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lunes, 19 de marzo de 2012

Atrapado en la red

Tarántula, Thierry Jonquet



Revolver saldos en una librería de esas ignoradas y algo inexplicables, ahí en la periferia de una aburrida ciudad costera, es una manera más de sortear una tarde de lluvia. Me dirán que hay entretenimientos mejores para esas tardes, sé lo que están pensando. Tal vez sea cierto, pero este es más barato que el casino, e igual de azaroso. ¿Cómo explicar, si no, que aparecieran aquella tarde, ahí en un rincón oscuro, esos polvorientos ejemplares de la colección “Etiqueta Negra” de Júcar? ¿A diez mangos cada uno, casi clandestinos, invisibles para la multitud tinellizada y forzada a divertirse? Claro: entre esos ejemplares estaba Tarántula, de Thierry Jonquet, que será cualquier cosa menos divertida. La vi y fue como salvar la noche en la última bola: cinco plenos en el negro el once, algo así. 

Esta oscurísima novela, no policial pero sí negra por donde se la mire, cuenta distintas historias de venganza, de un horror profundo. Primero, la de Richard Lafargue, prestigioso y rico cirujano plástico. Richard tiene una hija joven, Viviane, internada en una residencia psiquiátrica. De vez en cuando la visita, aunque ella, de tan ausente, casi ni lo registra. La madre de Viviane murió, y ahora Richard vive en su mansión con Eva, su bellísima mujer, con quien forma una pareja muy poco convencional. Es que Eva está prisionera: ya se exhiba junto a Lafargue en lujosas fiestas, deslumbrante y seductora, o sea obligada a  prostituirse en un inmundo departamanto parisino —bajo la mirada del médico, detrás de un falso espejo— todo lo hace para lograr su premio diario: la pipa de opio que por las noches él le permite fumar y que la adormece, encerrada en su habitación con triple cerrojo.

En paralelo está la historia de Alex Barny, un delincuente que asesinó a un policía durante un golpe que salió mal. Alex está herido, y su cara apareciendo en todos los diarios no hace más que aumentar su desesperación: necesita con urgencia hacer algo para no ser descubierto. Una idea comienza a tomar forma cuando por televisión ve a un famoso cirujano plástico, y conoce las maravillas que es capaz de hacer con un rostro.

La tercera línea narrativa es la de la víctima de Tarántula. Cuenta en segunda persona —las itálicas son un acierto— las penurias de Vincent Moreau, un joven que es secuestrado mientras circulaba en su moto cerca de un bosque. Su captor lo abandona en un sótano a oscuras, desnudo, comiendo y bebiendo lo indispensable, pasando frío durante meses. El desconocido lo observa, pero nunca le habla ni responde a sus ruegos: lo ignora. Vincent lo bautiza Tarántula, tal vez porque se siente un insecto atrapado en una red. Un día, Tarántula comienza a alternar sus humillaciones con pequeñas muestras de consideración. Para el joven Vincent, cuyo cuerpo comienza a experimentar algunos cambios, la visita de su amo Tarántula a la fría prisión empieza a ser tan deseada como temida…

Las vidas de estos personajes terminan por cruzarse en un final que, no por previsible, deja de conmover con su contundente resolución. Jonquet cuenta en esencia una historia de venganza, arrastrando al lector por un universo con evocaciones sadomaso, en el que las relaciones de dominio y sumisión aparecen a cada página. La escritura es ágil, y logra hacer verosímil una trama de locos, con momentos de gran violencia. La historia de Vincent —a mi juicio la más interesante— es casi un monólogo, pero el secreto de que funcione de maravillas como lo hace radica en la elección de la segunda persona: hace “sentir” al lector la enajenación de ese joven, que se narra a sí mismo “desde afuera”, como si le hablara a otro.

Tarántula fue adaptada —con bastante libertad, hay que decirlo— al cine por Pedro Almodóvar, que la filmó como La piel que habito.  Una cosa buena resultó de esto: la reedición de la novela por Ediciones B el año pasado.

