lunes, 28 de enero de 2013

Inocencia


Después de la comparecencia para ratificar la prisión, mi amigo de la facultad y yo nos dirigimos a la estación. Podríamos haber hablado del éxito de la defensa, o del Rin, que discurría junto a las vías, o de alguna otra cosa. Pero estábamos sentados en un banco de madera de pintura descascarillada, y ninguno quería decir nada. Sabíamos que habíamos perdido la inocencia y que ello carecía de importancia. Seguimos callados en el tren, con nuestro traje nuevo, junto a los maletines que apenas habíamos abierto, y mientras volvíamos a casa pensamos en la chica y en los hombres decentes, sin mirarnos. Ahora éramos adultos, y al bajar del tren sabíamos que las cosas nunca volverían a ser fáciles.

(Ferdinand Von Schirach, Culpa, “Fiestas”, Barcelona, Salamandra, 2012, pg 17)

domingo, 27 de enero de 2013

Negación


La negación del embarazo siempre ha existido. Sólo en Alemania, anualmente mil quinientas mujeres se dan cuenta demasiado tarde de que están embarazadas. Y año tras año casi trescientas no lo saben hasta que llega el parto. Dan una interpretación distinta a los síntomas: no tienen la regla por el estrés, el vientre está hinchado porque han comido demasiado, los pechos les crecen por un trastorno hormonal. Las mujeres son muy jóvenes o pasan de los cuarenta. Muchas ya han tenido hijos. Las personas son capaces de negar lo evidente, nadie sabe cómo funciona ese mecanismo. A veces todo sale bien de esa manera: también se engaña a los médicos, que renuncian a realizar más reconocimientos.

(Ferdinand Von Schirach, Culpa, “Soledad”, Barcelona, Salamandra, 2012, pg 122)

sábado, 26 de enero de 2013

Maniatado


La mujer aún mantenía la pistola en la boca de El Keitar. Con la mano izquierda se sacó del bolsillo de la sudadera una navaja de afeitar, la abrió y se la hundió al hombre en la cara interna del muslo derecho. La cosa fue rápida, él apenas se enteró de nada. Se desplomó en el acto.
—Te he cortado la arteria principal de la pierna —dijo la mujer—. Vas a desangrarte, en seis minutos. Tu corazón seguirá bombeando sangre. Primero quedará desabastecido el cerebro, perderás el sentido.
—Ayúdame —pidió él.
—Pero hay una buena noticia: puedes sobrevivir. Es fácil: debes hurgar en la herida hasta encontrar con los dedos el extremo de la arteria. Tienes que presionarla entre el pulgar y el índice.
El hombre la miró sin dar crédito. El charco cada vez era mayor.
—Yo en tu lugar me daría prisa —observó ella.
Él se puso a hurgar en la herida.
—¡No al encuentro, maldita sea, no la encuentro! —Entonces dejó de sangrar de repente—. La tengo.
—Ahora no puedes soltarla. Si quieres seguir con vida, tendrás que quedarte sentado. Acabará viniendo un médico. Te cerrará la arteria con una pinza de acero. Así que no te muevas.— Y a Atris—: Nosotros nos vamos.

(Ferdinand Von Schirach, Culpa, “La llave”, Barcelona, Salamandra, 2012, pg 114)

viernes, 25 de enero de 2013

El puente de plata: una ley cauta


Nuestra ley penal tiene más de ciento treinta años de antigüedad. Es una ley cauta. A veces las cosas no salen como el delincuente quiere. Tiene el revólver cargado, con cinco balas. Se acerca a ella, dispara con intención de matarla. Falla en cuatro ocasiones, tan sólo en una le roza el brazo, pero ella queda de frente a él. Le hunde el cañón en el vientre, amartilla el revólver, ve la sangre que le corre por el brazo, el miedo que tiene. Tal vez ahora se lo piense dos veces. Una mala ley condenaría al hombre por tentativa de homicidio; una ley cauta querría salvar a la mujer. Nuestro código penal dice que el hombre puede desistir de su tentativa de homicidio impunemente. Es decir: si para ahora, si no la mata, sólo será castigado por lesiones graves, pero no por asesinato en grado de tentativa. De manera que depende de él, la ley lo tratará bien si al final toma la decisión adecuada, si deja vivir a su víctima. Los profesores lo llaman “el puente de plata”. A mí nunca me ha gustado esa expresión, las cosas que le pasan por la cabeza a una persona son demasiado complicadas, y un puente de plata queda mejor en un jardín chino. Sin embargo, la idea de la ley es buena.

