Miguel despierta en una sórdida pensión
zaragozana. Como todas las mañanas, mira su sonrisa de calavera. La mira, la limpia,
la cuida. Sumergida en un vaso de cristal con agua, recuerda que le costó una pequeña
fortuna. Después se mira en el espejo —los labios hundidos, deformes sobre el
vacío— mientras se instala ese artefacto en la cara. Muerde varias veces y, ahora
sí, casi sonríe. Es el día en el que comenzará a cambiar su vida. El Marujo ha
llamado para decirle lo que viene esperando oir hace rato: que el Gallego está en
Barcelona.
De esta forma comienza la
terrible historia de venganza que es Prótesis.
Miguel, el Migue, lleva años viviendo con un solo propósito: volver a encontrar
al Gallego, aquel policía asesino que le destrozó la boca a culatazos. Fue la
misma noche en que murió el Cachas, y en la que todos terminaron presos. Miguel
aún recuerda cómo los gritos del policía —“¡Cállate,
cállate!”— retumbaban por los pasillos de Vía Layetana. Los gritos y los
golpes que le volaban los dientes para evitar que el Migue hable. Para que no
diga que al Gallego, a ese policía violento y temido, el Migue ya lo conocía de
antes. De otra parte, de otras noches…
Llega entonces el Migue a
Barcelona. Han pasado los años, y se reencuentra con sus viejos compañeros de
banda (el Marujo, el Chava). Y también con la Nena. Ella ahora baila en el Palmer, y sigue siendo tan hermosa como
cuando era de verdad una nena, y entre todos la iniciaban en aquellas calles
sucias. El Migue quisiera volver a amarla, pero ya no puede. Ya no le da: el
único deseo que no le es ajeno es el deseo de venganza.
La historia se complica con la
posibilidad de un golpe millonario, que se superpone al plan original de Miguel,
que ahora se hace llamar “el Dientes”. Aparecen otros personajes, y también
aparece la policía. Pero todo el devenir de esta banda, y todo el interés del
lector, está centrado en el encuentro de Miguel y el Gallego. Los dos se
buscan, mordidos por este deseo de muerte que parece haber venido a ultimar sus
vidas tristes. Y se van a encontrar en una escena ultra violenta y que roza lo gore, antológica, que cierra la historia
y que quedará en la memoria del lector por un tiempo largo.
A esta altura decir que Andreu
Martín es un autor clásico de la novela negra en español es una obviedad. Todas
las novelas suyas que yo he leído son puntos altos de la narrativa
negrocriminal en español. Y Prótesis
viene a situarse entre las mejores (en mis preferencias, junto con la enorme Barcelona connection).
La literatura negra de Martín
parece inseparable de la ciudad que lo vio nacer. Me cuesta imaginarlo narrando
historias que transcurran en otro lugar. Tal vez las haya, no lo sé. Lo que sé
es que todas las grandes ciudades tienen mil caras. Suelo pensar que según a
quién lea, es la cara por la que me acerco a ellas. Y Barcelona no es la
excepción: son las mismas pero distintas las Barcelonas de Vázquez Montalbán,
la de González Ledesma, la de Giménez Bartlett. Y todas muy diferentes de la que
pinta Andreu Martín: él es el guardián que cuida y abre la Puerta de la Rabia, franqueando
el paso a la zona más sucia, violenta y afiebrada de una Ciudad Condal enloquecida
y doliente. Una puerta que, hoy por hoy, treinta y tantos años más tarde, sigo
atravesando con cada uno de sus libros (o los de Zanón, o de la Fallarás, dos de sus dignos
herederos…)
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Qué novela, qué escritor.
ResponderEliminarSi Vázquez Montalbán es nuestro Chandler, acá está Thompson. O Goodis.
Abrazo
Gracias por la visita, Kike.
ResponderEliminarEste Andreu es un monstruo. De lo más crudo que ha salido de España (al menos de lo que pasó por mis manos).
Abrazo,
A