Traducción: Lourdes Pérez González
2/12

lunes, 19 de septiembre de 2011

Matando con el enemigo

El décimo Infierno, Mempo Giardinelli

El décimo infierno narra una historia de pasiones desbocadas, desenfrenadas, descontroladas. En fin, de pasiones. Y de muerte, mucha muerte. El escenario es nuevamente el caliente Chaco, lugar de nacimiento del propio Giardinelli, pero esta vez no estamos en época de la dictadura sino en los albores del tercer milenio.
Alfredo Romero es un operador inmobiliario de Resistencia. En este Payton Place argentino, Alfredo tiene una caliente relación íntima con Griselda, la apetecible esposa de su socio. Testigos de la inexplicable abulia de este último, y algo irritados por semejante pasividad, deciden matarlo. Así nomás, en una charla casual: “¿Y cómo lo haríamos?”
El plan de Alfredo y Griselda es la ausencia de plan: lo liquidan de un fierrazo. Y escapan. ¿Adónde? Al patio trasero del patio trasero, es decir, al Paraguay. Ese camino es un reguero de sangre vertiginoso que no da respiro al lector. En ese periplo tan violento como entretenido, Alfredo y Griselda eligen arrasar con la moral biempensante “clasemedia argenta” para vivir lejos de sus ataduras. ¿Que el precio es cargarse a unos cuantos infelices? ¿Y a quién le importa?
Recordando la recientemente comentada Luna caliente, da la sensación de que para un escritor de la talla de Giardinelli escribir El décimo infierno fue apenas un entretenimiento menor, un pasatiempo entre la escritura de obras mayores, ¿quién lo sabe? Pero no deja de ser una apreciación errónea. Escribir una nouvelle —apenas alcanza las 100 páginas— como esta no es un trabajo fácil o al alcance de cualquiera. Para nada. La novela se lee de un tirón, lo que es un mérito enorme. Está plagada de buenos cliffhangers que obligan a dar vuelta la página en busca del siguiente capítulo. A su vez reflexiona con agudeza sobre los frívolos noventa, y sobre la doble moral y la hipocresía de ciertos sectores de nuestra sociedad. Y lo que más me gustó: la forma en que el horror y la locura van carcomiendo esa relación entre Alfredo y Griselda, que son primero amantes, luego cómplices y luego…
El final de la novela no me pareció de lo más redondo, tal vez por lo ambiguo de la resolución. Pero el mismo no le quita ni un gramo de interés: bueno novela, muy entretenida, y muy bien escrita.
9/11

lunes, 22 de agosto de 2011

Cómo mata el viento norte

Luna caliente, Mempo Giardinelli

Un joven y promisorio abogado, con estudios doctorales realizados en Francia, regresa a su tierra natal, el Chaco. Es recibido con honores. Lo espera un futuro como funcionario público o como juez.

Un asesino escondido en una húmeda habitación del Hotel Guaraní, en Asunción. La culpa se le está volviendo paranoia y terror: sabe que de un momento a otro lo vendrán a buscar.

El primero y el segundo no son dos personajes distintos de Luna caliente, sino uno solo: Ramiro Bernárdez. Lo que media entre aquel brillante doctor y este fugitivo acorralado se llama Araceli, una niña de trece años que arrasó con todo, como un viento caliente del páramo chaqueño.

Luna caliente es una historia sórdida de sangre y erotismo, cuya oscuridad se ve potenciada por el ambiente ominoso de la dictadura, cuando los retenes militares en las rutas podían significar algo mucho peor que un control de documentación. Una historia cuyo disparador es, ni más ni menos, el deseo sexual de un adulto por una nena de trece años, que encima corresponde a ese deseo. Es un tema delicado si los hay, pero en la mano maestra de Giardinelli logra transmitir al lector la angustia, la desesperación y el dolor que provoca el deseo cuando es ingobernable.

Novela negrísima sobre las pasiones humanas y su potencial para trastornar los planes, las vidas, las almas, el mundo, Luna caliente debería ser considerada a estas alturas un clásico de la literatura de género negro escrita en Argentina. Con un registro estilístico perfecto —seco, filoso, frases cortas, diálogos precisos—, con la economía de recursos y la unidad de efecto que se espera de un cuento —no en vano, Giardinelli es considerado uno de nuestros mejores cuentistas vivos— esta nouvelle de poco más de 120 páginas, se lee de un tirón.

Un viaje estremecedor al Chaco de la dictadura, a los arroyos infestados de mosquitos en los que espera la muerte. Un viaje al sexo prohibido de Ramiro y Araceli.

Todos lugares tan calientes y húmedos como el mismísimo Infierno.

8/11

jueves, 20 de enero de 2011

Sobre el Mal

Hijo de la ira , Jim Thompson

Si hay un autor que ha escrito sobre el Mal a través del género del policial negro, ese es Jim Thompson. El Mal así, con mayúsculas, que nos ha mostrado en los personajes de muchas de sus novelas. Como lo fue Nick Corey, el maldito psicópata sheriff de 1280 almas, en Hijo de la ira lo tenemos a Allen Smith.