(Ferdinand Von Schirach, Culpa, “El otro”, Barcelona, Salamandra, 2012, pg 68)

martes, 22 de enero de 2013

Cuando nada es lo que parece


Culpa, Ferdinand von Schirach

¿Qué tienen en común la física de partículas, el ikebana, la cría del esturión atlántico europeo, el derecho penal y la crítica literaria? Que son conceptos o áreas con las que la mayoría de nosotros no está familiarizado. Hay que ser un especialista para arriesgar una definición, y casi siempre se hará evidente para quien escucha que estamos “verseando”. En cambio, ¿quién no está familiarizado con el concepto de justicia? ¿Y con el de culpa? Papá, mamá, maestras, curas y psicoanalistas han dejado sus improntas en nuestro chip. Después, Hollywood, pochoclo y finales felices hicieron el resto. Lo cierto es que sabemos lo que es justo y lo que no, y que sentimos culpa cuando no somos buenos chicos. Nunca pareció complicado, ¿no?

Bueno, la idea que queda luego de leer esta magnífica segunda entrega de los relatos de Ferdinand von Schirach es que, ejem, no, no es tan sencillo. Al igual que en Crímenes, en Culpa el autor nos lleva a reflexionar sobre asuntos que creemos conocer, hasta volverlos extraños. ¿No es eso lo que se espera de una obra literaria? Que ataque las certezas, que las dé vuelta como una media y las muestre desde todos los ángulos posibles. Que nos haga ganar perspectiva, y crecer un poco.

Lo bueno es que Von Schirach lo logra narrando con una destreza y una parquedad que conmueven. No le sobra una palabra, y las que elige le alcanzan para llegar hondo. Examinando las variaciones de la culpa en delincuentes, víctimas, abogados y jueces, el bueno de Ferdinand aterroriza y emociona. No sólo es efectista —en el buen sentido, en el sentido de Poe—, sino que también es tremendamente eficaz. Como las bellas máquinas simples, su narrativa funciona sólida, tanto en forma como en contenido. Digo esto porque me pasa que cuando leo en una contratapa que el autor nos habla del “insondable comportamiento humano” desconfío un poco: es la clase de afirmación apta para presentar autores que confunden finales abiertos con historias mal cerradas. Nada más lejos de Von Schirach, que pega fuerte y duro, siempre con la técnica adecuada.

Cuando te metas en estas historias negras y criminales —ojalá puedas hacerlo pronto— te vas a cruzar con un par de jóvenes abogados que pierden la inocencia al defender con éxito a una banda de violadores. Y con mujeres maltratadas y vecinos solidarios. Entenderás la diferencia entre llamarte Turan y Tarun. Sabrás de la crueldad de los chicos de un colegio caro, y de lo que es capaz de hacer una niña celosa. En “La llave” —una de mis preferidas, una novela negra concentrada— conocerás narcos rusos que asesinan chechenos, unas pastillas que vienen de Ámsterdam, un perro que se traga una llave. En “Secretos” —redondísima, brillante, de lo mejor—, a un adorable loco que te sorprenderá en el final.

Culpa es otra brillante colección de historias. Es adictiva como toda buena literatura. Recuerdo que me hice con mi ejemplar un día cualquiera. Estaría leyendo, como es habitual, mis dos o tres libros simultáneos. Pero fue abrir este y congelar a todos los demás. Por unas horas, no necesité otra cosa que estas páginas. Y fue maravilloso.

Traducción: María José Diez Pérez

12/12