lunes, 30 de mayo de 2011

Un detective contra el Puto Jefe

Los amantes, John Connolly

Suele ser difusa la frontera que divide —o encuentra— a la novela policial, al thriller, a las historias de detectives, a las historias de criminales. Todos creen tener alguna definición para cada uno de estos términos. Sin embargo, está bastante aceptado el englobarlos a todos bajo el nombre de novela negra. Me parece correcto: yo lo acepto también. Lo negro es oscuro, el alma de los hombres es oscura, el Mal es oscuro. Oscuro y negro.

Parece que la novela negra es un buen vehículo para hablar de esa oscuridad propia del alma humana. En sus personajes encontramos más sombras que luces, muchas contradicciones, tensión. Son seres de carne y hueso, a menudo conscientes del Mal que anida en ellos, del Mal que encarnan y que se manifiesta en esos crímenes, en esa corrupción. En esa humanidad.

Al leer las novelas (negras, negrísimas) de John Connolly, más precisamente las de la serie del detective Charlie “Bird” Parker, encontramos que la cosa es un poquito diferente. Porque en las historias de Connolly/Parker el Malo es el Más Malo de Todos. Parafraseando a Pep Guardiola, es el Puto Jefe de los Malos.

Connolly es un autor que mezcla con gran maestría los tópicos y las formas de la novela negra con el terror más escalofriante. Fantasmas, ángeles caídos, asesinos que vienen del Otro Lado son las entidades a las que el violento Parker debe enfrentarse. Tiene las armas de este mundo, pero también tiene “algo” sobrenatural. Algo que ni él sabría precisar, que lo distingue del resto de los mortales. Una suerte de estigma que atrae a estos seres perdidos, a estas almas errantes, un estigma que le permite experimentar el dolor de los otros como si fuese propio. Parker sabe, como nosotros, que no es casual que le pase lo que le pasa. Lo que no entiende es el por qué. ¿Por qué a él? ¿Por qué así?

En Los amantes, Parker hace el intento de responder a esas preguntas. Por entonces, tiene su licencia de investigador cancelada y se gana la vida como encargado de un bar de Portland, el Great Lost Bear. Con los fantasmas de su mujer y su hija asesinadas, y su actual pareja cayendo a pedazos, sólo le queda la compañía de su perro Walter. Es el momento de encarar La Gran Investigación de su vida. La Verdadera Historia. Él mismo nos lo dice: “Esto es una investigación sobre las circunstancias de la muerte de mi padre”.

Will Parker era un oficial de la policía de Nueva York. Un día detiene a una pareja de adolescentes, y en un episodio confuso los mata a balazos, dentro del coche que ocupaban. Se entrega en la misma comisaría en la que trabaja, e inmediatamente es puesto en libertad mientras sigue la investigación. Regresa a su casa, le pide el desayuno a su mujer y se retira al jardín. Ella acababa de cascar el primer huevo cuando se oyó el disparo: Will se había volado la cabeza.

Por entonces, Charlie contaba con dieciséis años. Tuvo que conformarse con alguna explicación de compromiso para ese suceso. Pero hoy, para el Parker “estigmatizado” y adulto, todo cobra un nuevo significado. Y el siente que debe encontrarlo, aunque lo esperen revelaciones miserables y dolorosas. Y el Puto Jefe y su ejército de ángeles caídos.

Otra espeluznante historia de Charlie Parker. Con una prosa depurada y atrapante, muy emparentada con la de su admirado Stephen King —con quien comparten como escenario el frío estado de Maine—, Connolly transita con fluidez por ambos lados de la frontera mencionada antes. Va del realismo de la dura novela negra al terror oscuro y sobrenatural, pasando de ida y vuelta por el puente que las vincula: la extrema violencia de sus historias y de su atormentado Parker.

Traducción: Carlos Milla Soler

4/11

domingo, 22 de mayo de 2011

Un misterio demasiado sencillo

Una muerte sencilla, Peter James

Primera novela de Peter James que cae en mis manos. Lo de siempre: una contratapa más o menos vendedora, la curiosidad por un nuevo autor, el precio de bolsillo. ¡Compro!

