El viento y la
sangre, M. A. West
En mi ciudad tenemos un dicho: “con el
Clarín del lunes, somos todos técnicos”. Más allá del nombre del diario y el
día de la semana, se entiende claramente: es fácil hablar con el resultado
puesto. No puedo sacar de mi cabeza ese dicho hoy, cuando me siento a pensar el
comentario para El viento y la sangre,
de M. A. West. Porque claro, a esta altura, todos sabemos que M. A. West no es otro que el canario Alexis Ravelo.
La vida te da sorpresas, ya lo dijo Rubén. Y que me lo digan a mí, que leí a West
y ahora debo reseñar a Ravelo.
Sorpresa o no, es muy probable que, de
no haberse hecho pública esa noticia, nunca hubiera escrito (o publicado) estas
líneas. Tengo la costumbre de hacer una breve investigación previa a cualquier
comentario, en especial cuando se trata de un autor que leo por primera vez. Aún
disponiendo de la sucinta biografía de M. A. West que se incluye en la solapa
del libro —o quizás a causa de ella—,
me hubiera resultado muy (pero MUY) extraño que el autor y su obra hubieran
permanecido fuera del radar del Gran Hermano Google… La “ravelación” me ahorró
esta incómoda sospecha.
A pesar de este cambio de nombres, todo
lo que le vi de bueno a la novela del “norteamericano” sigue valiendo. Su
espíritu rabiosamente pulp, su
personaje principal, el “solucionador de problemas” Rudy Bambridge, sus
ambientes con chicas veloces y delincuentes berretas. Es un viaje a un
escenario de caminos polvorientos, de persecuciones y golpizas en el que,
narrativamente, todo funciona a la perfección: te vas a devorar sin respiro sus
contundentes 140 páginas.
Ravelo ha hablado de una especie de “desafío
personal” al encarar este proyecto. Lo ha superado, sí. Pero más allá del
indiscutible valor de la novela, me pregunto cuál será el impacto de la “ravelación”
en las posibles lecturas que se harán de ella a partir de ahora. ¿Es posible leerla
de igual manera antes y después de “saber”? Naturalmente, ya no puedo responder
a esa pregunta. Sí imagino que el nuevo lector disfrutará del aspecto lúdico
del asunto. Por ejemplo, las notas de los traductores —Thalía Rodríguez y… ¡el
propio Ravelo!— que incluyen algún “juego de palabras intraducible” (pág. 49),
motivarán alguna sonrisa. A propósito, mientras reflexionaba sobre estas
cuestiones y sobre los efectos de las lecturas y las circunstancias y las épocas,
recordé a esos artesanos que construyen hoy
réplicas de los viejos Bugatti 35. Se dice que son réplicas perfectas. Y por
los precios y los clientes que tienen, no lo dudo. Ahora bien, ¿pueden esos
excéntricos millonarios, que ya han manejado otros autos deportivos de la
actualidad, sentir lo mismo que en
otra época sintieron los conductores de aquellos bólidos? Quién lo sabe. Por
otra parte, aun cuando estos fabricantes reproduzcan las técnicas de hace cien
años, usan diseños asistidos por computadoras y no pueden sacarse de encima
todo el conocimiento y la experiencia acumulada en un siglo de industria
automotriz. Todo lo que me lleva a pensar en los materiales y las técnicas con los que Ravelo ha construido este artefacto, réplica
exacta de los pulp de los 50. ¿Cómo y
dónde aparecen en este texto las lecturas y la formación de Ravelo, lecturas y
formación que el tal West, nacido en Cincinnati en 1923, nunca podría haber
tenido? ¿Podría ese West haber escrito
esta novela? Ay, ay, Heráclito… volvé,
te perdonamos.
De todas formas, ya dejados atrás los
muy buenos momentos que me deparó la lectura de esta novela de West, hay que decir a su favor otra cosa: gracias a él, el
canario Alexis Ravelo subió unos cuantos peldaños en mi lista de autores pendientes. ¿Pendientes? Ejem…
lo que sea, lo será por poco tiempo: su novela ganadora La estrategia del pequinés está a punto de ser editada en nuestro
país.
"Traducción": Thalía Rodríguez y Alexis Ravelo
6/14
Seguí pinchando: otra lectura con el espíritu frenético del pulp de aquellos años, y con la misma calidad literaria de West/Ravelo, bien podría ser esta notable novela de Elliott Chaze.
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