lunes, 20 de octubre de 2014

Fuego

Con la caja bajo el brazo, echó una mirada el cadáver. Nadie se extrañaría por la ausencia de Velma. Aquellas chicas, en ocasiones, desaparecían durante muchos días, semanas enteras. Incluso, alguna vez, no regresaban nunca. Y, por supuesto, no habría una madre, un padre o un hermano que se preguntaran donde andarían. Aparte del personal del club, solo si tenían las unas a las otras.
Así que, antes de marcharse, se permitió un pequeño gesto de piedad: metió un par de periódicos viejos en una olla, les prendió fuego y los puso junto a la ventana abierta. Después se marchó, llevándose la caja de zapatos. Su auto acababa de arrancar cuando dos o tres viandantes se detuvieron y señalaron la ventana de la que surgía la columna de humo. Rudy sabía que ese método nunca fallaba: la gente no acude cuando alguien pide auxilio, pero se alarma enseguida si sabe que hay fuego. Es lógico: si están matando a tu vecino, será mejor que mantengas el pico cerrado, pero si su casa arde también puede arder la tuya.


(M. A. West, El viento y la sangre, Barcelona, Navona, 2013, pág 61)

viernes, 17 de octubre de 2014

Mentiroso

Vinnie ya no sentía su propia cara, que se había convertido en una especie de almohadón tumefacto. Todos sus sentidos estaban puestos en el dolor de la rodilla, que no paraba de sangrar y le quemaba hasta los límites del desmayo. Apenas veía, pero sí que podía escuchar. Y escuchó a Rudy, trasteando por la casa. Primero entre los utensilios que él guardaba en el cajón de la mesa de la cocina. Después en la alacena. Finalmente, oyó el sonido metálico y familiar de su propia caja de herramientas. Esos ruidos cesaron y fueron sustituidos por el de los pasos de Bambridge, regresando el dormitorio. Pero, esta vez, traía un enorme cuchillo, un trapo para el polvo y un hacha, que dejó sobre la cama, arremangándose la camisa. Luego, sin mediar palabra, introdujo el trapo en la boca de Vinnie y lo fijó, atándole alrededor de la cara su propio pañuelo.
—Antes te dije que te mataría y te despedazaría, ¿verdad?
Vinnie asintió.
—Y te dije que si hablabas, te mataría primero, ¿verdad?
Vinnie volvió a asentir con resignación, casi con agradecimiento. Entonces, como si Lucifer si hubiera apoderado de él, los ojos de Rudy dejaron de ser castaños y se tornaron de un color amarillento, casi dorado, cuando dijo:
—Te mentí.

(M. A. West, El viento y la sangre, Barcelona, Navona, 2013, pág 48)


lunes, 13 de octubre de 2014

Acerca de una ravelación

El viento y la sangre, M. A. West

En mi ciudad tenemos un dicho: “con el Clarín del lunes, somos todos técnicos”. Más allá del nombre del diario y el día de la semana, se entiende claramente: es fácil hablar con el resultado puesto. No puedo sacar de mi cabeza ese dicho hoy, cuando me siento a pensar el comentario para El viento y la sangre, de M. A. West. Porque claro, a esta altura, todos sabemos que M. A. West no es otro que el canario Alexis Ravelo. La vida te da sorpresas, ya lo dijo Rubén. Y que me lo digan a mí, que leí a West y ahora debo reseñar a Ravelo.

Sorpresa o no, es muy probable que, de no haberse hecho pública esa noticia, nunca hubiera escrito (o publicado) estas líneas. Tengo la costumbre de hacer una breve investigación previa a cualquier comentario, en especial cuando se trata de un autor que leo por primera vez. Aún disponiendo de la sucinta biografía de M. A. West que se incluye en la solapa del libro —o quizás a causa de ella—, me hubiera resultado muy (pero MUY) extraño que el autor y su obra hubieran permanecido fuera del radar del Gran Hermano Google… La “ravelación” me ahorró esta incómoda sospecha.

A pesar de este cambio de nombres, todo lo que le vi de bueno a la novela del “norteamericano” sigue valiendo. Su espíritu rabiosamente pulp, su personaje principal, el “solucionador de problemas” Rudy Bambridge, sus ambientes con chicas veloces y delincuentes berretas. Es un viaje a un escenario de caminos polvorientos, de persecuciones y golpizas en el que, narrativamente, todo funciona a la perfección: te vas a devorar sin respiro sus contundentes 140 páginas.

Ravelo ha hablado de una especie de “desafío personal” al encarar este proyecto. Lo ha superado, sí. Pero más allá del indiscutible valor de la novela, me pregunto cuál será el impacto de la “ravelación” en las posibles lecturas que se harán de ella a partir de ahora. ¿Es posible leerla de igual manera antes y después de “saber”? Naturalmente, ya no puedo responder a esa pregunta. Sí imagino que el nuevo lector disfrutará del aspecto lúdico del asunto. Por ejemplo, las notas de los traductores —Thalía Rodríguez y… ¡el propio Ravelo!— que incluyen algún “juego de palabras intraducible” (pág. 49), motivarán alguna sonrisa. A propósito, mientras reflexionaba sobre estas cuestiones y sobre los efectos de las lecturas y las circunstancias y las épocas, recordé a esos artesanos que construyen hoy réplicas de los viejos Bugatti 35. Se dice que son réplicas perfectas. Y por los precios y los clientes que tienen, no lo dudo. Ahora bien, ¿pueden esos excéntricos millonarios, que ya han manejado otros autos deportivos de la actualidad, sentir lo mismo que en otra época sintieron los conductores de aquellos bólidos? Quién lo sabe. Por otra parte, aun cuando estos fabricantes reproduzcan las técnicas de hace cien años, usan diseños asistidos por computadoras y no pueden sacarse de encima todo el conocimiento y la experiencia acumulada en un siglo de industria automotriz. Todo lo que me lleva a pensar en los materiales y las técnicas con los que Ravelo ha construido este artefacto, réplica exacta de los pulp de los 50. ¿Cómo y dónde aparecen en este texto las lecturas y la formación de Ravelo, lecturas y formación que el tal West, nacido en Cincinnati en 1923, nunca podría haber tenido? ¿Podría ese West haber escrito esta novela? Ay, ay, Heráclito… volvé, te perdonamos.

De todas formas, ya dejados atrás los muy buenos momentos que me deparó la lectura de esta novela de West, hay que decir a su favor otra cosa: gracias a él, el canario Alexis Ravelo subió unos cuantos peldaños en mi lista de autores pendientes. ¿Pendientes? Ejem… lo que sea, lo será por poco tiempo: su novela ganadora La estrategia del pequinés está a punto de ser editada en nuestro país.

"Traducción": Thalía Rodríguez y Alexis Ravelo

6/14

Seguí pinchando: otra lectura con el espíritu frenético del pulp de aquellos años, y con la misma calidad literaria de West/Ravelo, bien podría ser esta notable novela de Elliott Chaze.