Su generosidad contigo parecía no tener límites. Un día se abrió la
puerta del sótano y entró empujando ante él con dificultad un enorme paquete
sobre ruedas. Sonreía y miraba el papel de seda, el lazo rosa, el ramo de
flores…
Ante tu sorpresa te recordó la fecha: 22 de julio. Sí, hacía diez meses
que estabas prisionero. Tenías veintiún años. Con circunspección girabas en
torno a aquel voluminoso paquete, aplaudías y reías. Tarántula te ayudó a
deshacer el lazo. Inmediatamente reconociste la forma de un piano: ¡un
Steinway!
Sentado en el taburete, tocaste después de haber desentumecido tus
dedos vacilantes. No era en absoluto un resultado brillante, pero llorabas de
alegría…
Y tú, tú, Vincent Moreau, el animal de compañía de aquel monstruo, tú,
el perro de Tarántula, su monito o su lorito, tú al que había destrozado, tú,
sí tú, besaste su mano, riendo a carcajadas.
(Thierry Jonquet, Tarántula, Madrid,
Ediciones Júcar, 1986, pg 62)
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