—Parece claustrofóbico —dijo Bix—. Como meterse en un ataúd y cerrar la
tapa.
—Para nada —dijo Madeline—. Damos gafas pequeñas para cubrir los ojos y
sólo se está allí unos ocho minutos, en el nivel de potencia de bronceado que
uno elija. Es mucho más placentero que cocerse al sol del caluroso verano.
—Quizás me gustaría más este tipo de bronceado que el del rociador. Se
aprovecha mejor el dinero.
Mientras ella y Madeline conversaban sobre diferentes tipos de
bronceado, Bix continuó avanzando por el pasillo e intentó sutilmente abrir
algunas puertas, pero estaban cerradas con llave. Del otro lado de la tercera
puerta oyó a una mujer que gemía. El gemido era fuerte e inconfundible.
Madeline se dio cuenta de que el policía estaba oyendo algo, así que se
acercó rápidamente y dijo:
—No podemos molestar a los clientes, oficial. Por favor, sígame y le
enseñaré…
—Ahí dentro hay alguien gimiendo —dijo Bix—. Una mujer.
—Tal vez se ha quedado dormida y está soñando —dijo Madeline—. De
veras, debo…
—¿Y eso no es peligroso? —dijo Ronnie, intercambiando miradas con Bix—.
¿Qué alguien se quede dormido bajo esas lámparas de bronceado?
—Se apagan automáticamente —dijo Madeline, y ahora tenía a Ronnie
cogida por el brazo e intentaba hacerla avanzar por el pasillo.
Entonces oyeron a un hombre que, desde esa misma habitación, exclamaba:
—¡Házmelo, nena!
—¿Tiene la llave? —dijo Bix.
—Yo… yo… iré a buscarla —dijo Madeline, paresurándose hacia la
recepción.
Ronnie le guiñó un ojo a Bix y tocó suavemente a la puerta, diciendo:
—¡Hey! ¡La policía está aquí! ¡Separaos e iros a habitaciones
distintas, deprisa!
Al cabo de unos segundos la puerta se abrió y un hombre regordete que
estaba desnudo salió corriendo llevando su ropa en las manos. Vio a los
uniformados y dijo:
—¡Ay, Jesús! —Y dejó caer la ropa, con el pene erecto apuntando
directamente hacia Ronnie.
Dentro de la habitación, una empleada de dieciocho años que llevaba
perforadas las cejas, la nariz y un labio, y vestía únicamente una camiseta de
Bronceado Milagroso, intentaba subirse los pantalones cortos, que tenía
atascados en la cadera.
—Sólo intentaba decirle que se había acabado su tiempo de bronceado —se
excusó—. ¡De veras!
Mientras Bix pedía una unidad de apoyo por la radio, Ronnie señaló el pene
del hombre y dijo:
—Espero que se haya puesto suficiente líquido bronceador en esa cosa,
señor.
(Joseph Wambaugh, Cuervos de Hollywood, Barcelona, Mosaico bolsillo, 2011, pg 261)
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