—… No debería haber tanta tranquilidad ahí dentro a estas horas de la
noche, oficial Rumstead. Tengo miedo por la chica.
Un minuto después los tres policías estaban en el porche delantero de
madera. Se mantuvieron en silencio y escucharon. Sólo se oía el murmullo del
tráfico en la cercana Cuarta Avenida, un perro que ladraba cerca, el chirriar
de los grillos en el patio vecino, y distante música de salsa desde algún lugar
manzana abajo. Entonces oyeron una profunda voz masculina entonando plegarias.
Bix llamó a la puerta y dijo:
—Señor Benawi, aquí el oficial Rumstead. Hablé con usted la semana
pasada por el asunto de los carteles publicitarios, ¿recuerda?
Escucharon de nuevo. Los cánticos cesaron.
—Señor Benawi —continuó Bix—, por favor abra la puerta. Necesito hablar
con usted. Lo de los carteles no tiene importancia. Sólo necesito saber si todo
lo demás va bien. Abra la puerta, señor Benawi.
El cántico empezó de nuevo y Gert von Braun sintió un temblor, pero era
una cálida noche de verano con un viento suave soplando desde el desierto al
mar. Dan Applewhite sintió el pelo de la nuca erizarse y supo que no se debía
al viento.
Bix Rumstead dijo:
-No nos iremos hasta que nos abra la puerta, señor Benawi. No nos
obligue a entrar por la fuerza.
El cántico se detuvo de nuevo. Oyeron pasos. Entonces la cavernosa voz
de Omar Hasán Benawi dijo desde el otro lado de la puerta:
—No hay nada para ustedes aquí. Por favor, aléjense de mi hogar.
—Lo haremos, señor Benawi —dijo Bix—, pero primero necesito hablar con
usted cara a cara. Y necesito ver a su mujer. Entonces nos iremos.
—Ella no va a hablar con usted —dijo la voz—. Ésta es mi casa. Por
favor, váyanse. No hay nada para ustedes aquí.
Oyeron los pasos retirarse de la puerta y el cántico empezó una vez
más.
—¡Mierda! –dijo Dan.
—¿Y ahora qué? —dijo Gert.
—Esto es lo que el decreto federal de consentimiento ha hecho con el
LAPD —dijo Bix a Dan “Día del Jucio Final”— ¿Qué hubieses hecho cuando éramos
polis de verdad?
Dan miró a Bix Rumstead y dijo:
—Somos blancos, él es negro. Mejor no hagamos nada bestia. Ahora no
puedo permitirme una suspensión.
—Responde a mi pregunta —dijo Bix a Dan—. ¿Qué habrías hecho seis años
atrás, antes de que un juez federal y un puñado de políticos y burócratas nos
redujeran?
Dan Applewhite echó un vistazo a Gert von Braun y dijo:
—Habría tirado la puta puerta abajo a hostias y entrado a ver si la
mujer está bien.
—Exacto —dijo Bix Rumstead.
Y acto seguido dio tres pasos de carrerilla, corrió hacia la puerta y
le dio una patada justo a la derecha del pomo. La puerta se abrió de golpe y
fue a dar contra el muro de yeso.
(Joseph Wambaugh, Cuervos de Hollywood, Barcelona, Mosaico bolsillo, 2011, pg 312)
No hay comentarios:
Publicar un comentario