Revolver saldos en una librería
de esas ignoradas y algo inexplicables, ahí en la periferia de una aburrida
ciudad costera, es una manera más de sortear una tarde de lluvia. Me dirán
que hay entretenimientos mejores para esas tardes, sé lo que están pensando. Tal
vez sea cierto, pero este es más barato que el casino, e igual de azaroso. ¿Cómo
explicar, si no, que aparecieran aquella tarde, ahí en un rincón oscuro, esos
polvorientos ejemplares de la colección “Etiqueta Negra” de Júcar? ¿A diez mangos
cada uno, casi clandestinos, invisibles para la multitud tinellizada y forzada
a divertirse? Claro: entre esos ejemplares estaba Tarántula, de Thierry Jonquet, que será cualquier cosa menos divertida. La vi y fue como salvar la
noche en la última bola: cinco plenos en el negro el once, algo así.
Esta oscurísima novela, no
policial pero sí negra por donde se la mire, cuenta distintas historias de
venganza, de un horror profundo. Primero, la de Richard Lafargue, prestigioso y
rico cirujano plástico. Richard tiene una hija joven, Viviane, internada en una
residencia psiquiátrica. De vez en cuando la visita, aunque ella, de tan
ausente, casi ni lo registra. La madre de Viviane murió, y ahora Richard vive
en su mansión con Eva, su bellísima mujer, con quien forma una pareja muy poco convencional.
Es que Eva está prisionera: ya se exhiba junto a Lafargue en lujosas fiestas,
deslumbrante y seductora, o sea obligada a prostituirse en un inmundo departamanto
parisino —bajo la mirada del médico, detrás de un falso espejo— todo lo hace
para lograr su premio diario: la pipa de opio que por las noches él le permite
fumar y que la adormece, encerrada en su habitación con triple cerrojo.
En paralelo está la historia de
Alex Barny, un delincuente que asesinó a un policía durante un golpe que salió
mal. Alex está herido, y su cara apareciendo en todos los diarios no hace más
que aumentar su desesperación: necesita con urgencia hacer algo para no ser
descubierto. Una idea comienza a tomar forma cuando por televisión ve a un famoso
cirujano plástico, y conoce las maravillas que es capaz de hacer con un rostro.
La tercera línea narrativa es la
de la víctima de Tarántula. Cuenta en segunda persona —las itálicas son un
acierto— las penurias de Vincent Moreau, un joven que es secuestrado mientras circulaba
en su moto cerca de un bosque. Su captor lo abandona en un sótano a oscuras, desnudo,
comiendo y bebiendo lo indispensable, pasando frío durante meses. El
desconocido lo observa, pero nunca le habla ni responde a sus ruegos: lo
ignora. Vincent lo bautiza Tarántula, tal vez porque se siente un insecto
atrapado en una red. Un día, Tarántula comienza a alternar sus humillaciones con
pequeñas muestras de consideración. Para el joven Vincent, cuyo cuerpo comienza
a experimentar algunos cambios, la visita de su amo Tarántula a la fría prisión
empieza a ser tan deseada como temida…
Las vidas de estos personajes
terminan por cruzarse en un final que, no por previsible, deja de conmover con
su contundente resolución. Jonquet cuenta en esencia una historia de venganza, arrastrando
al lector por un universo con evocaciones sadomaso, en el que las relaciones de
dominio y sumisión aparecen a cada página. La escritura es ágil, y logra hacer
verosímil una trama de locos, con momentos de gran violencia. La historia de
Vincent —a mi juicio la más interesante— es casi un monólogo, pero el secreto
de que funcione de maravillas como lo hace radica en la elección de la segunda
persona: hace “sentir” al lector la enajenación de ese joven, que se narra a sí
mismo “desde afuera”, como si le hablara a otro.
Tarántula fue
adaptada —con bastante libertad, hay que decirlo— al cine por Pedro Almodóvar,
que la filmó como La piel que habito.
Una cosa buena resultó de esto: la
reedición de la novela por Ediciones B el año pasado.
Traducción: Lourdes Pérez González
2/12
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