Comienza así: cuatro amigos festejan la despedida de soltero de Michael. Están los cinco muy borrachos, pero tienen planeada La Gran Broma para Michael, que siempre fue el “ocurrente” del grupo. No está mal la idea: luego de recorrer los bares van, en medio de una tormenta, a un campo. Hacen un pozo, meten a Michael dentro de un ataúd con una linterna, una petaca de whisky y un walkie-talkie. Y luego meten el ataúd en al pozo, con un cañito para que entre aire desde la superficie, y le echan unos cuantos kilos de tierra encima. Simpáticos, ¿no? El plan es recorrer los bares, encontrar chicas e ir contándole a Michael lo que se está perdiendo. Y acá viene el problemita: alcohol, noche y tormenta no son buenos a la hora de conducir. De modo que los cuatro amigos sufren un accidente y… se matan todos.

¿Dónde está Michael? Se acerca el día de la boda y su encantadora novia, Ashley, comienza a desesperarse. Rápidamente la investigación queda a cargo del inspector Roy Grace, detective del Departamento de policía de Sussex. Grace sabe que si hay algo que no sobra, con un tipo encerrado vivo en un ataúd, es el tiempo. Así que enseguida interroga a la acongojada novia, y a Mark, socio y amigo de Michael, quien, por un milagroso retraso en un vuelo, se ha salvado de estar en la despedida y en el trágico choque.

Grace es un personaje que arrastra el dolor de haber perdido hace años a su joven esposa, misteriosamente desaparecida. Él ha investigado todo lo que estuvo a su alcance, removiendo cielo y tierra sin éxito. Hasta ha consultado a videntes, lo que le valió el descrédito de su jefa (alias “27”) y de muchos colegas. Pero aún sigue esperando que su esposa aparezca. Arrastrar con esa cruz lo vuelve un personaje interesante. En su trabajo se rodea de un eficiente grupo de colaboradores, que incluye a su cinéfilo amigo Glenn Branson y a Cleo Morey. Cleo es la encargada del depósito de cadáveres, y Grace está tratando de comenzar con ella una “relación”.

Ya en el primer capítulo encontré cuestiones de estilo que me hicieron recordar al gran Elmore Leonard: vi varias cosas que él recomendaba no hacer. Pero, en fin, seguí adelante enganchado por el original conflicto con el que comienza la novela. Hay que reconocerle a James la capacidad de mantenerlo a uno atrapado página tras página, deseando saber qué pasará con Michael. Sin embargo, exceptuando el de Grace, algunos de los personajes (en especial Mark y Ashley) son de un dibujo tan tosco y tan poco profundo que terminan conspirando contra el suspenso que el mismo James sostiene con gran esfuerzo y, finalmente, sin tanta eficacia. Porque si sumamos algunos giros de la trama que resultan demasiado abruptos, resulta que el misterio se termina develando mucho, muchísimo antes de lo que sería deseable para que un thriller cumpla su cometido.

Traducción: Escarlata Guillén

4/11

lunes, 16 de mayo de 2011

Rompiendo narices a cabezazos

El beso de Glasgow, Craig Russell

Luego de la muy buena impresión que me dejó su debut (comentado aquí), me lancé de lleno a leer esta segunda aventura de Lennox, el detective escocés-canadiense que trabaja en la Glasgow de los 50.

En esta ocasión, Lennox también se ve involucrado en varios casos al mismo tiempo. Desde luego, y a la manera clásica, todos ellos terminarán relacionados.

Tenemos por un lado el asesinato de Calderilla MacFarlane, un corredor de apuestas con cuya hija Lennox venía teniendo unos “acercamientos” (magistralmente pintados en los primeros párrafos de la novela, que se pueden leer en la contratapa también). Por otra parte, Willie Sneddon, uno de los Tres Reyes que manejan el hampa de la ciudad –habituales clientes de Lennox– le encarga un trabajo: debe vigilar a un boxeador en el que ha invertido mucho dinero, y que está próximo a una pelea importante. Como si todo esto fuera poco una bella actriz lo contrata para que encuentre a su hermano desaparecido.