Allen es un joven adolescente negro, hijo de una madre blanca, abusado sexualmente, perverso y abusador él mismo. Extremadamente inteligente y lleno de odio hacia el mundo, vive con la único objetivo de dañar a los demás y a sí mismo. Humilla a sus compañeros de escuela, en especial a las chicas, con quienes le es imposible relacionarse. En fin, no se lo puede ver de otra forma: Allen es la propia encarnación del Mal. Tanto que, en alguno de sus monólogos, aún cuando dice creerse Dios, se hace llamar Legión.

Corrían los primeros años 70 cuando se publicó esta novela. Se resalta en la contratapa que Thompson lo escribió hacia el final de su carrera, ya bastante deteriorada su salud por el alcohol y las drogas. Como si esa circunstancia por sí sola explicara la sordidez y la oscuridad de esta historia. Sin embargo, no es más que la amarga y desencantada visión del mundo que Thompson ha plasmado en toda su obra, sólo que concentrada al extremo, en su máxima pureza.

Desde luego, esta no es ni por lejos una novela negra de género. Casi uno diría que no es ni siquiera una novela realista, en el sentido de que esté construida alrededor de una trama verosímil. Todo lo contrario: parecería que el autor desafiara la tolerancia del lector creando las situaciones más aberrantes y repulsivas, que incluyen incesto, racismo y asesinato, con el objeto de provocar mediante el asco una reflexión acerca del rumbo que van tomando las cosas desde el siglo XX a esta parte.

Una novela “rara” de Thompson. Merece ser leída por lo que este autor significa para los amantes del género negro, aunque no la recomendaría como “entrada” al universo thompsoniano.

Traducción: Teresa Montaner Soro

8/10


martes, 7 de diciembre de 2010

Una más del Lado Oscuro de Hollywood

El mono bajo la lluvia, Robert Crais

“El primer caso de Elvis Cole” reza la tapa de El mono bajo la lluvia. ¿Quién es Elvis Cole?

Elvis Cole es un detective que trabaja en Los Angeles. Vive solo en una casa sobre una colina. Mira los halcones, y a su gato alcohólico que le toma la cerveza. Ah, y además decora su oficina con muñecos de personajes de Disney. Tiene un socio bastante huraño, violento y ultraprofesional para el combate, una suerte de Rambo urbano, llamado Joe Pike.

Último detalle: esta es su primera aparición, pero hasta hoy la serie lleva más de 20 novelas, una más exitosa que la otra. ¿Casualidad? No. Puro oficio y puro entretenimiento.

¿De qué va la historia? Dos mujeres aparecen en el despacho de Cole. Una de ellas, Ellen Lang, necesita ayuda para encontrar a su esposo, que ha desaparecido llevándose a su hijo. La otra mujer es la “problemática” amiga de Ellen, Janet Simon.

En la búsqueda de Mort Lang, que así se llama el desaparecido, las cosas comienzan a enredarse. Aparece una amante de Mort, luego un amante de la amante, un poco de droga que desaparece por aquí y aparece por allá, algunos mexicanos poco amables… en fin, otra historia de los bajos fondos de L.A. y alrededores (que llegan hasta más allá de la frontera, porqué no). Mejor dicho, otra buena historia del Lado Oscuro de Hollywood.

Elvis Cole es un personaje hecho para el best seller, y está muy bien. Hace buenos chistes, afiladísimo para los diálogos, se defiende bien en las peleas y sabe ser violento cuando es necesario. Se pega algún que otro revolcón con alguna dama. Tiene todos los elementos que justifican que sea, a juzgar por la cantidad de novelas que lo tienen como protagonista y que por lo visto suelen aterrizar en las listas de más vendidos, una especie de tanque dentro de la “novela negra californiana” (si se me permite la clasificación).

Su socio Joe Pike y el amigo policía Lou Poitras tienen lo suyo también, y acompañan muy eficazmente.

La escritura de Crais tiene todo lo que se le puede pedir a un buen contador de historias: diálogos realistas e ingeniosos, dosis adecuadas de humor en los momentos precisos, descripciones justas, perfecto tempo narrativo. Y como tal, forma parte del selecto y exclusivo (más selecto y exclusivo que lo que muchos están dispuestos a admitir) club de “autores garantizados”. Al igual que el enorme Elmore Leonard (Crais lo homenajea poniendo en manos de uno de los personajes un libro suyo, ¡Que viva Valdéz!), como Kellerman, Pelecanos, Mosley o Block, Crais también es uno de esos autores sobre cuyos libros de bolsillo te abalanzas en los kioscos de los aeropuertos, seguro de que te salvarán la vida durante tu vuelo de 10 horas.

Traducción: Emilio Muñiz

7/10