Después de la comparecencia para ratificar la prisión, mi amigo de la
facultad y yo nos dirigimos a la estación. Podríamos haber hablado del éxito de
la defensa, o del Rin, que discurría junto a las vías, o de alguna otra cosa.
Pero estábamos sentados en un banco de madera de pintura descascarillada, y
ninguno quería decir nada. Sabíamos que habíamos perdido la inocencia y que
ello carecía de importancia. Seguimos callados en el tren, con nuestro traje
nuevo, junto a los maletines que apenas habíamos abierto, y mientras volvíamos
a casa pensamos en la chica y en los hombres decentes, sin mirarnos. Ahora
éramos adultos, y al bajar del tren sabíamos que las cosas nunca volverían a
ser fáciles.
(Ferdinand Von Schirach, Culpa,
“Fiestas”, Barcelona, Salamandra, 2012, pg 17)
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