Lennox empieza a trabajar, moviéndose por el mugriento y alcoholizado Glasgow, segunda ciudad de un Imperio en decadencia, y se cruza con todo tipo de asuntos, uno más turbio que otro: peleas ilegales a mano limpia, drogas, venganzas gitanas.

Como con Lennox, en El beso de Glasgow –que, dicho sea de paso, es el nombre que le dan allí al recurso de cabecear al oponente con la fuerza necesaria para destrozarle la nariz– también la cosa funciona de maravillas. La trama da vueltas, pero lo lleva a uno de la nariz en el relato. Es un libro imposible de abandonar.

Las razones son muchas, pero rescato dos. La primera, la recreación del ambiente opresivo de la ciudad. Todo en Glasgow parece ser gris o, peor, negro. El carbón y la actividad de los astilleros parecen llenar de hollín el cielo, los edificios y las almas de los hombres, que encuentran refugio en el alcohol y en el crimen.

La segunda es el fascinante personaje que es Lennox. Como ya mencioné en la reseña de Lennox, el protagonista tiene todo lo que debe traer un súper clásico detective hard boiled. Incluso más que lo que solían tener tipos como Spade, Marlowe y Archer. Lennox es violento. La guerra lo transformó en alguien distinto al que era, alguien a quien él mismo teme por momentos. Lennox es capaz de mandar a dormir a porrazos a la gente (la porra es su arma favorita, no usa armas de fuego), pero también se conmueve con los más débiles. Es apuesto (“me encuentran parecido a Jack Palance”) y ganador con las mujeres. Aprecia y valora la belleza femenina, y no pierde oportunidad de seducir a alguna dama (seducir suena muy polite: lo que Lennox busca es llevarlas a la cama… o a cualquier callejón en penumbras). Pero lo que más destaca en este personaje es el humor brillante y el sarcasmo casi permanente. La frecuencia de chistes y frases ingeniosas emitidas por el protagonista roza el límite de lo recomendable. Pero así y todo logra el efecto deseado de arrancar sonrisas y de “suavizar” la violencia del relato, lo que no es poco mérito.

En suma, y parafraseando a Connelly, esto también es lo que yo llamo una Novela Negra. Así, con mayúsculas.

Traducción: Santiago del Rey.

4/11

lunes, 9 de mayo de 2011

El Diablo sabe por Diablo, pero Archer sabe por viejo

La bella durmiente, Ross Macdonald

Publicada en 1973, La bella durmiente es la penúltima novela que protagoniza Lew Archer, el mítico personaje creado por Ross Macdonald que, a criterio de muchos, integra una especie de brillante podio detectivesco junto con Philip Marlowe y Sam Spade.

El bueno de Archer se encuentra en un avión desde el que avizora una enorme mancha de petróleo oscureciendo el mar. Cuando baja, se sube a su auto y, tras conducir un rato, en una playa conoce a una chica algo extraña. Ella está tratando de salvar a un ave empetrolada. Archer le ofrece ayuda a la chica, Laurel Russo, quien resulta no ser del todo ajena al desastre ecológico. Luego de un breve contacto Laurel desaparece, llevándose consigo unas pastillas para dormir: considerando sus tendencias suicidas, es como si la chica se hubiera llevado un arma de fuego. Al menos, es lo que su marido, el farmacéutico Tom Russo, le dice a Archer cuando lo contrata para que la encuentre. Lew no tarde en descubrir que Laurel es la heredera de una riquísima familia petrolera: la misma familia a la que pertenece la plataforma que está pintando de negro las costas del sur de California.

Hasta acá, el gran Ross ya ha puesto sobre la mesa todos los elementos de su historia. Porque, como muchos autores, Macdonald —en especial en sus últimas novelas— también escribe siempre más o menos sobre los mismos asuntos: las familias, las espinosas relaciones entre los hombres y las mujeres, entre padres, hijos y hermanos. En La bella durmiente se trata de los Lennox. William, viejo patriarca ya retirado, divorciado de Sylvia, fue el fundador del imperio. Su hijo Jack, casado con Marian, y padre de Laurel, conduce la compañía petrolera junto con su cuñado y antiguo camarada de armas, el Capitán Somerville, esposo de Elizabeth Lennox. Todos ellos, en mayor o menor medida, esperando quedarse con alguna herencia más o menos importante en algún momento, y a quienes la desaparición de Laurel ha golpeado de modos diversos.

