Los
cañaverales dieron paso a las colinas. Una ciudad pasó borrosa junto a ellos.
Dell miró a su padre.
—¿Recuerdas
este lugar?
—Sí
—tosiendo, despertándose de su trance—. Ha cambiado mucho con los años.
Entonces sólo era un camino de tierra.
—Entonces,
todo aquello de de haber detenido a Nelson Mandela, ¿era cierto?
—¿Me estás
llamando mentiroso, chaval? —volviendo la mirada hacia él, recuperando parte de
su vieja jactancia en la voz.
Dell se
encogió de hombros. Su padre rió y ahogó una tos. Apuntó con un dedo retorcido
y manchado de nicotina más allá de las casas y los campos, hacia una carretera
que discurría en paralelo a la autopista.
—Fue justo
ahí. Agosto de mil novecientos sesenta y dos. Mandela estaba huyendo. Llevaba
meses a la fuga. Los servicios secretos sudafricanos iban tras él, pero eran
incapaces de encontrarse la polla en los calzones. Les dije que había estado
aquí, visitando a un jefe zulú llamado Luthuli. Que fingía ser el chófer de un
blanco viejo, marica y comunista. Esperamos, yo y los bóer. Vimos el coche
acercarse por la carretera. Mandela ni siquiera iba al volante. Conducía el
viejo marica. ¿Un blanco llevando a un negro en este país en el año sesenta y
dos? —rió entre resuellos—. Los sudafricanos detuvieron el coche y Mandela se
entregó sin ofrecer resistencia. A la cárcel durante ventisiete años.
—¿Cómo
sabías dónde estaría?
Goodbread
se había sentado completamente erguido, más como el hombre que Dell recordaba.
—Trabajaba
para la CIA, chaval. Mi tapadera era consejero júnior en Durban, pero estaba al
servicio de Langley. Me había infiltrado entre los comunistas y sus compañeros
de viaje aquí, en Natal. Judíos. Indios. Algunos zulúes educados. Fue demasiado
fácil, joder. Uno de ellos entregó a Mandela por cincuenta dólares.
—Él lo
niega, ¿sabes? Mandela. Que fuera traicionado. Dice que sencillamente fue un
descuido.
—Es un
caballero.
Dell
volvió la mirada hacia el anciano, buscando indicios de sarcasmo. No encontró
ninguno.
(Roger
Smith, Diablos de polvo, Barcelona,
Es Pop Ediciones, 2012, pg 206)
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