Diego Ameixeiras (ni siquiera en
Argentina hace falta aclarar que se dice aproximadamente Ameisheiras, ¿verdad?) es gallego, y escribe en su lengua. Una
lengua que a mí —por ascendencia, por afectos— me resulta bastante próxima.
Este podría haber sido un punto de afinidad para acercarme a leer una obra
suya. Si lo fue, fue el menos importante: mucho más pesaron las críticas
favorables, la recomendación entusiasta de algún amigo con el que sigo
encontrando coincidencias, la publicación de uno de sus relatos en la colección
Bichos, de Sigueleyendo. En fin, lo cierto es que me conseguí un ejemplar
—traducido, obvio, que una cosa es entender a tu abuela y otra leerse un libro—
de su novela Dime algo sucio.
Ambientada en una ciudad gallega
de nombre ficticio (Oregón), esta novela no tiene una única trama definida.
Tampoco la necesita, pues el plan de Ameixeiras no es ni por asomo el de
relatar una historia sencilla y plana. Lo suyo se parece más a sacar una foto. Amplia
y profunda a la vez. Una foto extraña que sea de plano abierto y cerrado,
juntos. Una foto que le sirva a Amexieras para lo que en realidad quiere hacer:
capturar en el papel el espíritu de un tiempo rabioso y sin alma. Porque, si
bien podría parecer a priori que el
abuso de menores es el tema de la
novela —de hecho, está tratado con una maestría y una brutalidad que ponen la
piel de gallina—, sostengo que esta es una novela sobre la soledad y el
aislamiento. Ese caldo de cultivo en el que este sistema hace madurar a las que
serán sus víctimas. Parejas cuyo motor es el odio, sociedades que persiguen
y condenan y expulsan al que viene de afuera, pibes abandonados a su suerte, ya
sea en las calles como frente a una pantalla de computadora: todo el mundo en
Oregón está solo. Todo el mundo en Oregón es vulnerable.
En una estructura de brevísimos
capítulos —máximo 3 carillas—, instantáneas fugaces que van contribuyendo a la
foto general, Ameixeiras pone a moverse a sus personajes. La elección de los
mismos, como corresponde en toda buena novela, no es azarosa. No voy a hacer un
detalle de cada uno. Sólo diré que hay adolescentes que juegan juegos demasiado
peligrosos; hay adultos desesperados y desequilibrados, y hay poderosos que los
pisotean y los matan para satisfacer sus inclinaciones más bajas. Son exactamente los
que el autor necesita para darnos este retrato perfecto de una fauna urbana en
permanente declive, en un lento pero continuo deslizarse hacia el desastre.
Dime algo sucio tiene partes en las que uno se pregunta ¿cómo se soporta esto?, ¿cómo se sigue? A
diferencia de otros autores, que se valen de chispazos de humor para aflojar la
tensión, para darle un respiro al lector, Ameixeiras ni eso. Es cierto que nada
más alejado que el humor de la oscuridad del paisaje de este Oregón. Pero arriesgaría
que lo de Ameixeiras es adrede, ir hasta
el fondo presionando al lector: uno quiere más, pero a la vez, repito, se
hace difícil continuar. Su estilo sabe ser duro y cortante cuando así lo
requiere el texto, con diálogos realistas. Pero a la vez es capaz de pasajes de
alto vuelo, para pintarnos los momentos más desolados, la desesperación pura de
estos pobres diablos.
Dado que la narración no es del
todo lineal, sabemos de entrada cómo van a terminar algunas cosas. Sin embargo,
si no existiera ese capítulo del comienzo tampoco importaría. Es tal el olor de
lo ominoso, de lo terrible que desprende este libro que ya sabemos que en
Oregón nada va a terminar bien.
Nada.
Casi casi como en algunas vidas.
Traducción: Carmen Pereiro
2/12
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