo que Amanda se ha convertido en una chica especialista en sobrevivir. Que,
especie de genio, trabaja junto a su madre y el novio de esta en asuntos que
tienen que ver con la sustitución de identidades. Que en su desaparición están
involucrados mafiosos rusos y mexicanos. Y que también aquí hay un bebé de por
medio. Nada es casual.
Tuve sensaciones encontradas al
leer esta novela. Primero, la reafirmación del escritor ultra profesional que
el Lehane. Juega en las grandes ligas (la de las grandes ventas), y es justo.
Se ganó ese lugar a fuerza de oficio:
tramas que cierran perfectamente, conflictos pesados, ritmo de vértigo y
diálogos afilados.
Pero —siempre el pero— no terminó
de convencerme aquí. Lo mismo que me hizo un poquito de ruido en las anteriores
historias de la pareja P&A, acá hace el mismo ruido, pero más alto. Me
refiero al abuso del humor pretendidamente ingenioso y ácido. Uno se lo puede
admitir a dos jóvenes intrépidos y salvajes, que trabajan en su propio barrio,
pesadas calles, y no tienen mucho que perder. Pero que ya en boca de dos padres
responsables y preocupados, como debe ser, por el futuro de una hija de cuatro
años, y enfrentados a un dilema de la profundidad del que enfrentan, suena
artificial. Atenta contra el dramatismo de la historia.
Esa forma que tienen P&A de
manejarse, livianamente en medio de la violencia extrema, generada por sus
propias acciones o las de sus amigos —acá también está Bubba— me deja la
extraña sensación de que estos chicos están apenas jugando un divertimento de
jóvenes alocados. Doy un ejemplo: luego de que el pleito se resuelva muy violentamente
en un tráiler de un campo de caravanas, Patrick recibe un regalo de un mafioso
ruso, devenido en “amigo”: un par de reproductores Blu-Ray o DVD. En ese
momento, cruzan algunas palabras intrascendentes mientras, a metros de ellos, en el tráiler lleno de
cadáveres, “alguien puso en marcha una sierra mecánica”. ¿Qué tan duro debe ser
alguien para hablar de Blu-Ray y Kindles, atender un llamado de su adorada
esposa y hablar de un futuro de paz, mientras, a metros de distancia,
alguien se ocupa de descuartizar unos cuerpos? Este tipo de escenas es el que
me hace pensar si Patrick y Angie no terminan siendo unos cancheros y
divertidos personajes de novela, en vez de los detectives frente a los cuales,
como lector, he “suspendido mi incredulidad” (y aclaro que la suspendo con
bastante facilidad).
Por último, el dilema moral que
atormenta a los detectives desde aquella primera desaparición de Amanda, vuelve
a emerger aquí. No es el mismo, pero, habiendo una adolescente que vuelve a faltar
y habiendo un bebé sustraído de por medio, es inevitable que vuelvan a la
superficie aquellas viejas preguntas. El dilema, muy doloroso, está planteado
con corrección, como correcta es la postura de Patrick. Sin embargo, desconfío
de su firmeza a prueba de dudas. Patrick reafirma la postura que sostuvo en
aquella primera novela —y que le valió su separación de Angie— pero ahora por
motivos diferentes, más “cercanos”: ahora es padre de una niña de cuatro años.
Tal vez mi percepción no sea más que una consecuencia de ver a Patrick y a Angie como esos dos jóvenes
alocados y violentos que mencioné más arriba. ¿Cómo pueden dos pibes así tener
tan clara una posición en este tema? Para el caso, creo que la mirada de que sobre
este mismo conflicto vuelca Cristina Fallarás en Las niñas perdidas,
reciente Premio Hammet, es mucho más dura y contundente. Al lado de ella, esto de
Patrick, Angie y Amanda parece un picnic.
La serie de Kenzie y Gennaro tiene
muchos fans a lo largo del mundo. Y está bien. Pero parece que esta será su
última historia.
Y eso también está bien.
Traducción: Ramón de España
6/12
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