A estas alturas de su vida, el rol de Archer —quien, más viejo pero más sabio, hace rato que dejó las trompadas— prácticamente se reduce a introducirse en una historia familiar para encontrar muy en el fondo, a menudo una o dos generaciones atrás, el origen del problema por el cual lo han contratado. Desde luego, lo que encuentra no siempre agrada a sus clientes, y muy ocasionalmente “soluciona” algo: las más de las veces todos —personajes y lectores— nos quedamos con esa sensación de que el mundo se ha convertido en un lugar triste, oscuro y difícil. Que los hombres somos criaturas incomprensibles y demasiado eficaces a la hora de causarnos dolor unos a otros.

En su madurez, Ross Macdonald nos vuelve a deslumbrar con la densidad psicológica de los personajes, sus diálogos brillantes y veloces y su compleja pero ajustada trama. Leerlo siempre revela su estatura de clásico, al tiempo que deja a unos cuantos autores de esos que pueblan las mesas de novedades como verdaderos novatos. Prometedores algunos, pero novatos al fin.

Traducción: Aurora C. de Merlo

3/11

lunes, 2 de mayo de 2011

Dos perdedores en busca de redención

Drama City, George Pelecanos

Un ex convicto, Lorenzo Brown, está dispuesto a reconstruir su vida. Tiene un trabajo honesto, con los seres que ama, los animales: va por Washington inspeccionando las condiciones en las que viven las mascotas, enseñando, ayudando y sancionando a sus dueños, según el caso.

Rachel Lopez es agente de la condicional. Es decir, que se ocupa de verificar que los presos en libertal condicional tengan un trabajo, no consuman drogas, no vuelvan a las andadas. Uno de sus vigilados es Lorenzo, con quien traba cierta amistad.

Drama City gira en torno a estos dos personajes que patean las calles de Washington. O mejor dicho, sólo el costado pobre y marginal de esa ciudad, capital del poder político del Gran Imperio.

El tema de esta novela de Pelecanos es la posibilidad de redención. Lorenzo convive todo el tiempo con los mismos pandilleros y traficantes con los que él mismo trabajaba —delinquía—antes de ir a la cárcel. Algunos de ellos siguen siendo sus amigos. Conoce el barrio y la forma en que son las cosas, pero parece decidido a mantenerse limpio. Rachel, por su lado, vive una doble vida: de día visita a sus supervisados, los advierte y los reprende. De noche va por los bares a emborracharse y a buscar sexo fácil.

Los dos se encuentran periódicamente en un grupo de autoayuda para adictos y alcohólicos en una parroquia. Pero también se van a encontrar en circunstancias bastante más dramáticas, en las que deberán poner en riesgo sus vidas, y deberán elegir entre caer o salvarse.

Una vez más, Pelecanos cumple. Es uno de esos autores que rara vez producirán una obra maestra pero que también rara vez decepcionarán al lector. Construye diálogos muy ágiles, en los que muestra a las claras su experiencia como guionista de series de televisión. Su especialidad es Washington, y recrea muy bien el ambiente de la comunidad negra y de los barrios pobres de la ciudad. Esto incluye tanto la tensión racial que flota en el aire entre negros, blancos e hispanos, como las referencias musicales al soul y al hip-hop, expresiones de la cultura popular local.

En esta novela no aparece su personaje habitual, el investigador Derek Strange, ni su ayudante Terry Quinn. Sin embargo, uno de los personajes en un pasaje de la novela identifica por el cartel de la lupa a la agencia de Strange: un guiño para los lectores de sus otra novelas, muy al estilo de tantos autores, como Connelly y Auster.

Traducción: Cristina Martín Sanz

3/11