El dato de la
existencia de esta novela me llegó primero, cuándo no, por la recomendación de
Montse, la librera de la Barceloneta. Juro que, tiempo después, también he
leído la opinión de Andreu Martín en algún lado, aunque ya no puedo encontrarla
ni exprimiendo el Google… Ambos la elogiaban de tal manera que decidí
conseguirme un ejemplar: free shipping desde
vaya uno a saber dónde, noventa días más tarde estaba en mi puerta.
La historia, que
Carpenter organiza en tres partes y un epílogo, comienza antes del nacimiento
de Jack Levitt. Su madre, una adolescente fugada de casa, conoce a un vaquero
pendenciero y borracho. Estamos a fines de los años 20, en plena crisis. Adolescente
y vaquero se escapan juntos, su relación es breve y violenta. El resultado: un bebé
abandonado en un orfanato. Es el pequeño Jack. A pesar de tibios intentos de su
padre por encontrarlo, el niño nunca conocerá a sus progenitores: a él un
caballo le patea la sien; ella, en cambio, prefirió para sí una escopeta de
diez cartuchos.
Ya en 1947, el país
marcha a toda máquina. Pero no todos viven la explosión de hueca felicidad que
significa la posguerra para el Imperio. Siempre están los excluidos, como Jack
y sus amigos. Escapado del orfanato, Jack es un muchacho muy duro. Lo suyo es
la pelea. Se dedica a holgazanear en los salones de billar de Portland. Allí
conoce a Denny Mellon, y al negro Billy Lancing, un prodigio jugando al billar
en cualquiera de sus variantes. Obnubilados por el deseo de tener dinero,
chicas, whisky, autos, un día se meten en una casa vacía y arman una fiesta que
termina mal. Jack es llevado de vuelta al orfanato. Allí vivirá meses en un
pozo de castigo por atacar a un guardia, desnudo y sin ver la luz. El relato de
estos días es tan angustiante, tan aterrador
que uno no comprende cómo es que Jack no se entrega a la locura.
La acción salta a
1954. Jack está en San Francisco, y vuelve a encontrarse con Denny. Este se ha
convertido en un ladrón, y se la pasa de fiesta con un par de chicas, Mona y
Sue. Jack se suma al grupo, y vive semanas de sexo y alcohol. Y en medio de una
borrachera interminable, un día se da cuenta de que lo están juzgando por algo
que, honestamente, no recuerda si ha sucedido o no. Lo cierto es que termina
preso en San Quintín. Allí aprende a sobrevivir en la cárcel —trabaja en la
cocina, estudia—, y compartirá celda con su viejo conocido Billy Lancing, preso
por una estafa menor. Lejos de los clichés
que retratan a la sexualidad carcelaria como violenta y deshumanizada,
Jack y Billy se hacen amantes. Más aún: aunque Jack pretenda negarlo, y ni de
cerca pueda verbalizarlo, están
enamorados. Al final de esta etapa, Jack llora con amargura, como nunca lo
había hecho antes en su triste vida.
Ya fuera de San
Quintín, en 1956, Jack está decidido a cambiar de vida. Trabaja duro en una
panadería. Luego de un altercado con unos clientes arrogantes y algo pasados de
alcohol, comienza una relación con Sally. Sally es una joven buscavidas,
divorciada de un actor famoso, y que frecuenta a amigos millonarios. Ni Jack ni
Sally parecen personas aptas para la institución matrimonial. Sin embargo,
viajan a Las Vegas y se casan. Tienen un hijo —bautizado Billy Lancing Levitt—,
pero la relación es tan tormentosa y dañina que Jack echa de casa a su mujer. Él intenta quedarse
con el chico, pero al final termina lejos del pequeño Billy. A Jack no le queda
entonces otra opción que volver a empezar.
Esa es más o menos
la historia. Que ya por sí sola es atrapante. Pero no es todo.
Dura la lluvia que cae es una
novela a la que no es fácil ponerle una etiqueta de género. La presencia del
delito y la violencia la acercan a la novela negra. Pero más que a géneros, remite
a autores: lo carcelario, a Edward Bunker; el frenesí beatnik de vivir ahora, con la certeza de un futuro chato, muerto, a Kerouac; las atormentadas
conciencias de sus personajes, ávidos de redención, a Dostoievski (autor que el
mismo Jack lee en la novela).
Sin embargo, lo más fuerte
que tiene Dura la lluvia que cae es
que es —tal como dice George Pelecanos en el excelente prólogo— “una novela de
ideas”. A través de las vidas de Jack y Billy, hombres que no encajan en nada,
Carpenter construye este alegato contestatario, anti sistema, que cuestiona
toda una forma de vida que desborda crueldad e inhumanidad. Y no lo hace ni
desde el panfleto fácil, ni subido a ningún pedestal, sino que monta estos dos
inolvidables personajes y nos abre sus conciencias y sus corazones. Pensar que
este pedazo de novela fue publicado
en 1966, mucho antes de que la corrección
política lo contaminara todo y se erigiera como una forma velada de
censura, produce una mezcla de asombro y de esperanza. Asombro por la valentía
con la que se trata, por ejemplo, el tema racial en la negritud a medias de Billy. O por la crudeza para abordar la
homosexualidad. No desde lo explícito, que es lo que habitualmente ofende al biempensante mediopelo, sino por el
tratamiento en cuanto a amor entre
varones, infinitamente más incómodo y, por tanto, movilizador. Y esperanza
porque me vuelve a poner delante de los ojos la evidente potencia de la
Literatura (así, con mayúsculas) como instrumento para preguntarnos sobre
nosotros, nuestro mundo, nuestro propósito y sentido.
Es dura y difícil, pero no dejes pasar esta lluvia: es
imperdible.
Traducción:
Ramón de España
11/12
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