lunes, 19 de marzo de 2012
Atrapado en la red
lunes, 19 de septiembre de 2011
Matando con el enemigo
lunes, 22 de agosto de 2011
Cómo mata el viento norte
Un joven y promisorio abogado, con estudios doctorales realizados en Francia, regresa a su tierra natal, el Chaco. Es recibido con honores. Lo espera un futuro como funcionario público o como juez.
Un asesino escondido en una húmeda habitación del Hotel Guaraní, en Asunción. La culpa se le está volviendo paranoia y terror: sabe que de un momento a otro lo vendrán a buscar.
El primero y el segundo no son dos personajes distintos de Luna caliente, sino uno solo: Ramiro Bernárdez. Lo que media entre aquel brillante doctor y este fugitivo acorralado se llama Araceli, una niña de trece años que arrasó con todo, como un viento caliente del páramo chaqueño.
Luna caliente es una historia sórdida de sangre y erotismo, cuya oscuridad se ve potenciada por el ambiente ominoso de la dictadura, cuando los retenes militares en las rutas podían significar algo mucho peor que un control de documentación. Una historia cuyo disparador es, ni más ni menos, el deseo sexual de un adulto por una nena de trece años, que encima corresponde a ese deseo. Es un tema delicado si los hay, pero en la mano maestra de Giardinelli logra transmitir al lector la angustia, la desesperación y el dolor que provoca el deseo cuando es ingobernable.
Novela negrísima sobre las pasiones humanas y su potencial para trastornar los planes, las vidas, las almas, el mundo, Luna caliente debería ser considerada a estas alturas un clásico de la literatura de género negro escrita en Argentina. Con un registro estilístico perfecto —seco, filoso, frases cortas, diálogos precisos—, con la economía de recursos y la unidad de efecto que se espera de un cuento —no en vano, Giardinelli es considerado uno de nuestros mejores cuentistas vivos— esta nouvelle de poco más de 120 páginas, se lee de un tirón.
Un viaje estremecedor al Chaco de la dictadura, a los arroyos infestados de mosquitos en los que espera la muerte. Un viaje al sexo prohibido de Ramiro y Araceli.
Todos lugares tan calientes y húmedos como el mismísimo Infierno.
8/11
jueves, 20 de enero de 2011
Sobre el Mal
Si hay un autor que ha escrito sobre el Mal a través del género del policial negro, ese es Jim Thompson. El Mal así, con mayúsculas, que nos ha mostrado en los personajes de muchas de sus novelas. Como lo fue Nick Corey, el maldito psicópata sheriff de 1280 almas, en Hijo de la ira lo tenemos a Allen Smith.
Allen es un joven adolescente negro, hijo de una madre blanca, abusado sexualmente, perverso y abusador él mismo. Extremadamente inteligente y lleno de odio hacia el mundo, vive con la único objetivo de dañar a los demás y a sí mismo. Humilla a sus compañeros de escuela, en especial a las chicas, con quienes le es imposible relacionarse. En fin, no se lo puede ver de otra forma: Allen es la propia encarnación del Mal. Tanto que, en alguno de sus monólogos, aún cuando dice creerse Dios, se hace llamar Legión.
Corrían los primeros años 70 cuando se publicó esta novela. Se resalta en la contratapa que Thompson lo escribió hacia el final de su carrera, ya bastante deteriorada su salud por el alcohol y las drogas. Como si esa circunstancia por sí sola explicara la sordidez y la oscuridad de esta historia. Sin embargo, no es más que la amarga y desencantada visión del mundo que Thompson ha plasmado en toda su obra, sólo que concentrada al extremo, en su máxima pureza.
Desde luego, esta no es ni por lejos una novela negra de género. Casi uno diría que no es ni siquiera una novela realista, en el sentido de que esté construida alrededor de una trama verosímil. Todo lo contrario: parecería que el autor desafiara la tolerancia del lector creando las situaciones más aberrantes y repulsivas, que incluyen incesto, racismo y asesinato, con el objeto de provocar mediante el asco una reflexión acerca del rumbo que van tomando las cosas desde el siglo XX a esta parte.
Una novela “rara” de Thompson. Merece ser leída por lo que este autor significa para los amantes del género negro, aunque no la recomendaría como “entrada” al universo thompsoniano.
Traducción: Teresa Montaner Soro
8/10
martes, 7 de diciembre de 2010
Una más del Lado Oscuro de Hollywood
“El primer caso de Elvis Cole” reza la tapa de El mono bajo la lluvia. ¿Quién es Elvis Cole?
Elvis Cole es un detective que trabaja en Los Angeles. Vive solo en una casa sobre una colina. Mira los halcones, y a su gato alcohólico que le toma la cerveza. Ah, y además decora su oficina con muñecos de personajes de Disney. Tiene un socio bastante huraño, violento y ultraprofesional para el combate, una suerte de Rambo urbano, llamado Joe Pike.
Último detalle: esta es su primera aparición, pero hasta hoy la serie lleva más de 20 novelas, una más exitosa que la otra. ¿Casualidad? No. Puro oficio y puro entretenimiento.
¿De qué va la historia? Dos mujeres aparecen en el despacho de Cole. Una de ellas, Ellen Lang, necesita ayuda para encontrar a su esposo, que ha desaparecido llevándose a su hijo. La otra mujer es la “problemática” amiga de Ellen, Janet Simon.
En la búsqueda de Mort Lang, que así se llama el desaparecido, las cosas comienzan a enredarse. Aparece una amante de Mort, luego un amante de la amante, un poco de droga que desaparece por aquí y aparece por allá, algunos mexicanos poco amables… en fin, otra historia de los bajos fondos de L.A. y alrededores (que llegan hasta más allá de la frontera, porqué no). Mejor dicho, otra buena historia del Lado Oscuro de Hollywood.
Elvis Cole es un personaje hecho para el best seller, y está muy bien. Hace buenos chistes, afiladísimo para los diálogos, se defiende bien en las peleas y sabe ser violento cuando es necesario. Se pega algún que otro revolcón con alguna dama. Tiene todos los elementos que justifican que sea, a juzgar por la cantidad de novelas que lo tienen como protagonista y que por lo visto suelen aterrizar en las listas de más vendidos, una especie de tanque dentro de la “novela negra californiana” (si se me permite la clasificación).
Su socio Joe Pike y el amigo policía Lou Poitras tienen lo suyo también, y acompañan muy eficazmente.
La escritura de Crais tiene todo lo que se le puede pedir a un buen contador de historias: diálogos realistas e ingeniosos, dosis adecuadas de humor en los momentos precisos, descripciones justas, perfecto tempo narrativo. Y como tal, forma parte del selecto y exclusivo (más selecto y exclusivo que lo que muchos están dispuestos a admitir) club de “autores garantizados”. Al igual que el enorme Elmore Leonard (Crais lo homenajea poniendo en manos de uno de los personajes un libro suyo, ¡Que viva Valdéz!), como Kellerman, Pelecanos, Mosley o Block, Crais también es uno de esos autores sobre cuyos libros de bolsillo te abalanzas en los kioscos de los aeropuertos, seguro de que te salvarán la vida durante tu vuelo de 10 horas.
Traducción: Emilio Muñiz
7/10