Entonces Leonard lo vio. Bugs Bunny estaba haciendo una sesión doble
con el Hombre Lobo; entre ambos aprisionaban como en un sándwich a una mujer
obesa de unos cincuenta y tantos años que llevaba una gorra de béisbol con
lentejuelas en la que podía leerse “I
love Hollywood”, y que acariciaba con ambas manos las cabezas de los dos
personajes.
Una vez que Bugs hubo cogido la propina que le dio la mujer, Leonard se
acercó a él y susurró en una de sus largas orejas:
—Necesito algo de coca.
—¿Cuánto tienes? —dijo Bugs.
—Puedo gastarme doscientos pavos. ¿Te parece bien?
—Como si fuera oro, tío. Tengo algo de coca, y algo de anfetas que
están bien si quieres meterte cristal. Espera un minuto y sígueme al Kodak
Center. Tengo que ocuparme de Pluto y luego vienes tú.
Cuando, por la tarde, Leonard recordó aquel momento, pensó que
probablemente lo que lo salvó fue su sexto sentido de ladrón. Todos esos años
observando, esperando, estudiando a la gente, preguntándose cosas como “¿Ese
paleto me está mirando como me miraría alguien de la calle Dieciocho, o como me
miraría un policía de paisano?”. O “¿Por qué esa prostituta negra anda por esta
esquina esta noche, si nunca la había visto antes por aquí, ni a ella ni a
ninguna otra puta?”; o: “¿Esa mierdecilla de yonqui del Pablo’s Tacos le habrá
dicho a la policía que voy a asaltar la tienda de su jefe esta noche con el
código de la alarma que me ha dado?”, “¿será policía esta puta engañosa, o
qué?”.
A Leonard no le gustaba la pinta del turista gordo que llevaba una
camiseta blanca nueva con el cartel de Hollywood dibujado en el frente y en la
espalda. Tampoco le gustaba su gorra de béisbol del los Dodgers de Los Ángeles.
La llevaba demasiado bien como para ser un extranjero. Aquel tipo fondón
parecía esforzarse mucho en parecer un turista, y no estaba lo suficientemente
gordo como para que Leonard pudiera decir que era un policía.
Leonard se quedó un trecho por detrás de él, y cuando estaba a unos
treinta metros de distancia divisó a Bugs Bunny y al perro de Mickey Mouse,
Pluto, con sus enormes cabezas bajo el brazo, de pie a la salida del labavo.
Vio cómo se echaba a perder la venta. Vio al tipo gordo quitándose la gorra de
los Dodgers. Y supo que aquélla era, sin duda, una señal.
El gordo corrió directo hacia ellos, y otros tres policías de paisano
que salieron de otros escondrijos se les echaron encima. Bugs Bunny intentó
arrojar la metadona que llevaba en la cabeza dando vuelta. Pluto cogió la
piedra de cocaína que había comprado y la arrojó hacia atrás.
El gordo sacó una pistola que llevaba debajo de su camiseta y gritó:
—¡Policía! ¡Soltad las cabezas y alzad las garras!
(Joseph Wambaugh, Cuervos de Hollywood, Barcelona, Mosaico bolsillo, 2011, pg 97)
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